Enquiridón
Sola y borracha, quiero llegar a casa
Irene Montero se echó a correr y entregó a sus colegas un verdadero churro
El Ministerio de Igualdad ha adelantado el lema que presidirá mañana la manifestación convocada en Madrid para proclamar los derechos de la mujer: «Sola y borracha, quiero llegar a casa» . La frase es profunda, patéticamente desafortunada. Inspirada en una de las consignas que se vocearon en la calle a raíz de la sentencia judicial sobre la Manada, tuvo sentido (no por fuerza razón) en su momento. Pero separada de ese contexto se convierte en una chuscada de esas que se oyen corear en las despedidas de soltera. Pegadiza y buena para armar bulla, y poco más. Hasta aquí, lo pueril.
Lo menos pueril es que Irene Montero , muy empeñada en que el anteproyecto de ley sobre libertades sexuales estuviese aprobado antes de la gran parada del domingo, se echó a correr y entregó a sus colegas un verdadero churro. Los expertos tuvieron que trabajar duro para que el churro asumiese un formato compatible con lo que se entiende que debe ser un documento jurídico normal. Al final, el borrador y el estrambote callejero han resultado ser tal para cual: puros reclamos publicitarios. La ministra de Igualdad no parece haber averiguado aún la diferencia entre legislar y hablar desde un plató de televisión.
La revisión del borrador ha provocado una respuesta airada de Pablo Iglesias , unido a la ministra por vía sentimental, amén de política. «En las excusas técnicas hay mucho machista frustrado» , comentó en los pasillos del Senado. La apostilla es perfectamente coherente con lo que cabe esperar de una persona que se ha formado en el leninismo elemental. Las garantías legales, no lo vamos a negar, son un invento fastidioso: obstruyen las maniobras del político remitiéndole a un entramado normativo que existía antes que él y, habiendo suerte, durará más que él. Demasiado para Pablo Iglesias e Irene Montero, a quienes el procedimiento exaspera tanto como las reglas de tráfico al conductor que desearía llegar a su destino en línea recta y con el acelerador pisado a fondo.
«Montero no parece haber averiguado aún la diferencia entre legislar y hablar en la televisión»
Todo esto tiene un correlato de carácter moral: en una democracia liberal se ha de gobernar para todos, que no es lo mismo que hacerlo a gusto de todos. ¿Cómo se logra esto? Esencialmente, mediante un ejercicio de contención. Hay que hacer soportable lo que no convence a muchos buscando acuerdos donde sea posible, y limando aristas o matizando los mensajes allí donde es inevitable que acabe por prevalecer una de las partes. La alternativa es la dictadura o la unanimidad. Los modelos democráticos al estilo de Unidas Podemos juntan las dos alternativas postulando una unanimidad imaginaria, solo ejecutable si se declara enemigo al que piensa distinto. Los resultados son manifiestamente mejorables, según queda confirmado por los documentos históricos y un considerable montón de cadáveres.
Se dirá que estas reflexiones resultan demasiado solemnes habida cuenta de lo que tenemos en realidad: un gobierno cosido con piezas incongruentes por actores cuyas ideas son de quita y pon. Con frecuencia, sin embargo, las consecuencias no guardan proporción con las causas. La gobernanza imprudente genera división social y la última hace imposible la gobernanza, en un proceso que se retroalimenta y que acaba mal. De momento, Sánchez está desvencijando la armadura institucional del Estado por un motivo absolutamente comprensible: no adivina otro medio de seguir en el poder. La oposición no sabe/no contesta. Y Unidas Podemos no se encuentra intelectual ni emocionalmente preparado para apurar la distancia que separa la expansión sobre el pavés del oficio severo e ingrato de colaborar en la administración responsable de un país. Solo se siente cómodo cuando habla para sus cuates, sucedáneo ramplón de la unión mística a que alude el nombre de su partido.
Noticias relacionadas