Puigdemont sopesa adelantar las elecciones autonómicas al 23 de diciembre

Busca mantener su influencia con un golpe de efecto, pero no se fía de casi nadie

Carles Puigdemont en el Parlament, en una imagen de archivo REUTERS
Salvador Sostres

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Tras haber perdido Carles Puigdemont la autoridad política y moral que hasta ahora tenía para controlar a Esquerra y a su propio partido, el expresidente de la Generalitat estudia con su círculo de confianza la posibilidad de dar un golpe de efecto convocando elecciones para el próximo 23 de diciembre . Tal convocatoria se produciría, en el caso de que finalmente la decisión se tomara, entre los días 27 y 28 de este mes. El día 6 de diciembre, justo la víspera del día en que oficialmente comenzaría la campaña electoral, los convergentes tienen reservado el Palacio de congresos de Barcelona. Y aunque es cierto que esta reserva podría haberse hecho para presentar la plataforma de confluencia independentista con que Puigdemont querría ampliar su influencia política desde Waterloo, la Crida, todavía lo es más que hay poco que presentar porque de momento nadie ha querido confluir en ella: ni Esquerra, que además le ha retirado su derecho a voto en el Parlament, en cumplimiento de lo dispuesto por el juez Llarena, ni siquiera su propio partido, el PDECat.

Con la convocatoria electoral, Puigdemont calcula que volvería a tensar a sus bases , algo deshilachadas como se pudo ver por la poca afluencia que tuvieron los actos de homenaje al primer aniversario del encarcelamiento de los Jordis. Igualmente, podría acabar de marginar al PDECat en su lista electoral. A Esquerra, que todavía no tiene un candidato claro -lo más probable es que fuera Roger Torrent, el actual presidente del Parlament- podría pillarla a traspié y abrumarla acusándola de «colaboracionista con los españoles».

También Puigdemont considera que convocando para finales de diciembre podría dejar en fuera de juego a los independentistas radicales que le acusan de tibio y de «procesista», concentrados alrededor de la candidatura de Jordi Graupera para el ayuntamiento de Barcelona, en tanto que la absoluta prioridad para el catalanismo son las elecciones autonómicas.

El expresidente valora también que Vox no tendría tiempo de asentarse en Cataluña, ni de haber encontrado a un candidato conocido y atractivo. Del mismo modo, entiende que el discreto papel que Inés Arrimadas ha jugado como jefa de la oposición le haría perder algunos escaños, tal como de hecho sugieren todas las encuestas. Para el independentismo sería una victoria de alto valor simbólico que Ciudadanos dejara de ser la primera fuerza política de Cataluña y Puigdemont estima que convocando para justo antes de Navidad podría conseguirlo.

Por su parte, personas de la máxima confianza del forajido han empezado a alisar el terreno para este anticipo: Josep Costa, vicepresidente del Parlament, ha escrito en Twitter que «cuanto antes reconozcamos que no podemos gobernar con normalidad , mejor para el país», y Agustí Colomines, el principal ideólogo de la Crida, habló el miércoles de los muertos que cuesta la independencia, signo inequívoco de un cierto fin de trayecto.

Como candidato, en contra del PDECat y de Junts per Catalunya, Puigdemont sería partidario de mantener a Quim Torra. El expresident no se fía de Elsa Artadi ni de su entorno, por considerarla poco leal y capaz de ningunearlo cuando consiga ser presidenta. Además, piensa de ella -según le confesó a uno de sus más estrechos colaboradores- que «es una oportunista que en el fondo tiene de independentista lo que el ABC».

Pero de todos modos, el nivel de improvisación, de personalismo y de desconfianza es tal que Puigdemont tampoco está seguro de que Quim Torra le obedeciera si le diera la orden de convocar ahora las elecciones. El mismo estrecho colaborador del expresidente opina que Torra « fue durante muchos años el director general de una compañía de seguros y que está por lo tanto acostumbrado a vender humo y a eliminar a competidores. Si Torra desobedeciera a Puigdemont, le administraría una puñalada letal, tanto a él como a los que, como David Madí -vieja guardia convergente, mano derecha de Artur Mas- intentan decirle lo que tiene que hacer como presidente».

Aunque la decisión no está aún tomada, Puigdemont está dispuesto a todo -incluso a correr el riesgo de una cierta pérdida de escaños- para que la recuperación de algo de normalidad en la vida pública catalana no acabe por apagar su cada vez más débil llama.

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