Entrevista
Herrero y Rodríguez de Miñón: «La lealtad a la Constitución consiste en aplicarla fielmente»
El exdiputado y ponente constitucional, ahora miembro permanente del Consejo de Estado, homenajea en ABC al difunto Pérez-Llorca
Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón (Madrid, 1940), uno de los siete «padres» de la Constitución y uno de los dos únicos que aún vive, defiende sin ambages la vigencia de la Carta Magna frente a quienes tratan de «reformarla cada día». Este martes, en la gala de los Premios Nacionales de Cultura del Museo del Prado, el Rey Felipe VI aplaudía el enorme legado que deja el fallecido ponente constitucional José Pedro Pérez-Llorca , a quien su amigo y compañero de fatigas Herrero y Rodríguez de Miñón reconoce como «uno de los grandes muñidores» de la Transición.
—Hace dos domingos Miquel Roca definía en ABC a Pérez-Llorca como uno de los grandes artífices del consenso. ¿Cuál fue su mayor aportación a la Constitución?
—Es muy difícil ahora especificar los artículos que literalmente hiciera. Hay muchos de su propia mano y de su puño y letra, pero sobre todo el anteproyecto de Constitución fue una obra colectiva. Desde luego Pérez-Llorca, por su especial buena relación con el presidente Suárez y por su propio talante diplomático, fue uno de los grandes muñidores del consenso constitucional. Él contribuyó decisivamente al clima de consenso.
—¿Qué más le debe España?
—Yo ya he destacado su decisiva contribución al ingreso de España en la Alianza Atlántica. Esto lo hizo siendo ministro de Exteriores del Gobierno Calvo-Sotelo y, bueno, la verdad es que allí también muchos contribuimos tanto desde la UCD, donde yo entonces también estaba, como desde otros partidos como Minoría Catalana y Alianza Popular, desde luego. Pero el liderazgo de aquella operación lo pilotó Pérez-Llorca como ministro de Asuntos Exteriores. Solamente su tenacidad y su buen saber y mejor hacer hizo posible esa integración.
Mensaje a los políticos actuales
«Es imposible estarse injuriando todo el día y después querer acordar nada. Cuando se demoniza al adversario, después no se puede pactar con él»
—¿Cómo era su trato personal con él?
—Yo tenía con él una buena amistad que se inició antes del proyecto constituyente. Ambos coincidimos en la facultad, aunque no en el mismo curso. Había una relación cordial que se profundizó a través de los meses de trabajo. La última vez que estuvimos almorzando juntos fue hacia octubre o noviembre. Después hablé con él personalmente durante el cuarenta aniversario de la Constitución, pero la última vez que hablé con él fue la semana antes de morir. Fue una conversación telefónica en que le dije: «No sabe la bacteria que tienes dónde se ha metido. Ganarás la batalla». Desgraciadamente, no ha sido así.
—¿Qué consejo daría a los líderes actuales para recuperar el consenso?
—Primero, que se llevaran bien. Es imposible estarse injuriando todo el día y después querer acordar nada. Por dos razones: primero porque cuando uno ha insultado a otro, el otro no se fía del uno; pero segundo, cuando se demoniza al adversario, después no se puede pactar con él porque el propio partido no te dejaría hacerlo. Lo primero que haría falta es rebajar el tono. El verdadero consenso no consiste en intercambiar cosas. Se tiene una meta común y cada parte contribuye a ella. Ese es el verdadero consenso.
—¿Diría usted que la Constitución es el mayor éxito de la democracia?
—Sinceramente, lo creo. Sin duda su redacción, que ha sido más afortunada que su aplicación, pero también su aplicación, que está siendo mayoritariamente correcta en estos cuarenta años. Hay que destacar que las elecciones desde 1977 son limpias, cosa que nunca había ocurrido en España. Yo creo que la lealtad a la Constitución consiste en aplicarla fielmente, no en tratar de reformarla todos los días.
—¿Cuál cree que es el punto fuerte de la actual Constitución?
—El punto fuerte es su estabilidad. Las constituciones, todas, todas, se han hecho y se hacen para garantizar una estabilidad, que es el primer requisito de la seguridad jurídica y política. Ese es el punto fuerte. Y claro, si eso se pone en tela de juicio, se hace un grave daño al edificio en su conjunto.
—¿Y el débil?
—El débil está no en el texto constitucional, sino en quienes exigen de este que sustituya a la realidad. Por mucho que se quiera decir que se tiene derecho al pleno empleo, este es un producto de determinada política económica y de determinada evolución social. Se cree que la Constitución sustituye a la realidad política y no; la Constitución encauza esa realidad. Después los agentes políticos tienen que ser honestos y eficaces, y los votantes, acertados, pero eso depende de la realidad de cada día; no del texto constitucional.
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