«El irlandés» explicado por Cataluña
Cataluña se parece mucho más a «El irlandés» de Scorsese, que al «Lincoln» de Spielberg, porque si en la segunda la corrupción y la violencia son herramientas para conseguir un noble objetivo con la sincera esperanza de crear un mundo mejor
Parece lo más extraño que jamás hayamos vivido pero es lo que ha sucedido siempre en Cataluña . La bronca navajera entre Esquerra y Convergència por el poder, por el poder autonómico, por el poder económico y por la intimidación del poder, viene de un silencio –Raimon lo dice– antiguo y muy largo. La Ley nunca ha tenido prestigio en mi tierra y sólo se ha usado para saltársela o para retorcerla fraudulentamente y convertirla en arma contra los enemigos. No es casualidad que Esquerra y Convergència piensen que un presidente del Gobierno pueda sacar a la gente de la cárcel, ni obviar la Ley o la Constitución a su gusto y conveniencia.
No siempre estuvo Esquerra. Convergència, casi siempre. La coartada no solía ser la independencia, pero alguna forma de nacionalismo formó en todo momento parte del gran pretexto . Cataluña se parece mucho más a «El irlandés» de Scorsese, que al «Lincoln» de Spielberg, porque si en la segunda la corrupción y la violencia son herramientas para conseguir un noble objetivo con la sincera esperanza de crear un mundo mejor; en la primera se usa una esperanza fraudulenta, en la que nadie cree, ni está interesado siquiera, para perpetuar el único objetivo de la corrupción , la intimidación y el poder.
Bajo el pujolismo, el primogénito del president, no contento con cobrarle a la familia Suqué el 15% de sus ganancias, a cambio de la concesión administrativa de juegos y apuestas de la Generalitat, acabó exigiéndole que contratara a sus mismo asesor fiscal, Sánchez Carreté, para poderle atracar con más comodidad, desde dentro de su propia casa. En aquella misma época, el abogado Juan Piqué Vidal libraba a Pujol de ser procesado por Banca Catalana.
La entonces mano derecha del expresidente, Lluís Prenafeta, le había contactado para que le señalara qué magistarados de la Audiencia eran sobornables, y le averiguara qué piedra tenía cada cual en el zapato; y uno a uno fueron llamados a cenar –normalmente en el restaurante Gorria de Barcelona– y el secretario general de la Presidencia, guiado y acompañado por el letrado, tenía la oferta exacta y hecha a medida que ninguno de ellos pudo rechazar. En la víspera de la votación crucial pudo decirle a su jefe: «president, guanyareu, 33 a 8».
Piqué Vidal poseía una envidiable rapidez mental y una gran facilidad para la extorsión y el chantaje. Con Albert Garrofé , quedaban cada mañana para dar un paseo por Pau Casals –antes General Goded – y acababan desayunando en Can Jaume y decidiendo en ese mismo lugar a qué empresario iban a chantajear. El proceso era siempre el mismo: le daban el nombre del elegido al tercer socio de la trama, el juez Luis Pascual Estevill , que le amenazaba con la cárcel y el embargo de sus bienes y todo el mundo sabía en Barcelona que la única solución era contratar los servicios de Juan Piqué para pactar la cantidad que llevaría al magistrado a retirar los cargos.
«Sacárselo de encima»
No era un secreto que esto ocurría. No era un secreto para nadie. Pujol y su gobierno lo sabían, y permitieron que desde 1990 –cuando Estevill llegó a la carrera judicial por el cuarto turno– hasta 1994, este sistema de extorsión funcionara con total impunidad y sin la menor limitación. En lugar de denunciarlo, Pujol optó por proponer a Estevill como vocal del Consejo General de Poder Judicial, para «sacárselo de encima», porque tanto su familia como destacados miembros de su gabinete tenían trapos sucios que el juez conocía y que temían que aireara si le enfadaban. En Cataluña hace décadas que cada trama tiene una trama superpuesta y es imposible encontrar un solo rincón libre de mancha.
Estevill cayó porque entre sus chantajeados, uno decidió plantarle cara. Fue el empresario José Felipe Bertrán de Caralt , considerado entonces una de las primeras fortunas de España. Aceptó ingresar en la cárcel Modelo de Barcelona, acusado de fraude fiscal y falsificación de documento. Piqué Vidal le había pedido 50 millones de las antiguas pesetas (300.000 euros) para Estevill, pero en lugar de pagar, Bertrán acusó al juez de prevaricación y éste fue el prinicipio del final del extorsionador. Lo que indignó al empresario no fue tanto la cifra, que no era dinero para él, sino que Piqué y Estevill acudieran a extorsionarle precisamente a él, que ya pagaba al abogado Javier Arraut para «tener contento» a José María Huguet, el entonces jefe de la inspección de Hacienda de Cataluña.
«El Confesionario»
Arraut era el Piqué Vidal de Huguet, y también todo el mundo en Barcelona sabía que cuando a uno le caía una inspección el recorrido era acudir al despacho de don Javier, que para estos asuntos tenía una habitación especial a la que le llamaba «El Confesionario», donde les explicaba a sus clientes la cantidad y el método de pago para que Huguet dejara de inquietarles. Los principales empresarios catalanes pasaron por «El Confesionario», y si hoy empezáramos a escribir sus nombres, la lista sería tan larga que no acabaríamos hasta Semana Santa. Pero de todos ellos sólo acabó en la cárcel José Luis Núñez , que pagó muy caro haberle parado los pies a Pujol y a su familia, que tuvieron la incesante obsesión de usar al Barcelona para su política.
Entre Piqué y Estevill, y Arraut y Huguet; los indisimulados desmanes de los hijos del president; la idea de que no era robar si lo hacías «por Cataluña»; y esa sensación de que España y el mundo entero nos debían algo, la Ley perdió cualquier prestigio en Cataluña y obedecerla era visto como un modo de traición, de colaboracionismo, cuando no directamente de estulticia. Cuando a Esquerra y a Convergència la Ley les parece un argumento menor para no poder celebrar un referendo de autodeterminación o de independencia, o para no poder sacar a sus amigos de la cárcel, no es un cinismo sino una convicción forjada a lo largo de las décadas. El objetivo nunca fue la independencia –sólo hace falta ver qué tipo de independencia declararon en 2017, que ni ellos mismos la defendieron ni se la creyeron– sino el poder cantonal, con sus atributos y sus recursos.
300 años «luchando»
Lo que el independentismo parece no haber aprendido es que al margen de la Ley siempre gana el más salvaje, y que de cada nueva brutalidad, cuesta cada vez más regresar. Lo sabe Junqueras desde la cárcel . Lo sabe Puigdemont desde Bélgica . Lo sabe Robert de Niro como narrador de «El Irlandés» y lo sabe Martin Scorsese, que ha explicado en su última política una de las agonía más lentas y terribles de la historia del cine. Cataluña no ha llegado hasta aquí por casualidad, ni por culpa de España, sino porque en cada época de su historia –por debajo de los relatos míticos y normalmente ficticios que se han construído– ha negociado con sus necesidades y con sus esperanzas en lugar de defenderlas.
Sólo así se entiende lo mucho en nombre del catalanismo se ha robado y lo poco que políticamente ha conseguido, aunque sólo sea porque en los 300 años que Cataluña lleva «luchando por su libertad» –según la contabilidad oficial del nacionalismo– muchos otros países, más de 150, han conseguido su independencia, siendo algunos de ellos mucho más débiles y pequeños y enfrentándose a Estados mucho menos garantistas que España y mucho más temibles.
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