PERFIL
Mark Rutte: la austeridad por bandera
Al líder holandés nadie puede reprocharle falta de coherencia entre su vida privada y sus opiniones públicas
El pasado abril, todo Europa pudo ver en un video el diálogo que el primer ministro holandés Mark Rutte mantuvo en la distancia con un camionero de su país que le pedía abiertamente que no diera dinero ni a españoles ni a italianos. «¡No, no, no!» fue la respuesta de este y que ya anticipaba cual sería su posición en estas históricas negociaciones para la puesta en marcha del fondo de recuperación para los países más afectados por la Covid-19 que son, precisamente, España e Italia. En Holanda no es difícil cruzarse con los dirigentes políticos por la calle y Rutte es bien conocido. No en vano es primer ministro de su país desde 2010. Ahora le apoya la coalición más endeble de todas las que ha presidido.
Hasta ahora no ha tenido nunca problemas para formar coaliciones con composiciones muy diferentes, porque sabe reconocer ese espíritu de comerciante calvinista que hay en la esencia de muchos de sus conciudadanos holandeses. Sin embargo, las encuestas demuestran claramente que su papel de guardián de la ortodoxia presupuestaria nacional frente a las tradiciones más expansivas y derrochadoras que se atribuyen a los países del sur le está yendo muy bien. Si ahora hubiera elecciones, su partido, el liberal, tendría un resultado mucho mejor. En marzo próximo tiene elecciones y sabe que necesitará buscar votos en el caladero de los partidos euroescépticos y nacional populistas.
Por ello en esta cumbre no le ha costado mucho trabajo hacerse con el papel de cabecilla no oficial de los llamados países «frugales» (que incluye también a Austria, Dinamarca, Suecia y Finlandia), donde también la política se vive con un rigor devocional hacia el dinero público y su valor. Habitualmente Alemania habría estado en ese grupo, pero la canciller Merkel ha entendido bien la necesidad de que la UE de un paso rotundo para salvar al conjunto del mercado interior.
En todo caso, a Rutte nadie puede reprocharle falta de coherencia entre su vida privada y sus opiniones públicas. A sus 53 años sigue soltero y vive en el mismo piso que se compró y empezó a pagar cuando terminó la universidad. Cuando no usa la bicicleta para desplazarse, conduce un viejo coche de segunda mano que probablemente no pasaría los controles de emisiones que imponen los ayuntamientos. Es difícil que en una discusión de dinero alguien le encuentre defendiendo sus intereses personales, porque da la impresión de que los bienes materiales le interesan muy poco. Y los boatos del poder, como los aviones oficiales, tampoco.
El lado negativo de esta afición desmedida por la austeridad y el rigor en el manejo del dinero público y los intereses que se atribuyen a los contribuyentes es que puede convertirse facilmente en una costumbre permanente que le convierta en el nuevo elemento extraño en el seno de la UE, en sustitución de los británicos. Hasta ahora, Rutte se había habituado a ocultarse tras la cortina de euroescepticismo que levantaba orgullosamente Londres y ahora podría convertir a Holanda en el miembro disidente del club.
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