Análisis
El debate de la marmota: el análisis del lenguaje de los candidatos
Como en aquella película que protagonizó Bill Murray, nuestros candidatos presidenciales siguen atrapados en un bucle que paraliza al país
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Albert Rivera dimite tras el batacazo de Ciudadanos
Como en aquella película que protagonizó Bill Murray, nuestros candidatos presidenciales siguen atrapados en un bucle que paraliza al país y del que ayer no se vislumbró una salida clara. Aunque todos hicieron propuestas, reiteraron sus reproches y no aclarararon cómo y quién conformará el Gobierno que la sociedad reclama, que apruebe nuevos presupuestos y que se ponga de proa a la incierta situación económica que se avecina.
Los artículos que exhibe Rivera durante el debate –esta vez un adoquín, otra especie de pergamino, un mapa y el ICB (el impuesto de Corrupción del Bipartidismo)–, va camino de convertirse en un recurso tan esperado como el vestuario de los presentadores de televisión en las campanadas de fin de año: las primeras veces sorprenden para acabar defraudando a muchos por el exceso de artificio. Cuando el líder de Ciudadanos realizaba sus propuestas subía enteros. Su manera habitual de argumentar basada en la utilización del yo remarca su liderazgo aunque de manera reiterada resta sentido de colaboración. «Yo quiero un país», «yo no voy a permitir», «yo propongo».
Pedro Sánchez también se mostró propositivo. Comenzó con plantear que gobierne la lista más votada y no obtuvo respuesta de los otros candidatos. También se reservó para el debate anunciar una Vicepresidencia económica y un Ministerio contra la despoblación. Hizo poco balance de su gestión como presidente y mostró una vez más su capacidad de resiliencia y su habilidad de ejercer de «corcho» que flota ante los ataques de sus cuatro adversarios.
Fue Pablo Casado con sus preguntas incisivas y directas a Sánchez –«¿va a pactar con Torra para ser presidente del Gobierno?»– las que mostraron llamativos gestos faciales de Sánchez , muchos de incomodidad, otros de desdén y a veces de impotencia.
El líder del PP buscó un tono presidencial, al tiempo contundente y sin perder las formas. Mostró su habilidad para responder con rapidez a las propuestas de Sánchez. Hubo algunas escenas nuevas en el «déjá vú» de este debate, y en esta sensación de revivir lo que ocurrió en las pasadas elecciones, que protagonizó Casado. Fue el inesperado enfrentamiento con Albert Rivera con el que alcanzó elevados niveles de contundencia .
Iglesias volvió a llegar en taxi
En esta película con escenas repetidas, Pablo Iglesias volvió a pedir nada más comenzar una ley que regule los debates, a criticar a los empresarios y a pedir a sus oponentes que cumplan las leyes del debate con algunas frases condescendientes: «Para que todo el mundo lo entienda». Volvió a elegir un taxi para acudir al debate y sentado en el asiento del copiloto. Y eligió de nuevo una camisa azul, remangada por los codos, aunque esta vez en busca de un tono más formal, con una corbata perfectamente descolocada.
Llegó Santiago Abascal en una furgoneta negra con la camisa abierta y sin corbata –el único–. Parece que cerrar la camisa justo antes de entrar al debate, sin llegar a abrocharla, le hubiese llevado a una posición moderada en las formas y radicales para muchos en el contenido. Aunque sin tomar la iniciativa para intervenir en la primera parte del debate, Abascal hizo un buen estreno y frente a su exaltación de los mítines mostró un deliberado sosiego y evitó levantar la voz. «Le dejo hablar y luego le contesto» le llego a decir a Rivera cuando éste le arrebató la palabra.
Los cinco candidatos mostraron una elevada habilidad comunicativa, como cuando se dirigían a cámara con eficacia. No favorecieron los anchos, opacos y altos atriles que impedían que el movimiento de las manos reforzase su mensaje verbal. Pudimos ver una tarima en el atril de Rivera, que finalmente no utilizó. Es lógico que se lo llegase a plantear por que, a pesar de no ser el candidato más alto, los atriles no favorecían la telegenia de ningún candidato
Ojalá los protagonistas de estas elecciones de la marmota dejen de mirar sus propias sombras –que se reflejaban en los paneles traseros del plató–, salgan de sus madrigueras y anuncien un nuevo tiempo de acuerdos de Gobierno.
Daniel Rodríguez es director adjunto del Instituto de Comunicación Empresarial.
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