Vic, cuartel y cantera del catalanismo identitario

Los vecinos cierran filas con su alcaldesa, Anna Erra, acusada de racista en una ciudad que ha sido el laboratorio del nacionalismo antiinmigración

Una mujers pasea por las calles de Vic ante la mirada de una pintada de Puigdemont ADRIÁN QUIROGA

Miquel Vera

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Las declaraciones de Anna Erra, alcaldesa neoconvergente de Vic (Barcelona), afirmando en el Parlament que quienes hablan catalán son físicamente diferenciables del resto de la población ha causado una oleada de indignación a lo largo de los últimos días. No obstante, quienes conocen de primera mano el contexto sociopolítico de Vic advierten de que la alcaldesa y diputada de Junts per Catalunya (JpC) no hizo más que verbalizar en público la ideología identitaria que impera en algunas comarcas de la Cataluña interior , donde gobiernan desde hace décadas las facciones más reaccionarias de un nacionalismo catalán que no tiene reparos en agarrar la bandera de la xenofobia y los discursos antiinmigración cuando lo considera oportuno.

Al ser preguntados por las polémicas opiniones de su alcaldesa, muchos vecinos de Vic la aplauden y cierran filas a su alrededor. «Es una alcaldesa popular, no entiendo por qué se ha montado tanta polémica por lo que dijo», explica a este diario Casimiro Masdeu desde la Plaza Mayor de la localidad. Ante la atenta mirada de una docena de inmensos retratos de los «presos políticos y exiliados» secesionistas, otro vecino –Angel– señala que se han «malinterpretado» las palabras de Erra y advierte de que en Vic no hay ningún conflicto lingüístico. «En todo caso el conflicto lo sufrimos los catalanes», agrega . Para él, igual que para la primera edil, un «autóctono catalán» es quien tiene padres, abuelos y bisabuelos catalanes, como es su caso.

En el otro lado quedan quienes llegaron a Vic sin hablar el idioma cooficial de la comunidad y que por ello sufrieron un choque cultural en una ciudad que ya no se siente parte de España («Independencia o muerte», rezan unas pintadas que se pueden ver de forma omnipresente por toda la ciudad). Marcela Castanho, brasileña, cuenta a ABC que lo primero que hizo al llegar a la comarca fue aprender catalán. «Aunque la mayoría son buena gente, esta es una ciudad hostil con los inmigrantes. Muchos creen que si vives aquí tienes que hablar catalán sí o sí, yo lo aprendí antes que el castellano», confiesa. Kali Yeboah, un joven que llegó hace un año de Ghana para trabajar en la industria cárnica coincide con ella aunque afirma que las largas jornadas en el matadero no le dejan tiempo para estudiar ni relacionarse con «autóctonos».

«Acabará mal»

A su vez, Pilar Roca, una religiosa de avanzada edad dedicada al cuidado de ancianos, atribuye al nacionalismo que tradicionalmente ha dominado Vic la escalada de tensión que vive la ciudad en cada nuevo capítulo del procés. «Como monjas, no nos metemos en política, pero aquí hay un catalanismo fuerte. Hacemos ver que no lo vemos, pero acabará mal». «Españoles o catalanes, todos somos hijos de Dios», recuerda tras criticar que la estatua al obispo Abat Oliba de la plaza de la Catedral esté cubierta de lazos amarillos desde hace tiempo. «Han pedido que los quiten, pero no obedecen, y eso que está delante del obispado», lamenta.

Tal y como apunta esta exmisionera, el catalanismo más identitario lleva siglos arraigado en pueblos y ciudades de la Cataluña de tradición carlista como Vic, donde los partidos secesionistas tienen 20 de los de los 21 concejales municipales. No es raro entonces que en esta ciudad de niebla perenne nunca haya gobernado una formación no alineada con los postulados nacionalistas. De hecho, siempre han mandado los mismos. Primero CiU y ahora Junts per Catalunya, el artefacto político que pilota Carles Puigdemont desde Waterloo.

La Plaza Mayor, plagada de símbolos secesonistas ADRIÁN QUIROGA

En el caso de Erra, llegó al poder el 2015 tras redondear su victoria con el aval del único regidor del PSC. Posteriormente, Puigdemont la aupó al Parlament y en el siguiente mandato ya no necesitó los votos socialistas, pues logró la mayoría absoluta. Con este panorama, Vic se ha convertido en una de las «capitales simbólicas» de la «república catalana» proclamada en 2017, aunque no sin polémicas. En 2018 el consistorio aceptó que la ANC emitiera a diario y durante varias semanas un mensaje político a través de la megafonía municipal. «No normalicemos la situación de excepcionalidad y de urgencia nacional. Recordemos cada día que todavía hay presos políticos y exiliados. No nos desviemos de nuestro objetivo: la independencia de Cataluña», proclamaba cada día el audio. Una estampa inquietante, a lo «1984», solo asumible para unos vecinos acostumbrados desde hace años a un nacionalismo desbocado y casi omnipotente.

Algunos resisten. En octubre de 2018 un coche se lanzó a la plaza mayor para arrollar decenas de cruces amarillas instaladas por los independentistas simbolizando un cementerio en recuerdo de los presos del 1-O. Erra calificó la acción de «atentado contra la libertad de expresión» y Torra prometió represalias contra el conductor, un vecino harto de los símbolos secesionistas que acabó siendo delatado a la policía por un vecino de escalera.

La escuela viguetana

A pesar de su historial de compromiso ciego con el «procés», Erra deberá desempeñarse a fondo para superar a quienes la han precedido en el cargo. No en vano, antes que ella gobernó la ciudad otro nacionalista que tampoco tuvo pudor alguno en flirtear con los discursos xenófobos, Josep María Vila d'Abadal. Acechado por el auge de Plataforma per Catalunya –un partido racista no independentista nacido en Vic y que luego se extendió por toda Cataluña– este hijo de terratenientes y militante de Unió Democràtica apretó su discurso. En 2011 afirmó que no tenía intención de «pedir» a los inmigrantes (el 25% de los 45.000 habitantes de Vic) que se integraran sino que les iba a «obligar» a hacerlo bajo la amenaza de negarles el empadronamiento. «Aquellos que no quieran sentirse de aquí, no tendrán cabida en esta ciudad», zanjó. Con una competencia tan dura el partido racista local pasó de controlar la oposición a desaparecer. En 2019 Plataforma per Catalunya se disolvió y recomendó a sus militantes unirse a Vox.

El «procés» en su peor versión se ha encargado de actualizar la influencia de este catalanismo identitario formando una suerte de «cantera viguetana» de dirigentes ultranacionalistas con un poder discreto pero resistente al paso del tiempo. Anna Erra es el último ejemplo.

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