Aznar vs. González: así fue el primer debate televisado de la historia en España

José María Carrascal relata en este artículo para ABC que el mayor problema no fueron los contendientes, «sino sus equipos de asesores, cuyo número exacto nunca se llegó a saber. Forcejearon hasta por el último detalle»

Felipe González y José María Aznar, durante el debate electoral EFE

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

Los debates presidenciales llegaron a España, como prácticamente todo, bastante más tarde que al resto de los países occidentales. Pero llegaron, que es lo importante. El primero tuvo lugar el 24 de mayo de 1993, en Antena 3 TV, entre el entonces presidente Felipe González y José María Aznar, líder del principal partido de la oposición, actuando de moderador Manuel Campo Vidal. Es difícil imaginar con el tiempo transcurrido y el escepticismo desarrollado en España hacia la política y los políticos, la expectación que despertó entre los españoles un acontecimiento que sólo conocían de lejos y bastante mal. En la emisora se requirió la ayuda de todo el que pudiera aportar algo, y Jesús Hermida, dada su experiencia norteamericana, fue el encargado de disponer los prolegómenos, mientras los demás aportamos lo que pudimos . Yo, que presentaba el informativo de madrugada, naturalmente también, aunque pronto me di cuenta de que la diferencia con Estados Unidos era grande. El mayor problema no fueron los contendientes, sino sus equipos de asesores, cuyo número nunca llegamos a saber . Debían haberse leído todo lo publicado sobre este tipo de debates, pues forcejearon hasta por el último detalle. No sólo el formato, su transcurso, el tiempo de cada intervención, sino también la puesta en escena, el decorado, las luces, la altura de los asientos, la posición de las cámaras, las pausas, las veces que podían consultar y, supongo, bastantes más detalles, pues la negociación fue secreta. Me apresuro a decir que con buenas razones. La televisión se ve más que se oye, y se oye más por el tono que por el contenido, de ahí que el primer debate de este tipo, el Nixón-Kennedy, lo perdió el primero al aparecer con una sombra de barba y el Reagan-Mondale lo ganase Reagan al responder jovialmente «Ya vuelve usted con lo de siempre», a la andanada inicial de su rival. Lo curioso de nuestro caso fue que, tras haber cuidado todos los detalles, ambos se presentaron casi igual: de riguroso azul oscuro, excepto la camisa, blanca la de González, e idéntico tono en el debate . Debían de haberles advertido que tuvieran mucho cuidado con la agresividad, pues en los primeros planos de la pequeña pantalla, el espectador suele tomarla contra él no contra el rival, por lo que incluso la crítica más acerba debe siempre ir acompañada de una sonrisa. Los dos se atuvieron a ello, aunque desde el primer momento se notó que a González le costaba menos sonreír que a Aznar.

Portada de ABC el día después del debate electoral

El debate se compuso de cinco bloques que cubrían todos los aspectos de la vida nacional e internacional, y Aznar, como aspirante, lo inició con una ofensiva que incluía ofrecer al país un cambio razonable, tanto en el terreno económico -sobre todo en el terreno del empleo- como en el de la seguridad ciudadana, con una lucha sin cuartel contra Eta, y en el de la modernización de España hasta equipararla a las naciones más desarrolladas de Europa. González le respondió con su reconocida habilidad, subrayando los cambios que el país ya había experimentado durante sus más de diez años de mandado en todos los terreno, el social, el económico, el internacional y el educativo. Reconoció que se habían cometido algún error, pero advirtió que la «regeneración» de España en este periodo los compensaba de sobra y se mostró orgulloso de la labor realizada en la «transformación» experimentada por la sociedad española, aunque sin responder a las cuestiones específicas planteadas por su interlocutor sobre problemas como «la crisis», «el paro», «el terrorismo» o «la droga».

El toma y daca se repitió una semana después en Telecinco, donde volvieron a verse las caras, con un Aznar claramente a la ofensiva y un González en hábil defensa que incluía zarpazos de cuando en cuando, que hacían daño. No había duda de que el aspirante creía tener razones para alzarse con la presidencia, pero para eso tenía que ganar por K.O. El defensor del título (para seguir hablando en términos pugilísticos) sabía, sin embargo, que con evitar tan dramático desenlace, lo mantendría. Fue lo que ocurrió, y aunque Aznar ganase por puntos, no fueron suficientes para que obtuviese la victoria en las siguientes elecciones . En evidencia quedó, sin embargo, que la «era González» había entrado en su etapa final, y los acontecimientos de los siguientes años, que incluían escándalos como el «caso Roldan», arruinaron el prestigio del presidente, que, acosado por la corrupción, la crisis económica y el desprestigio general de su administración, cedería la Moncloa incluso antes de acabar su siguiente mandado sin haber debate televisivo con su rival.

Los otros enfrentamientos

Los debates tardaron quince años en reanudarse, es decir, no los hubo durante la «era Aznar», sino al finalizar el primer mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, con Mariano Rajoy como interlocutor, concretamente el 25 de febrero y el 3 de marzo de 2008, auspiciados por la Academia de las Ciencia y Artes de Televisión, en Centro de Convenciones de IFEMA, aunque con el mismo moderador, Manuel Campo Vidal, presidente de dicha Academia. Imagino que los preparativos fueron los mismos, aunque no puedo asegurarlo, pues llevaba años alejado de las cámaras, pero los debates fueron muy distintos . Rajoy inició el intercambio con una pregunta, no a su rival, sino a los españoles en general: «¿Está usted mejor que hace cuatro años?» Es la que suelen hacer los aspirantes a la presidencia norteamericana al finalizar una legislatura que hace aguas por ambos costados. Pero que en España no acaba de funcionar, ya que los españoles solemos movernos más por motivos ideológicos que racionales e incluso materiales. La gran crisis había comenzado hacía más de un año en Estado Unidos y hacía ya estragos en Europa, pero en España vivíamos todavía en las nubes del boom inmobiliario y el dinero fácil , sin que nadie, empezando por el presidente del gobierno, lo quisiera ver. De ahí que el debate, en realidad, no existiera, al ir por carriles paralelos que nunca se encontraban: Rajoy insistiendo en las cifras de paro, en el déficit, en el cierre de empresas, que anunciaban un futuro cada vez más negro, y Zapatero insistiendo en que habíamos superado ya a Italia, que éramos la cuarta potencia económica europea, que estábamos más que capacitados para hacer frente a la crisis, que no era ni de lejos tan grave como parecía, y que lo único que hacía su rival era «sembrar tensión, cizaña, en un país que marchaba hacia uno de los mejores periodos de su historia». El debate, en realidad, reproducía al que poco antes habían mantenido el Vicepresidente y Ministro de Economía Pedro Solbes y Manuel Pizarro, al frente del equipo económico del Partido Popular. Solbes, con una arrogancia que le descalificó para siempre como experto en economía, pese a haber seguido manteniendo altos cargos en el sector, echó a un lado displicentemente todos los datos y cifras que le mostró Pizarro, sosteniendo que España estaba en una magnífica situación económica. Dos años después, el presidente Obama, a instancias de la cancillera alemana Ángela Merkel, tenía que despertar de madrugada a su colega español para urgirle a tomar medidas drásticas que cortaran la hemorragia de la economía española, pues estaba poniendo en peligro la europea e, indirectamente, la mundial. Lo que siguió lo saben ustedes tanto o mejor que yo.

Hubo todavía otro «debate presidencial» el 7 de noviembre de 2011, entre Rajoy y Rubalcaba, que había sustituido a Zapatero como candidato socialista en las siguientes elecciones. Como podía imaginarse, aquello no fue un debate sino una carnicería. De todas formas hay que reconocer a Rubalcaba, por una parte, la valentía de prestarse a defender una gestión indefendible y, por la otra, la habilidad para no besar la lona en ninguno de los asaltos. Posiblemente la ayudó más a escapar del machaqueo el «sprinter» que fue en su juventud que sus condiciones de púgil. Lo que no pudo evitar fue que su partido sufriese la mayor derrota en la historia de la democracia española.

Lecciones de los debates

¿Qué nos enseñan estos «debates presidenciales» cara al que sostendrán Mariano Rajoy y Pedro Sánchez? Dos cosas: la primera, que no son decisivos, sino que la victoria en las urnas se deciden antes, según la gestión o falta de ella de los dos contendientes. Pero que un grave fallo por parte de uno de ellos puede significar su derrota , sobre todo si el porcentaje de indecisos, como ocurren este caso, es elevado.

A lo que tengo que añadir un detalle curioso: que el consejero áulico económico de Pedro Sánchez es el mismo que el de Zapatero, Jordi Sevilla, que enseñó en dos tardes al recién llegado a la Moncloa presidente los fundamentos de tal ciencia. Sánchez haría bien en andarse con cuidado al manejar sus consejos en el debate. Aunque ahora que me doy cuenta, él es economista de profesión.

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