GOLF - OPEN BRITÁNICO

Los golfistas, en manos de la naturaleza

Las condiciones cambiantes del clima hacen del «British» un torneo imprevisible

Rory McIlroy, en manos de los elementos AFP

MIGUEL ÁNGEL BARBERO

Los orígenes del golf datan de los momentos de ocio que los pastores escoceses tenían mientran el ganado pastaba al borde del mar. Ellos jugaban con sus rudimentarios palos y pelotas por los entornos costeros y aprovechaban las hondonadas del terreno para guarecerse de los habituales temporales de estos mares.

Con el paso de los años el juego se fue reglando y los materiales adaptándose a los nuevos tiempos, aunque hay dos cosas que permanecen ancladas en siglos pasados: los campos y las inclemencias climáticas. Aunque desde finales del siglo XIX se fueron constuyendo campos de interior (llamados «parklands» ), los recorridos originales batidos por el viento (conocidos como «links» ) siguieron manteniendo su encanto. Tanto es así, que el torneo más antiguo, el Open Británico (que data de 1860 ) siempre se celebra en estos entornos.

Hoy en día los «bunkers» ya no son refugios naturales contra las tormentas, sino trampas de arena en las que es mejor no caer. De gran profundidad y taludes verticales, penalizan terriblemente cuando las bolas acaban en ellos. Sin embargo, lo que más desquicia a los golfistas no es jugar en este tipo de campos (de hecho, a la mayoría les encanta hacerlo en contraposición a la monotonía de los clubes más modernos). Lo peor de esta semana de «British» es no saber el clima que se van encontrar en cada momento.

«Los tres días de entrenamientos jugamos con condiciones cambiantes –explicaba confundido Jon Rahm , que debuta esta semana en Royal Troon– y los tres de torneo que llevamos han sido totalmente diferentes. Es para volverse loco. De hecho, el jueves se encontraron con un campo seco y soleado; el viernes con una lluvia incesante y hoy con un vendaval en toda regla». «La influencia del aire que entra del mar es tanta que he tenido que apuntar veinte metros a la izquierda en muchos hoyos para contrarrestar su efecto y que moviera la bola al sitio correcto», prosiguió el vasco.

Estos días, en concreto, las galernas han trastocado los planes de los rectores del torneo y les han obligado a dejar los «greens» más lentos y a adelantar algunas salidas para que no se quedara un recorrido injugable. «Es un problema lo de las distancias, porque en hoyos como el 8 ahora pegamos menos de 100 metros y es difícil ajustar el pelo que pegar», se quejaba Jordan Spieth . «Con la hierba tan alta se pierde toque y no se puede acariciar la bola, como sería deseable. Tenemos que golpearla y no es la misma sensación», corroboraba Miguel Ángel Jiménez .

El problema no es que se juegue un campo totalmente diferente de un día para otro, sino que en la misma ronda el viento haga de las suyas. «Cuando íbamos los jugando los hoyos de salida lo teníamos en contra y justo cuando nos tocó enfilar los de regreso de repente cambió y nos volvió a tocar al revés», se lamentó Rahm. Ayer, con el viento y la lluvia, Scott Fernández gastó tres guantes, terminó empapado y con las manos heladas. «No podía ni agarrar el palo para patear», explicó gráficamente el granadino.

Al final, son experiencias que curten y que ejercitan otra virtud fundamental para los golfistas: la paciencia.

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