Conchita Martínez: del pequeño frontón a brillar en hierba
Primera tenista española en conquistar Wimbledon

En una pequeña pared formó sus sueños Conchita Martínez . Comenzó a golpear la pelota en Monzón , su ciudad natal, y lejos, muy lejos voló su imaginación mientras empuñaba la raqueta: hacia París, hacia Londres, casi antes de saber incluso dónde estaban aquellas ciudades. Golpe a golpe, la tenista hizo suyo el camino. De aquel pequeño frontón, se destapó una jugadora descomunal, con un revés cortado impecable, una derecha llena de fuerza y una ambición que traspasó fronteras, superficies y conciencias.
En busca siempre de la mejora, fue subiendo escalones con pausa y seguridad: escuela de Monzón, Club de Tenis de Urgel (Lérida), Centro de Alto Rendimiento en Barcelona, Suiza, donde encontró su afilado revés a una mano, una delicia para ver, una tortura para sus rivales. Y en su llegada al profesionalismo compartió portadas y camino con Arantxa Sánchez Vicario . Martínez, que llegó a la final de Roland Garros en el año 2000, plantó su bandera en la hierba londinense. En una final apasionante contra Martina Navratilova , una de las referencias de la oscense en su niñez, Conchita Martínez levantó el plato grande un dos de julio de 1994. Primera española en conquistar el verde.
Dueña de una humildad fuera de la pista que olvidaba con la raqueta en la mano, disfrutó e hizo disfrutar defendiendo la bandera española en los Juegos Olímpicos. La oscense logró, con Sánchez vicario, las platas de Barcelona 92 y Atenas 2004, y también el bronce en Atlanta 96, con Virginia Ruano . Con 33 títulos, y a un día de cumplir los 34 años, anunció su retirada. Lo había dado todo por el tenis y quería ver que había más allá de la red. Estaba preparada para dejar de viajar y de competir, y dedicarse al estudio de los vinos, otra de sus pasiones, pero no se iba a marchar muy lejos de las pistas. Comenzó enseguida a divulgar todo el tenis que llevaba dentro: como entrenadora y comentarista en televisión. Una segunda carrera que le apasionaba igual porque era ver su deporte desde un punto de vista distinto, único, general.
Su conocimiento de ambos circuitos, y también su carácter conciliador siempre que no hubiera una pelota que devolver, la llevó a conseguir otro hito con el que cambió mentalidades: ser capitana, a la vez, de Copa Federación y Copa Davis . Un periodo muy gratificante para el tenis español y para ella misma que, sin embargo, no terminó con la cordialidad que desprende siempre Martínez.
Fiel a ese gen de querer ser mejor en todo lo que hace, se ofreció a guiar a Garbiñe Muguruza hacia donde ya había llegado: a lo más alto de Wimbledon . Casi 24 años después de que ella conquistara el verde, un sueño que comenzó en aquel pequeño frontón.
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