Ciclismo
El nuevo fraude mecánico
El uso de motores diminutos en las bicis supone una amenaza para el ciclismo tras descubrirse el primer caso
Los ciclistas que se han retirado dicen que existe y los que permenecen en activo aseguran no tener ni idea del tema. En el contraste de pareceres, la Unión Ciclista Internacional (UCI) ha deshecho el empate con la detección del primer caso de dopaje mecánico en el pelotón. En la bici de la belga Femke Van den Driessche , campeona de Europa sub 23 de ciclocross, encontró un motor diminuto. Un hallazgo que avaló el rumor alimentado desde hace tiempo por el vox pópuli y documentado finalmente en un sensacional reportaje en «L’Equipe».
Un ingeniero húngaro, Istvan Varjas, habló hace un año en el periódico francés sobre este truco que desestabiliza la reputación del ciclismo, un deporte machacado por el dopaje. Aseguró haber vendido su producto a intermediarios de Mónaco e Italia, pero no a gente relacionada directamente con el ciclismo. Manifestó que este ingenio había penetrado en el deporte en 1998 y que su precio ronda los 20.000 euros.
Según el informe, los motores no superan el tamaño de un usb, pesan entre 750 y 900 gramos y son completamente silenciosos. No dejan rastro. Respecto a la ubicación se ha disparado la leyenda urbana. Hay quien asegura que se colocan en la tija de la bicicleta o en el buje de las ruedas. Otros dicen conocer la existencia de pequeños propulsores accionados por la luz en plan pantallas solares. Y el último grito podrían ser las ruedas electromagnéticas, ruedas traseras de carbono que producen vatios accionadas por bluetooth y que tienen un coste de 200.000 euros . El asunto siempre concluye en una duración limitada: funcionaría hasta que se agota la batería, de sesenta a noventa minutos.
El efecto sería similar al de las bicis eléctricas que han colonizado las ciudades. El ciclista nunca puede dejar de pedalear, pero la energía extra que entrega el motor es innegable, sobre todo en las cuestas. «Existen desde hace tiempo en el pelotón», asegura Bradley Wiggins, ganador del Tour de Francia 2012. «Si la gente piensa que no existen, se están engañando a sí mismos, así que creo que es una sospecha justificada. Parece increíble que alguien lo haga, pero yo sé que es real», dijo esta semana Greg Lemond, vencedor del Tour en 1986, 1989 y 1990. Y para corroborar su impresión, colgó en Youtube un vídeo en el que mostraba una bici con motor que mantenía el pedaleo sin fuerza que lo empujase. Según Lemond, la única posibilidad de detectar este fraude es utilizar pistolas de aire caliente para descubrir las fuentes de calor.
El pelotón ciclista comenzó a elucubrar sobre la aparición de los propulsores en el Tour de Flandes de 2010, cuando Fabian Cancellara se separó de Tom Boonen en el tremendo Kapelmuur con facilidad exasperante. En el Tour de ese año, la UCI colocó unas carpas especiales para analizar las bicicletas sospechosas. «El único motor está en mis piernas», se rebeló Cancellara , ganador del prólogo.
Pero las sospechas no cejaron. Algunas caídas de ciclistas (Hesjedal, Ion Izaguirre...) en las que la rueda trasera siguió girando pese a estar en el suelo, no hicieron sino alimentar la duda.
No han hablado aún las marcas de bicicletas, que son la mayor fuente de negocio y las que soportan el peso económico del ciclismo actual.