Saber qué hacer el sábado por la mañana
Ese millón largo de catalanes no va a aceptar ninguna solución
Desde que salí de casa tuve la sensación de que tenía que ser una broma y efectivamente lo era. Cuando llegué a Perpiñán, la actriz Lloll Bertran presentaba el acto y al anunciar que alguien había sufrido una lipotimia, le dijo al afectado: «tranquilo, que los servicios médicos llegan enseguida, como la república» . Fúnebre presagio. Dijo también: «somos un pueblo que lo hacemos muy bien pero se han perdido algunos niños. No os preocupéis, porque esto está lleno de buena gente. Vuestros padres allí, entre las banderas de la república».
Pero como siempre que el chiste lo cuenta Convergència, la principal broma fue sobre Esquerra. La exconsejera de Educación dijo que la mesa de diálogo de Sánchez es «una engañifa» y los aplausos de la multitud fueron un sonoro reproche a Esquerra. Mientras los republicanos se desangran en mesas negociadoras, entrando y saliendo de la cárcel, 150.000 catalanes -y los que no cupieron o no pudieron llegar- celebraron a Puigdemont como líder, como caudillo, como mesías.
Mucho autocar de la ANC desfilando en formación. Público prejubilado, sin nada que hacer un sábado por la mañana tan soleado, mucha señora sola, mucha viuda gritona y desorientada. Yo de sus nietos iría con cuidado, porque en cualquier curva tonta le dejan la herencia al condconductor. En un viaje del Imserso, mi bisabuelo conoció a Joaquina y fue así como la tieta Lola se quedó sin el chalé de El Masnou. Concurridísima el área de discapacitados, y entre ellos el director cinematográfico Ventura Pons, al que vi de pie justo en el acceso a esta zona reservada y al entrar se sentó en una silla de ruedas y fue el milagro inverso de «los cojos andan». Todo parecía posible en presencia del líder. Pilar Rahola estaba de groupie con las autoridades, en un resumen de lo que es hoy el periodismo dominante en Cataluña y el paradigma moral que propone «la república». En la zona de prensa daba la sensación de que si la muchos de los periodistas allí presentes no la acompañaban, no era por falta de ganas.
El cantante Gerard Jacquet cantó una canción sobre el alioli que parecía una burla de Albert Boadella sobre L'Estaca para la tercera parte de Ubú President. Diría que fue infame si no fuera por el asombro y la incredulidad que aún me causa que los independentistas se causen sin venir a qué un dolor tan profundo e innecesario. Las arengas alocadas de los fugados certificaron la defunción del proceso -todo lo que prometieron ya lo hicieron, y estreptitosamente fracasaron- y la irracionalidad del tumulto amontonado. Los políticos independentistas tiene un problema y es que hay un millón de catalanes que no son exactamente independentistas, sino yonquis del protagonismo y la vidilla que les da el conflicto, y van a continuar reclamando su dosis cuando presos y fugados pacten con el Gobierno y con la realidad una salida a su problema personal, que al final es en lo que se ha convertido esta tensión dramática desde que quedó claro que muy pocos -realmente muy pocos- estaban dispuestos a pagar el precio real de la independencia, y que entre ellos no estaban ni Puigdemont, «ni las compañeras de la CUP» ni Junqueras. España tiene también un problema, que es el mismo: este millón largo de catalanes no van a aceptar ninguna solución, absolutamente ninguna, porque se quedarían sin autocares, sin bocadillos, sin saber qué hacer los sábados por la mañana, y sus vidas volverían a ser al anodino saco de pulgas que eran antes de que todo esto eclosionara. No es que importe demasiado, pero no cesará la carraca, y más que intentar aplacarla, habrá que aprender a vivir con ella, y a contenerla sin contemplaciones en los límites de la convivencia y la Ley.
Por lo demás, ninguna hoja de ruta, ningún calendario , mucha apelación retórica y vacía a una épica sobre el suelo que ya fue fregado, honda y sangrienta división en el independentismo. Mucha gente, sí, pero 200.000 -o 400.000, por contar los que tuvieron que devolverse- ya no son aquellos millones de antes. Cada vez son menos y están más estropeados.
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