Open Arms: una decisión difícil
La cuestión en estos momentos es cómo actuar para que la emigración encuentre cauces regulares
Si una embarcación encuentra en alta mar a otra que necesita socorro está obligada por el derecho internacional a prestar la ayuda necesaria lo cual ocurre de continuo en nuestros mares; siempre valoramos la acción realizada y la asistencia que salva vidas. Esto es aplicable a las circunstancias que en varias ocasiones se ha encontrado el barco denominado Open Arms (Con los Brazos Abiertos), que recoge a personas que intentan cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa y lo hacen en las peores condiciones imaginables.
Cuestión distinta son los medios por los que las personas suben a bordo y se aprietan en frágiles embarcaciones, dispuestas por redes de traficantes que utilizan camiones para transportarlos por tierra, saben cómo burlar fronteras, y luego tienen preparadas lanchas de goma. Por medios convencionales sería muy difícil, casi imposible, cruzar miles de kilómetros de desierto y varios países sin equipaje ni documentación alguna. Para las noches, a lo largo del viaje que puede durar meses, buscan cobijo entre matorrales y arbustos; los trayectos son muy peligrosos, especialmente para las mujeres.
La posición de los países europeos sobre cómo actuar o no hacerlo, no es homogénea y provoca disputas incluso broncas, si los dirigentes son por naturaleza o ideología, dados a esto último. Es muy difícil que los países de la UE alcancen un acuerdo en cómo proceder y distribuir a los rescatados, puesto que la custodia de fronteras es competencia de cada uno de los estados y solo cabe la negociación, en función del número de personas acogidas en ocasiones anteriores, la población total, el número de países que se ofrecen a ello y las disponibilidades alegadas.
La recién elegida presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, se propone lograr un acuerdo sobre política migratoria y de asilo , pero mientras que ello sucede y se logra que países que hoy se niegan lo acepten, el desconcierto y las declaraciones se producen de manera desordenada, contradictoria y prolongan la situación hasta que médicos en función de lo que observan dan la voz de alarma, y un fiscal ordena el desembarco como ha hecho el de Agrigento, algo muy singular, que no había sucedido hasta el momento en esta materia y que supone una actuación en el campo del ejecutivo y una desautorización a este.
El hecho de que en estos momentos naveguen por el Mediterráneo varios barcos llenos de emigrantes sin saber cuándo, dónde desembarcar ni tampoco qué sucederá una vez en tierra, nos lleva a preguntarnos cómo actuar ante movimientos migratorios que no van a cesar en el futuro pues el emigrar ha sido y es consustancial con la condición humana. La obligatoriedad de permanecer de por vida en un territorio sería una nueva forma de esclavitud vinculada a la tierra y lejos de todo derecho a la libertad de movimientos.
La Europa envejecida necesita hoy de la emigración para que los índices de defunción no superen los de natalidad, lo que conduciría a un «suicidio demográfico» como advierte el profesor de geografía humana Rafael Puyol, tal y como ha sucedido en España hasta 2018, cuando la población, tras años de pérdidas, aumentó en más de 300.000 personas gracias a ella.
Pero la cuestión en estos momentos es el cómo actuar para que la emigración encuentre cauces regulares para moverse y luego poder adaptarse a nuevas vidas. Si convenimos que los objetivos de quienes emigran de manera no legal son fundamentalmente el encontrar una forma de vida mínimamente aceptable , de cuya existencia tienen noticias, no hay más remedio que intentar actuar en los países desde donde mayoritariamente se producen las salidas. Si España y Francia ayudan a Marruecos, otros países o la propia UE debería fijar un plan para colaborar con varios de ellos en la formación de gobiernos y administraciones para después ayudar en educación, formación e infraestructuras básicas que hicieran disminuir tanta emigración forzada. No caben medidas espectaculares que resuelvan situaciones de cientos de miles de personas que hoy malviven en países donde nada hay que aprender, ningún lugar donde trabajar y tampoco gobiernos que conciten esperanzas algunas.
Y si se quiere evitar que barcos no suficientemente capacitados deambulen por el mediterráneo repletos de emigrantes en situación no legal, solo cabe hacer difícil la salida de lanchas propiciadas por redes mafiosas desde las costas de países del norte de África.
Creo que muchas personas nos hemos preguntado, hace algunas semanas, cual hubiera sido nuestra elección si como capitanas de un barco con más de cien personas a bordo y en condiciones humanas imposibles de soportar por más tiempo, se nos hubiera negado la entrada en un puerto. La elección era ingresar en prisión tras un atraque prohibido o aceptar la muerte de algunos de los que iban a bordo . Son malas las dos opciones, pero la de las muertes es la peor porque, aunque nadie te acuse formalmente, tampoco nadie comprenderá que pudiste evitarlas, aunque fuera a costa de tu libertad.
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