Manuel Marín - Análisis
La «nueva política» envejece
Atrás quedó aquella campaña del 20-D en la que Ciudadanos , eufórico tras el «sorpasso» que hundió a PSC y PP en Cataluña, abrumaba en los sondeos con una tercera plaza garantizada. Eran los tiempos en los que Podemos difícilmente dejaría de ser cuarta fuerza y, por tanto, la más penalizada con la Ley D´Hondt. Albert Rivera no dudó entonces en generar una zona de confort en torno a su hiperliderazgo, basada en el automatismo de unos discursos locuaces y atractivos y en una cuidada telegenia mediática, pero también en una ambivalencia ideológica que no le dio los resultados deseados. El caos interno del PSOE ya apuntaba maneras, y en alguna encuesta de trazas sospechosas, de esas de cocina opaca y extraña, llegó a especularse con que «meteorito Rivera» ganaba opciones de ser segundo.
La votación supuso un aterrizaje forzoso en la crudeza de las cifras, y la resaca electoral provocó en Rivera un despertar agridulce. No era un plató televisivo, sino el recuento oficial. Apenas el 14 por ciento de los votos y 40 escaños , la mitad de los 80 que algún sondeo llegó a atribuirle. Siendo un éxito, fue una decepción para un partido llamado a condicionar el Gobieno, porque a la postre sus escaños resultaban irrelevantes. Rivera infravaloró las expectativas reales de Podemos y apuntó directamente al derribo de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.
Hoy, el cambio de estrategia en Ciudadanos es sutil , pero perceptible. El viaje de Rivera a Venezuela ha supuesto un placaje sin miramientos a Podemos, y un aviso de que no consentirá un Gobierno populista . Si antes del 20 de diciembre las exigencias cinematográficas de la «nueva política» imponían a Iglesias y Rivera una complicidad sobreactuada en torno a confidencias y ansias regeneradoras frente a los caducos PP y PSOE, ahora Ciudadanos identifica a Podemos como el rival al que arrancar más votos. La fidelidad electoral al PSOE es escuálida, pero promete no tocar más fondo… porque ya no queda nada bajo el sótano de sus 90 escaños . Y por la derecha, Ciudadanos asume un retorno al PP de votantes influidos por la necesidad de un «voto útil».
Por eso, el previsible aumento de la abstención solo debe provenir del extremismo defraudado con Iglesias. Los trasvases de votos van a marcar esta campaña, y la opción solvente de Ciudadanos para crecer pasa por arruinar las expectativas de Unidos Podemos . Es difícil porque se trata de un electorado firme al que el discurso facilón del vuelco al sistema aún le motiva . Además, no le desgastan las acusaciones de financiación ilícita a través de Venezuela o Irán, ni los vicios de casta nepotista en que ya incurren algunos de sus dirigentes y alcaldes. Rivera pactó con Sánchez, y ahora suaviza el tono con el PP aparcando la arrogancia de los vetos. La regeneración y la pulcritud virginal empiezan a ser un soniquete, no un talismán electoral, y su éxito depende más de presentar a Iglesias como el último troglodita del comunismo, que de reírse juntos las gracias, como aliados frente a la «vieja política» . La «nueva política» envejece y anda a bastonazos.
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