Fernando Gonzalez Urbaneja - Economía

Los parecidos son casualidad

Se puede formular un severo pliego de cargos sobre los problemas que padecen los españoles, pero cualquier comparación con las oportunidades de hace cuarenta años es casualidad

Un empleado de Gas Butano, en una imagen de 1975 EFE

FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA

Hace cuarenta años los bancos empezaban a instalar cajeros automáticos en las fachadas de sus oficinas (quizá fue el Popular el primero en hacerlo) y a distribuir tarjetas de crédito entre sus clientes (el Bilbao fue pionero). Ante tamañas audacias los grandes bancos madrileños (Banesto, Central e Hispano Americano) y el Santander crearon una asociación 4B para abordar unidos el reto de los medios de pago electrónicos y de plástico, frente al Banco de Bilbao que se asoció con VISA, y las cajas de ahorros que jugaron la partida con iniciativa propia, la red 6000, porque esa era su fuerza comercial en oficinas. La bancarización era modesta y no eran pocos los españoles que carecían de cuenta bancaria, que se manejaban solo con efectivo y escaso. Se cobraba en billetes y monedas en un sobre y se pagaba en el domicilio.

Dos centenares de entidades financieras ofrecían servicios financieros elementales, depósito (sobre todo cartillas de ahorro), crédito (poco) y descuento de letras (con condiciones), muy poco crédito a largo plazo (el de invertir) limitado a los coeficientes obligatorios que imponía el Gobierno designando las empresas que podían aspirar a esa financiación. Cuarenta años después el sistema financiero español es moderno, homologable, con problemas de gestión de riesgos (como todos), pero tecnológicamente avanzado, competitivo y con buen servicio a sus clientes, que lo saben valorar. Tiene problemas de reputación, que ha gestionado mal durante la crisis, pero una base sólida y eficaz.

El año 1975 en la Bolsa de Madrid un centenar de valores se intercambiaban a viva voz, unos minutos cada día para cada sector o valor relevante, con un volumen diario de contratación conjunta que cuando superaba los cien millones (¡de pesetas!) se celebraba como noticia. Hoy esa Bolsa es electrónica, con liquidación muy eficiente, con volúmenes diarios de negociación que rondan los 2.000 millones de euros. Una bolsa profesionalizada, con inversores globales que cubren más de la mitad de la capitalización y con millones de inversores locales que canalizan una parte de su ahorro en el mercado de valores. Más de diez millones de españoles dedican parte de su ahorro a fondos de pensiones individuales que cuarenta años atrás no estaban en la imaginación de la mayoría.

Hace cuarenta años los españoles dedicaban la mitad del presupuesto familiar a la alimentación (la subsistencia básica) y casi el 60% si añadimos el vestido y calzado, que también forma parte de lo elemental antes de salir de la pobreza. Hoy el porcentaje de gasto en alimentación y vestido apenas llega al 30%. El gasto en vacaciones, entretenimiento y cultura forma parte de las condiciones que se requieren para salir de la pobreza.

España censaba en el padrón de 1975 casi 36 millones de residentes (con tres millones de emigrantes, unos empadronados y otros no) y 12,5 millones de ocupados, el 20% en el sector agrícola. Apenas había paro (3% de los activos) pero la subocupación y la baja productividad suponían un severo lastre a la competitividad. Como prueba sirve el bajo nivel de comercio exterior y de gasto público (tanto social como inversor). España sufría de falta de ahorro local, de déficit clamoroso de infraestructuras físicas, de capital público y social. La esperanza de vida el año 1975 estaba en 73 años, la escolarización era incompleta, el analfabetismo no era excepcional y la formación técnica y superior eran casi selectivas y poco elegibles.

Se puede formular un severo pliego de cargos sobre los problemas que padecen los españoles, lo que ha podido ser y no es, incluida la avería en el ascensor social producida por la crisis, pero cualquier comparación con las oportunidades de hace cuarenta años es casualidad. Si a los españoles les hubieran dibujado el cuadro del 2015, tras la Gran Recesión, la inmensa mayoría lo hubiera comprado sin reserva. Otra cuestión es lo que hubiera sido posible con expectativas más ambiciosas y no por ello inverosímiles. Esa debería ser la lección, la propuesta para los próximos cuarenta años, se puede aspirar a más de lo imaginable si hay confluencia de voluntades y talento para canalizarlas. Este es un país que merece la pena, aunque algunos se empeñan en estropearlo.

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