Especie cinegética
La paloma torcaz, el ave moderna
Ha pasado de ser una especie migratoria a acomodarse al sedentarismo en los entornos
urbanos
Sí, moderna en el sentido de actual, porque las torcaces de hoy son sensiblemente distintas a las de ayer, aves «remozadas», fruto de un claro ejemplo de adaptación a un entorno también nuevo, cambiante y, sobre todo, a un nuevo clima, que la han llevado a pasar de ser una especie fundamentalmente migratoria a acomodarse al sedentarismo en gran medida.
Este proceso de establecerse, al igual que nos sucedió a los humanos en el Neolítico, ha supuesto un sustancial aumento de las poblaciones palomeras, prácticamente la única especie de caza menuda que ha seguido los pasos de las mayores creciendo en número. Los entornos urbanos y sus inmediaciones han sido los espacios elegidos para este «reciclaje». En estos escenarios la paloma encuentra protección ante los predadores (exceptuando, quizás, a los gatos) y una nula presión cinegética.
Otro factor que impulsa este aumento es su fertilidad . En muchas zonas han adelantado el celo hasta más de un mes y pueden oírse sus característicos arrullos y aleteos nupciales en el tiempo que antaño llegaban migrando a la península a pasar el invierno. Este largo periodo de cría les asegura dos o tres puestas de un par de pichones cada una al año (generalmente, macho y hembra), lo que impone una tasa exponencial de crecimiento poblacional, que en ocasiones produce auténticas plagas, difíciles de contrarrestar.
Todo esto unido a su, casi exclusivamente vegetariana , voracidad ha provocado inevitablemente daños al alza en cultivos y sembrados, por lo que su control hoy es esencial.
Para hacerse una idea, me remito a la referencia que me hizo Joaquim Vidal, palomero tarraconense , cuando, al analizar el buche de una paloma torcaz cobrada de un bando de unas 250 que comían en una siembra de trigo, encontró nada menos que 231 granos de este cereal. Una simple multiplicación de granos, palomas y días nos dará una cifra que es seguro proporcional al número de nuevas canas que le afloran al dueño del campo en cuestión cada temporada.
Pero aunque es cierto que la torcaz es cada día más sedentaria y posiblemente más mansa , aún existen grandes poblaciones migratorias que se resisten a fijar su residencia y siguen atravesando los Pirineos, si bien no por los pasos tradicionales. Muchas lo hacen pegadas a las costas vasca o catalana. Tampoco realizan estos viajes durante el dilatado mes que iba de mediados de octubre a mediados de noviembre; y golpes de grandes bandos llegan a nuestro país en apenas un par de días, tras dar poco más que un salto una vez concentradas en los interminables campos de maíz del suroeste francés, justo al otro lado de la cordillera.
Mientras escribo estas líneas, una torcaz se ha puesto, muy a propósito, a picotear granos de gramíneas en mi jardín, a escasos metros de mí, con un descaro mayor que el de un petirrojo. Un par de parejas crían todos los años aquí y cada año que pasa se muestran más indiferentes a mi presencia. Muestran una docilidad impensable hace apenas veinte o treinta años, cuando subía en otoño a cazarlas a los collados del Guadarrama y las voces desde el puesto de Corrales anunciaban la llegada de los bandos...
Noticias relacionadas