Análisis
Puigdemont como solución
El expresidente de la Generalitat emerge como una solución forzada hacia nuevas elecciones generales, e incluso como un aliado insospechado del constitucionalismo
No iba desencaminado Alfonso Guerra cuando dijo días atrás que la gran paradoja de la legislatura podría ser -desearía que fuera- que un Gobierno socialista sostenido por el independentismo catalán fuera dinamitado… por ese mismo independentismo. Frente a las negociaciones opacas entre Pedro Sánchez y ERC, Carles Puigdemont emerge como una solución forzada hacia nuevas elecciones generales, e incluso como un aliado insospechado del constitucionalismo.
Suponiendo que Puigdemont ejerza realmente una influencia decisiva sobre un Joaquim Torra descontrolado, el huido ex presidente de la Generalitat tendría en su mano, desde Bélgica, la inminente convocatoria de nuevos comicios en Cataluña. Si así lo decidiesen Puigdemont, en su papel de ventrílocuo, y Torra, en su guión de marioneta, Esquerra quedaría desorientada sobre el tablero fracturado del independentismo, en el que, fingimientos teatrales aparte,
Oriol Junqueras desea con ahínco investir a Sánchez a cambio de hipotéticas prebendas que permitiesen a ERC ganar terreno electoral en Cataluña y fulminar definitivamente al PdeCat. ERC simula que quiere incorporar a Torra y al PdeCat al consorcio de la investidura. Pero solo lo hace en exclusivo interés propio. Hace tiempo que a Esquerra dejó de importarle lo que ocurra con Torra o Puigdemont. Lo determinante para Oriol Junqueras, Pere Aragonés o Gabriel Rufián es no asumir en solitario el riesgo de sufrir un coste electoral si transmite una imagen de sumisión ante el PSOE. Por eso ERC pretende compartir el riesgo con Torra y el PdeCat generando una falsa imagen de unidad. En sectores de Esquerra ha aumentado el temor a que sus bases, y sus votantes más radicalizados, interpreten el aval a la investidura de Sánchez como una renuncia a la causa del separatismo en beneficio del PdeCat, que sigue teniendo la llave de la convocatoria de comicios en Cataluña y la exclusiva de un independentismo irredento.
El error de ERC sería aparecer entonces como un partido «posibilista» , débil y complaciente con la reforma estatutaria y la posterior consulta que plantea el PSOE, para dejar después vía libre a Torra y Puigdemont como los auténticos defensores creíbles de la república catalana. O como la marca original del separatismo en el universo viciado de la endogamia secesionista. La caída en escaños de ERC en noviembre respecto a abril, el proceso de mutua adulación que se dispensan Esquerra y el PSC, o la fuga de votos hacia la CUP, demuestran que algo serio y contrario a pactar con Sánchez ebulle de modo incontrolable en el electorado de Junqueras. Y eso empieza a activar algunas alertas, extensibles incluso a La Moncloa. Quizás la vaselina tuviera un uso más idóneo para convocar nuevas elecciones generales en primavera y no para lo que el socialista García Page prevé en la retaguardia del PSOE.
Puigdemont sigue contando con diversos factores a su favor. Europa aún no lo ha desahuciado políticamente, Torra le debe obediencia aunque no desee renunciar a presidir la Generalitat, el Pdecat ha crecido en votos, el PSOE crítico calla en su irrelevancia, y ha empezado a rentabilizar su «no» a Sánchez mejor que ERC. Pero, sobre todo, maneja los tiempos para convocar las urnas a capricho y en el momento que mayor debilidad perciba en ERC . En Cataluña se olfatea ya el acuerdo de un «doble tripartito» entre el PSOE, ERC y Podemos, pero una parte cualificada del electorado separatista no admite rendiciones. Por eso es reacio a la componenda.
Si Torra convocase comicios catalanes por sorpresa, ERC puede ver derruido algo de su andamiaje electoral y mucho de su credibilidad política. ¿Cómo competir por la Generalitat como socio leal de un Sánchez «constitucional», frente al PdeCat granítico de la autodeterminación, la intransigencia, la amnistía, la vía unilateral y los relatores? El PdeCat juega con ventaja. Bastará con llamarles «butiflers» y convocar a unas urnas «esteladas» para frustrar la investidura de Pedro Sánchez con ERC aprisionada en unas tenazas. Conviene que Sánchez no se llame a engaño: Ni ERC y el PdeCat son lo mismo, ni aspiran a lo mismo.