Claudio Cerdán

Día de perros

Entre la marabunta de declaraciones se cuelan pinceladas que retratan a la acusada

Ana Julia Quezada, acusada por la muerte del pequeño Gabriel Cruz, durante el primer día de juicio EP

Claudio Cerdán

Llueve sobre mojado en el juicio por la muerte del pequeño Gabriel. Se suceden los testimonios que dan diferentes puntos de vista de hechos más que probados. Si en la causa coinciden investigadores, peritos, testigos e incluso la acusada, significa que apenas hay lugar a la duda . Fiscalía, acusación y defensa renuncian a testigos para no reiterar la información. Pero entre la marabunta de declaraciones se van colando de forma discreta pinceladas que, aunque no modifiquen el conjunto, dan luz a zonas aún sin explorar.

Ana Julia quiso suicidarse. Ese fue uno de los titulares más asombrosos que arrojó en su declaración el primer día del juicio. Dijo que su idea era dejar mucha agua y comida para su perrita y tragarse todos los medicamentos que tuviera a su alcance antes de echarse a dormir. Los agentes que llevaron a cabo la investigación desmontaron su teoría al especificar que lo más parecido a una medicina que encontraron en su domicilio fue una dosis de cocaína. En la sesión de ayer volvió a salir el tema de la perra de Ana Julia. Cuando la detuvieron, con el cuerpo del niño lleno de tierra en el maletero, los agentes aseguraron que dijo «Ángel, yo te quiero mucho, quiero a Gabriel, mi perro está dentro». Las referencias al can son constantes en el juicio. Ángel y Ana Julia encontraron la camiseta del niño cuando paseaban a los animales. En otro momento, la UCO pudo hacerle un reportaje fotográfico que incluye cómo jugó con su perra antes de desenterrar a Gabriel. La imagen que transmite es terrorífica: una persona impasible a la hora de asesinar a un niño a sangre fría, pero muy preocupada por su mascota.

Al final de la jornada reaparecieron los perros. Un agente explicó cómo dos animales de la UCO marcaron los mismos puntos rastreando restos biológicos. Uno era la pasarela de la finca, pero los otros dos eran una fregona y el cubo para escurrirla. No se profundizó más en ello, pero solo hace falta unir los puntos para descubrir el dibujo. Todo este grafismo se vio acentuado con el vídeo de la reconstrucción del crimen en Rodalquilar. La finca tomó forma concreta para alzarse como un hogar que quedó a medio construir por una pesadilla a la que nadie le encuentra sentido.

La grabación arrancó con Ana Julia vestida con una sudadera roja con capucha. Mostró un amplio salón rectangular de aspecto rústico con barra americana al fondo y una chimenea de obra en su centro. Estaba sin amueblar, pero cabía una mesa de banquete sin problema. Un lugar ideal para reunirse con la familia y celebrar fiestas en un paraje tranquilo. Ana Julia condujo al juez instructor hasta la habitación del fondo a la izquierda y allí trató de explicar lo sucedido. Le pidieron representar cómo lo asfixió, pero era incapaz de levantar los brazos y fue el propio magistrado quien le apretó la cara con las manos. «¿Así lo hizo?», preguntó mientras la arrinconaba contra la pared. Ver a Ana Julia en el lugar de Gabriel fue tan inesperado como sobrecogedor.

El cuarto era pequeño y solo tenía salida al exterior por una puerta de cristal corredizo que daba a la parte trasera. El cámara apenas caminó diez pasos hasta llegar a la tumba donde Ana Julia ocultó el cadáver tras desnudarlo. Contó que hizo el agujero con una pala que, al igual que el hacha, aparece y desaparece de su relato como por arte de magia.

El juicio también desveló que Ana Julia regresaba cada día a Rodalquilar en viajes relámpago de apenas unos minutos . Según ella, sentía paz. Para los investigadores, trataba de comprobar que ningún animal hubiera desenterrado el cuerpo de aquella tumba tan superficial. No fue una alimaña quien sacó el cadáver, sino ella misma escarbando con sus manos desnudas. Después lo envolvió en una toalla, que, según dijo, siempre llevaba en el maletero para que su perra viaje más cómoda.

En la grabación se apreciaban rejas en las ventanas. La familia Cruz estaba segura en aquella casa con verja a la entrada. Lo que no podían imaginar era que el terror no vendría desde fuera sino que lo tenían dentro, conviviendo a su lado, al cuidado de sus hijos . Ahora, cuando Ana Julia mira al exterior de su celda sus pupilas chocan con los barrotes de la prisión. Un lugar donde está prohibido tener mascotas.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación