CIUDAD ABIERTA

España y la nueva revolución urbana

Marcos Sánchez Foncueva, CEO de la Junta de Compensación de Valdebebas, analiza cómo la pandemia ha destacado las ineficiencias del urbanismo actual, qué no puede seguir haciéndose y hacia donde debe enfocarse en el futuro

La sostenibilidad debe ir intímamente ligada al concepto de urbanismo

Márcos Sánchez Foncueva

Desde que el arqueólogo australiano Vere Gordon Childe publicara en 1950 The Urban Revolution se habla en urbanismo de revoluciones urbanas, con mayor o menor acierto, para referirnos a momentos históricos en que determinados acontecimientos, no necesariamente violentos aunque algunos definitivamente encarnizados, hacen avanzar a la humanidad desde aquellos asentamientos humanos que se convierten desde el año 3500 ac., como señalaba el profesor Chueca Goitia , en el archivo de la Historia: las ciudades. En efecto, aquella teoría construida por Childe desde la dialéctica marxista, que explica el nacimiento de las ciudades a partir de la especialización del trabajo, favorecida por la existencia de excedentes agrícolas en el creciente fértil mesopotámico, se ha ido matizando a lo largo de los años con las aportaciones de otros grandes arqueólogos, urbanistas, historiadores, que suavizan el materialismo de Childe introduciendo otros caracteres que, con independencia de la realidad física de las ciudades, dotarán a aquellos núcleos urbanos primigenios y a su evolución posterior, de otros elementos como la costumbre de los pueblos, la cultura, el sentir común.

Desde aquella primera revolución urbana de Childe se ha producido una evolución en la ciudad que ha venido a colocarnos, otra vez, en el filo de un nuevo cambio, de una revolución que está modificando la perspectiva urbana hacia una concepción que cambiará, sin duda, la forma de ver y de vivir las ciudades. Eso sí, como todas las anteriores esta es fruto de la evolución de aquel archivo de la Historia que son nuestras ciudades. Recibimos hoy mucha información y parece que España se convierte en mera receptora de las nuevas ideas, cuando en realidad sigue estando, como siempre lo estuvo, en la génesis de esa nueva concepción urbana. En efecto, España es una de las naciones más antiguas del mundo y ha vivido y participado, como muy pocas, de la evolución humana y urbana que nos trae hasta las ciudades de hoy. Desde los primeros asentamientos humanos en la península , el sistema ortogonal grecorromano, el cardus por decumanus de la Hispania romana , las shari, durub y azikka del urbanismo andalusí, las ciudades amuralladas medievales, las ciudades renacentistas con sus plazas mayores porticadas, el urbanismo ilustrado con sus paseos urbanos y espacios ajardinados, los bulevares y avenidas que permean el centro urbano. Desde la actualización y acomodación a nuestra realidad del ensanche y la reforma urbanística comenzada por Hausmmann a mediados del siglo XIX en París. Ahí están nuestra maravillosa Gran Vía madrileña, el ensanche de Cerdá en Barcelona o la Ciudad Lineal de Arturo Soria en Madrid. Incluso recogemos el modernismo del siglo XX y formulamos, con Pedro Ispizua desde el modelo de Howard, nuestra propia idea de ciudad jardín en Bilbao. Y llegamos a la Carta de Atenas inspirada en Le Corbusier y a los grandes edificios en altura, recogidos también y de manera brillante por nuestro urbanismo, terminando con la recepción y revisión por los urbanistas españoles de los llamados principios del nuevo urbanismo, surgido y desarrollado en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo.

"Se viene señalando hace algún lustro la necesidad de volver la vista al individuo, al ciudadano"

Más allá del orgullo que puede suponer el que España haya formado parte, como muy pocos países en el mundo, de la evolución y de la revolución de la Historia del urbanismo que, no les voy a engañar, empapa a quien escribe, nos situamos hoy ante la obligación de seguir formando parte elemental, nuclear, de la nueva revolución urbana en que estamos inmersos. Como muchas otras, la evolución actual parte de la necesidad de superar sistemas obsoletos, agotados, que no disponen de más herramientas para satisfacer las necesidades de la ciudad como base física de la actividad humana y de los ciudadanos como protagonistas y centro de aquella actividad. El vector de arranque, el punto de inflexión, no es muy distinto del que fue origen en anteriores ocasiones. Una pandemia mundial refleja y destaca cuáles son las ineficiencias que han de superarse. Una crisis sanitaria global indica qué no puede seguir haciéndose y hacia donde debe enfocarse el urbanismo futuro.

Ello engarza con la tendencia comenzada hace dos décadas de considerar la indisociabilidad de los conceptos urbanismo y sostenibilidad, entendida ésta en su más amplia acepción, como sostenibilidad ambiental, económica y social. También se viene señalando hace algún lustro la necesidad de volver la vista al individuo, al ciudadano, para focalizar cualquier cambio en su desarrollo y en la conexión interindividual y con la colectividad.

No entro hoy en consideraciones filosóficas sobre el estancamiento sistémico del urbanismo español, ni sobre la imperiosa necesidad de su evolución jurídica y material , si bien entiendo ambas imprescindibles para que la evolución se produzca de manera orgánica y España pueda seguir formando parte de ese núcleo transformador.

La combinación de las doctrinas y tendencias de los últimos años con la necesaria e inaplazable reformulación de las bases de nuestro sistema urbanístico, habrá de propiciar el cambio, la transformación de las ciudades y la humanización de aquella revolución concebida por Childe en 1950. La ciudad multicéntrica, la ciudad de los 15 minutos, puestas hoy en el centro del debate, podrán convertirse en factor evolutivo si se sientan las bases para el desarrollo, perfeccionamiento, adaptación y humanización de los principios de aquella Carta de Atenas. No podemos, no debemos perder el tren de la revolución urbana en ciernes. Debe permitirse en España la flexibilización de los usos del suelo urbano como forma de procurar su mezcla . La ciudad compacta podrá seguir funcionando, podrá ser, si el ciudadano puede satisfacer sus necesidades en ese radio de los 15 minutos. Y ello conlleva la necesaria flexibilización del sistema, como único medio para romper una homogeneidad que se ha demostrado inoperante contemplada en el marco de la sostenibilidad. No podemos, tampoco, aflojar en la exigencia de una movilidad racional y razonable. La otra revolución, la tecnológica, debe coadyuvar en la disminución progresiva de la necesidad de movilidad, incrementando al mismo tiempo la accesibilidad.

"Está en nuestras manos el hacer posible la necesaria evolución. La generación de una nueva revolución urbana en la que España siga siendo protagonista"

En definitiva, está en nuestras manos el hacer posible la necesaria evolución. La generación de una nueva revolución urbana en la que España siga siendo protagonista e impulsora. En la que seamos capaces de trascender coyunturas y limitaciones mediatas ideológicas, poniendo el acento en el ciudadano, procurando ciudades más sanas y no olvidando, sería un error, que no puede prohibirse, limitarse o impedirse el crecimiento de la ciudad. Podemos procurar, eso sí, su crecimiento orgánico y funcional, más humanizado, controlando su expansión, regenerando y rehabilitando la ciudad construida y siempre respetando su esencia, su carácter e identidad.

Quizá precisemos de un talentómetro como el de don Arturo Soria para encontrar a aquellos que sean capaces de acompañarnos en el camino de la nueva revolución urbana, aunque si algo define y ha definido siempre a las ciudades es su infinita capacidad como generadora de ideas, su magnetismo para el talento.

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