Cataluña
El proceso secesionista, una constante huida hacia delante
El soberanismo oculta sus derrotas tras adelantos electorales, pactos y seudoconsultas
El proceso secesionista catalán topó de nuevo ayer con un obstáculo que pinta insalvable: la imposibilidad de aprobar los presupuestos del Gobierno que debía llevar a Cataluña a las puertas de la independencia por el veto de la CUP. Ante este atolladero, el presidente de la Generalitat sorprendió a todos anunciando que se someterá a una cuestión de confianza después del verano. Una reacción que se une a la ristra de decisiones desesperadas que acumula la hoja de ruta soberanista. Una nueva huida hacia adelante en un viaje que se augura a ninguna parte.
Quien primero echó mano de esta suerte de épica nacionalista fue el expresidente de la Generalitat, Artur Mas, en 2012. En septiembre de ese año, después de la primera Diada independentistas multitudinaria y tras recibir el «no» a un pacto fiscal para Cataluña de boca del presidente Rajoy, en Moncloa, Mas anunció la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas. Se celebraron el 25 de noviembre. «Ante circunstancias excepcionales, decisiones excepcionales», argumentó Mas.
En esos comicios, CiU perdió 12 diputados respecto a 2010 y para poder gobernar firmó un pacto de gobernabilidad con ERC.
La legislatura también acabó antes de tiempo. Hubo gestos grandilocuentes, como una declaración de soberanía y la consulta sobre la independencia del 9 de noviembre de 2014. Pero el Tribunal Constitucional anuló la primera e instó a suspender la segunda . Mas no acató al TC, celebró la consulta y él, junto a tres consejeros de ese gobierno, han acabado imputados ante el Tribunal Superior de Justicia catalán y el Supremo. Por desobediencia, malversación de fondos públicos y prevaricación.
Fracasada la opción de hacer un referéndum avalado por el Estado y la justicia, el 14 de enero de 2015, Artur Mas volvió a convocar elecciones autonómicas anticipadas para el 27 de septiembre de 2015. Las presentó como unas «plebiscitarias», sustitutivas de la consulta que no le dejaban celebrar.
Para estos comicios, que provocaron su cisma con Unió, Convergència se esforzó en promover una candidatura soberanista unitaria que sirviera para amortiguar su previsible nueva debacle electoral. Con el impulso de las asociaciones independentistas, como ANC y Òmnium, se fraguó Junts pel Sí, la alianza con ERC. La CUP, ya entonces, se negó a sumarse a tal empresa.
En las elecciones del 27-S, Junts pel Sí ganó y logró una mayoría, pero no absoluta. Además, en términos absolutos, en votos, el proyecto secesionista fracasó. La suma de votos de JpS y la CUP no rebasó el 50% de los sufrahios; se quedó en un 47,8%.
Junts pel Sí se propuso gobernar, pero la CUP se opuso a investir a Mas. Finalmente, el líder de CDC renunció a ser presidente en favor de Puigdemont, cediendo al chantaje de los antisistema. En contrapartida, arrancó de la CUP un pacto de estabilidad que obligaba a la CUP a apoyar al gobierno en cuestiones claves, como es evidente que lo son unos presupuestos. Un pacto que la CUP ha dinamitado.
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