Análisis
Dos Españas que se odian
Es la eterna España a garrotazos en la que la moderación ha sido derrotada y se ensalza el extremismo para pervertir la dignidad de las instituciones
Investidura de Pedro Sánchez en directo
España ya está donde quería Pedro Sánchez. Donde siempre quiso situarla Rodríguez Zapatero cuando un micrófono indiscreto le delató animando a «tensionar» a los españoles como estrategia idónea para los gobiernos de la izquierda. La sesión de investidura ha demostrado que, más allá de los excesos teatrales del hemiciclo, España está sometida a un test de estrés traumático . Cuarenta y cinco años después de la Transición, el retorno fatídico de las dos España será una evidencia.
No se trata de aventar análisis apocalípticos, sino de constatar que ni siquiera hay una España con ocho naciones contadas por el socialista Iceta, sino dos Españas que han reactivado su antagonismo de ira mutua instalada en el desprecio más rencoroso. España no es una nación plural, sino un sentimiento que ha vuelto a romperse en mil pedazos. España es la polarización de un odio creciente con base ideológica, sí, pero que va mucho más allá. A España la recorre el espíritu del revanchismo, la fractura emocional, la ruptura de las ideas, el desprecio al consenso, la aversión intelectual al discrepante y la fragmentación cainita. Es la eterna España a garrotazos en la que la moderación ha sido derrotada y se ensalza el extremismo para pervertir la dignidad de las instituciones.
Glosar la ruptura del constitucionalismo, o aportar palabras gruesas para denunciar el esperpento que ayer se vivió en el Congreso empieza a resultar manido. Más parece, como sostiene Sánchez, la conjura de una derecha airada por no poder gobernar. Pero es incierto. No es mal perder. Es la preocupación propia de quien percibe al P SOE alejándose del espíritu de convivencia que fraguó la democracia con el socialismo como activo muy relevante. Hoy, ese PSOE «complejo y plural» se ha sumado en toda España al triunfo parcial que ha logrado el separatismo en sus territorios, allí donde la espiral del silencio ha sido fulminada por el adoctrinamiento y la normalización de lo antidemocrático.
La debilitación de los mecanismos de autodefensa del Estado frente a quienes amenazan la ley o chantajean a sus instituciones será un hecho si la presidencia del Gobierno no las defiende. Y no lo ha hecho en dos días de debate. La derecha, enredada en su pugna de gallitos, no lo supo ver llegar. Toca que purgue su egoísmo de aprendices de patriotas. A la España constitucional le toca una larga digestión de cuatro años de error por haber abortado antes de nacer una alternativa factible frente al soberanismo rupturista. ¿De verdad a Sánchez no le preocupa la fractura sentimental de España?
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