Sánchez quiere una investidura rápida para garantizarse nueve meses más en La Moncloa

Si es elegido, las Cortes no pueden disolverse hasta el 24 de septiembre

El presidente en funciones, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo
Víctor Ruiz de Almirón

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Algo se rompió el 10 de noviembre. El círculo virtuoso del sanchismo tocaba a su fin. Desde su elección como líder del PSOE en 2014 Pedro Sánchez ha sido una figura relevante en la política española. Pero en ese primer mandato vivió asediado por la aparición por cada flanco de Podemos y Ciudadanos . Y maniatado por un modelo de partido que tenía en él al secretario general, pero no a un líder. Un mandato crispado que acabó con su defenestración. Parecía acabado. El modelo de primarias le dio la oportunidad que antes no habría tenido . Se aprovechó del marco de discusión, un PSOE más cerca o más lejos del PP, y salió triunfador. Se abrió entonces ese periodo en el que Sánchez marca la política española. Las primarias de 2017 fueron el primer hito, la moción de censura en 2018 fue el segundo y la victoria electoral del 28 de abril de 2019 fue el tercero. Los tiempos eran suyos.

Él repartía las cartas de la política española este verano cuando jugó mal su mano. Pablo Iglesias vio su órdago y la repetición electoral puso fin a esa tendencia alcista. No pocos en el partido han reparado en este hecho. No hay un liderazgo alternativo a Sánchez en el PSOE. Pero lo sucedido el 10-N le ha vuelto a convertir en alguien falible. Criticable. Incluso en ese partido sin contrapoderes en el que se ha convertido el PSOE. Los sentimientos de ilusión de ese periodo 2017-2019 empiezan a compartirse con cierta resignación.

«No había qué celebrar»

El PSOE ha vuelto a ganar elecciones, sí. Pero los siete millones de votos no dejan de ser los que obtuvo en su día Alfredo Pérez Rubalcaba, que en 2011 constituyeron una debacle. Hay algunos que creen que incluso en la victoria de abril había síntomas de que el resultado propio no era tan positivo. Pero quedó camuflado por el mal ajeno, la profunda disgregación de la derecha, y por el hecho objetivo de que se partía del peor resultado histórico.

«No había nada que celebrar. No entendí la euforia», reconoce un miembro de la actual dirección, que se confiesa incrédulo que por aquellas fechas sus compañeros «no viesen» que la situación aritmética era la misma, de igual dependencia, que la de los meses tras la moción de censura.

Otro dirigente experimentado cree que empeorar el resultado el 10-N es «un muy mal síntoma» que no habla bien del liderazgo de Sánchez «fuera del partido, entre el electorado». Y recuerda que siendo un presidente joven y con un mandato breve «caracterizado por cosas muy interesantes en materia social» se perdieron apoyos en la repetición electoral. Y, algo alterado, no oculta decepción por comprobar que es «lo contrario» de lo que le pasó al PP en la repetición electoral de 2016: «Venía de decir no al Rey y de una legislatura de desgaste por la crisis. Y fue capaz de recuperar terreno».

Futuro incierto

Este análisis no es aislado en el partido. Incluso entre quienes son leales a Sánchez pero gustan de tener criterio propio. «Con la otra fuerza de izquierda cayendo y con Ciudadanos, desplomándose, con quien también competíamos, no es normal que nosotros también caigamos», analiza un experimentado dirigente que apoyó a Sánchez en las primarias. «Salimos de la UCI, pero seguimos en la UVI. Lo que pasa que unos cuantos han entrado en la UCI y parece que estamos muy bien», confiesa un barón territorial afín a Sánchez que barrunta que el futuro a medio plazo «sigue siendo incierto».

La configuración de pactos que se abre ahora genera también un escenario claro. Sin sumas para Sánchez con Podemos y ahora sin Cs «no queda opción buena», se resigna un diputado . No opinan así los dirigentes más izquierdistas de la formación. Algunos con asiento en la dirección federal tras las primarias. Ni muchos de los que militan en regiones con presencia soberanista como Navarra, País Vasco, Comunidad Valenciana o Baleares. Ni en el PSC, por supuesto. En ese espacio se ve el entendimiento PSOE-Podemos-ERC como una oportunidad.

En el otro lado están quienes ve el panorama con preocupación: «Si hemos decidido, y ellos también, que Ciudadanos no es socio, sólo nos queda una salida . Y eso nos hace más vulnerables», opina un dirigente favorable a haber buscado un entendimiento con la formación que dirigía Albert Rivera. Esa es una de las consecuencias de estos días. . Con su política de pactos y el camino emprendid El PSOE y el Gobierno asumen el mantra de Podemos, a su vez heredado del independentismo, de «no judicializar la política» o tras el 10-N Sánchez asume la estrategia de Podemos, la que otorga «al bloque histórico de la moción de censura» la posibilidad de gobernar España.

La insistencia de Sánchez por lograr una investidura «cuanto antes» se explica en su necesidad por superar esta etapa y gestionar su fragilidad parlamentaria, en particular con ERC, desde una posición de más fuerza y no desde la actual situación de dependencia para lograr la investidura.

Su objetivo es un acuerdo que permita aprobar unos Presupuestos en el primer trimestre del año. Algo que, asumiendo ya una prórroga, otorgaría al Ejecutivo en torno a dos años de autonomía. Superar la investidura como sea es el objetivo de Sánchez. Una vez lo haga recuperará el control político, porque la configuración del Congreso hace inviable una moción de censura contra su persona. Y eso es algo que introduce un matiz importante respecto a 2016, cuando el PSOE terminó absteniéndose con el PP. Como luego se demostró los socialistas tenían esa opción abierta. No es así en el caso del PP. En cuanto Sánchez sea investido solo él decidirá cuándo ir a elecciones sin temor a una operación como la que él ejecutó para alcanzar el poder.

Pero incluso sin Presupuestos aprobados Sánchez gana tiempo. Según el artículo 115 de la Constitución, salvo en el caso de una legislatura fallida, tras una investidura «no procederá nueva disolución antes de que transcurra un año desde la anterior». Y esto significa que si la legislatura arranca las Cortes no pueden volver a disolverse hasta el 24 de septiembre.

Garantizados 266 días

Eso otorgaría a Sánchez casi nueve meses de vida extra. Sería casi un año realmente. Si Sánchez lograr ser presidente antes de final de año y promete su cargo el 2 de enero tendría garantizados 266 días de mandato antes de disolver las Cortes . Siempre que tomase la decisión de hacerlo, porque no es una disolución automática. A eso habría que sumar los 54 días hasta la fecha de unas eventuales elecciones. En total, y como mínimo, Sánchez gozaría de más de 300 días en plenitud de funciones si logra superar la investidura y aunque no saque el Presupuesto.

Puede parecer poco. Pero para Sánchez es mucho. Lleva siendo presidente 568 días. De los cuales 331 días lo ha sido con plenitud de funciones. Superar la investidura ya le otorga como mínimo un tiempo similar. El dato arroja un dato demoledor . Y es que Sánchez lleva en funciones 237 días, lo que equivale al 41,72% del mandato. Ganar tiempo y recuperar el control. Ese es el objetivo. Como gusta de decir uno de sus principales asesores «un día en Moncloa es un día ganado».

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