Radiografía de los ayuntamientos populistas
La historia de un ciclista y el cuento de las «reinas magas»
Ribó opta por los «gestos» y abandona la gestión a su suerte para cuando termine de desmontar la «era Rita»
![Joan Ribó](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2016/02/29/ribo-ponce--620x349.jpg)
«Como no pase el alcalde...». Santiago se aposta frente al ventanal de la bodeguilla Manolo-Cafés Valiente y mira la senda encarnada del carril-bici desierta toda la mañana, como todos los días. De fondo, como si fuera la banda sonora de la sobremesa del Cabanyal, los jugadores repiquetean sobre los mármoles las fichas de dominó en la partida vespertina. Santiago lleva viviendo medio siglo a dos pasos del mercado del barrio, casi el único vestigio comercial de este emblemático y antiguo enclave de pescadores cuyo corazón destartalado -tomado por una herrumbrosa amalgama de marginales, okupas, mercheros, chatarreros, desclasados y otros oficios de la cara oscura de la vida- prometió arreglar Joan Ribó cuando llegó en bicicleta al Ayuntamiento de Valencia , un día de san Antonio...
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Ribó es el alcalde y el único ciclista que Santiago espera que aparezca pedaleando en el desértico carril-bici que serpentea por el Cabanyal. Lo primero que hizo al llegar al cargo fue derogar el plan urbanístico elaborado en la «era Barberá». En realidad fue un brindis al sol porque el proyecto estaba descarrilado de facto desde que los socialistas blindaron por ley esas manzanas ulceradas que van a dar al mar. El nuevo alcalde ha cambiado al gerente del plan, puesto encomendado ahora (tan a dedo como fue designado su predecesor) a un vecino que es profesor de Dibujo de la ESO, Vicente Gallart, veterano dirigente del movimiento vecinal que reconoce cierto vértigo porque «hemos salido de la trinchera y ahora hay que empezar a gestionar la rehabilitación». A Santiago, Ribó le parece «ni fu ni fa» y coincide con otros parroquianos de la bodega en que poco va a poder hacer «porque no hay dinero. Ahora dicen que se lo van a pedir a Bruselas... pero está Bruselas como para regalarlo».
Oposición al cuartelillo
Como Madrid y Barcelona, Valencia -la tercera ciudad de España, con 800.000 almas repartidas en su vasto municipio de 13.455 hectáreas- también está en manos de la «nueva política», un populismo de extrema izquierda que en estas hermosas orillas del Mediterráneo se viste con ínfulas catalanistas. Al frente, Ribó, cuya principal misión parece orientada por el propósito de «desmontar a Rita», alcaldesa de la ciudad durante más de dos décadas. Con el grupo municipal popular sitiado por las sospechas de corrupción, neutralizado al tener imputados a nueve de sus diez concejales, los valencianos viven como el pan nuestro de cada día la detención de cualquiera de los anteriores responsables municipales. El último ha sido Alfonso Grau, santo y seña del «ritismo» al «caloret» de un cuarto de siglo en el poder, apresado por la Guardia Civil esta misma mañana en la que Santiago miraba por el ventanal del bar.
El balcón y las magas
Ribó es un comunista de la vieja escuela, concienzudo en sus prejuicios ideológicos y que pedalea a favor de corriente aprovechando el trajín judicial y las redadas que acorralan al PP. Todos sus gestos van encaminados al desmontaje de la era Barberá . Si primero fue el brindis del Cabanyal, luego vino abrir «al pueblo» el balcón del Ayuntamiento, creando una suerte de «atracción turística» (modelo «toma del palacio de invierno») para poder subirse al asomadero principal del Consistorio como metáfora de la rendición de la plaza. Como remate, y por si alguien no se había dado cuenta de la «gesta», lo siguiente fue subir allí en enero a las «tres reinas magas» en un trasunto de cabalgata laica, republicana y libertaria que simbolizaba la llegada a Valencia -vestidas como «fräuleins» de la «Oktober fest» despachando cerveza- de las señoritas Libertad, Igualdad y Fraternidad, que la última y única vez que se celebró en la ciudad fue en 1937, cuando los españoles se estaban matando a tiros.
Censo de gatos
Por el momento, el nuevo equipo municipal ha decidido apostar por la pirotécnica política, «por los gestos», guiado por lo que suele acompañar al progre de manual, en el caso de Ribó con una manita de barniz ecologista a modo de betún de Judea. De nada se ha privado en este aspecto, incluyendo la Concejalía de Bienestar Animal, que no da un duro a la Fiesta de los toros, que en la Feria de Fallas genera 10 millones de euros en la economía local. Eso sí, se ha encargado al área competente la elaboración de un «censo de colonias de gatos callejeros» y se facilitará un carné para que quienes los cuiden no tengan un problema con los guardias por echarles de comer. El carné de cuidador de gatos callejeros da una buena medida de la alta misión de la concejalía, que lo primero que hizo fue liquidar las licencias a los circos con animales.
«Pájara» en la gestión
Al margen de los gestos, en lo que se refiere a la gestión, ese día a día que mide el pulso de las ciudades, su brío y la calidad de vida de los vecinos, a Ribó parece que le ha entrado cierta «pájara». Ahí pedalea con dificultad el ciclista de Compromís. Las asociaciones de vecinos -como en todas las grandes urbes dominadas por el «progresismo»- se quejan de que la ciudad no ha mejorado nada en su limpieza , presunto caballo de batalla que la «nueva política, la que piensa en las personas» iba a arreglar en un periquete. Habla bien claro al respecto Antonio Pérez, de Benimaclet, que asegura que «todos los barrios están sucios, porque se baldea una vez al mes y los contenedores se limpian cada tres meses». De la misma opinión son en Tres Forques, que Ribó lo tiene a diez minutos en bici desde el Ayuntamiento, y algunos de cuyos rincones están abandonados de toda higiene, «con un solo barrendero para un montón de calles», según Elena, una vecina. Se ven ratas y los hierbajos en los jardines tienen vida propia. Allí mismo se alza el grupo de viviendas Antonio Rueda, donde en vez de mandar barrenderos van a cambiar el nombre de las calles, «¡por falangistas!», para poner en su lugar nombres de feministas de la II República. Vuelta al 37. Más gestos.
Asido a la política «que piensa en las personas», Ribó mantiene una cruzada contra el tráfico rodado de vehículos (de más de dos ruedas, claro), como si en los coches no fuera gente. «Lo primero son los peatones, lo segundo las bicis y lo tercero el transporte público», dejó sentenciado hace un mes el alcalde, cuya aspiración es «el cierre paulatino del centro al tráfico». La peatonalización de los alrededores del Mercado Central, una alhaja modernista que acoge a 257 comerciantes, tiene a la lonja en pie de guerra. «A un mercado se va a comprar y suele salirse con bolsas con fruta, carne, pescado…, no con un sobre con sellos y una postal», comenta un comprador que acarrea sus viandas por entre el bullicio de las terrazas del exterior de camino a una de las paradas del autobús cercanas a la plaza, donde solo llegan tres líneas. Mientras, el aparcamiento de Ciudad de Brujas duerme el sueño de los justos. ¿Una obra? ¡Peligro!
Los horarios comerciales suponen otra de sus justas en esa difícil relación de la extrema izquierda con las libertades individuales... de los demás. Compromís se propuso terminar con la libertad de apertura imperante en cinco zonas . Cuando le dijeron el dineral que se perdía, accedió a abrir la veda en dos de ellas, lo que le valió las quejas de los sindicatos, que ahora no perdonan a Ribó «que se haya vendido a El Corte Inglés». Ganas de meterse en líos…
Al día siguiente de su toma de posesión sin vara (otro gesto), Ribó fue en bici al Ayuntamiento, lo que tampoco le convierte precisamente en Fausto Coppi si tenemos en cuenta de que vive a tres manzanas del Consistorio. Casi mejor iba andando. Pero poco a poco la ciclo-política se le va pasando, que ya lleva mil kilómetros recorridos en el coche oficial. Y así, ni Santiago le va a poder ver por el desierto carril-bici del Cabanyal en esta historia de un ciclista.