El sueño del malabarista

Jorge Rodríguez-Norton y Rocío Pérez, en un momento de la obra JAVIER DEL REAL

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

El Teatro de la Zarzuela mantiene una razonable política de apoyo a la creación teatral, lírica, española y contemporánea. Lo confirma la representación de «Tres sombreros de copa» de Ricardo Llorca que, desde ayer, y durante siete días estará sobre su escenario. Encargada por The New York Opera Society, se estrenó en Sao Paulo hace ahora dos años. Las funciones madrileñas acogen una nueva producción escénica firmada por José Luis Arellano , quien recuerda que conoció la obra de joven, cuando se embadurnaba la cara con un corcho quemado para interpretar el papel de Buby. «No había muchos jóvenes negros en mi ciudad», explica en el libro programa.

Llorca parte de la obra homónima de Miguel Mihura a la que ha sido fiel en buena parte de los textos y las situaciones, incluyendo cambios de personajes y nuevas letras para los cantables. Preserva la cualidad de lo absurdo que tanta fama dio al escritor, aunque «a posteriori». Escrita en 1932, la comedia esperó a que Gustavo Pérez Puig la estrenara veinte años después. «Desconcertaba a la gente y sembraba el terror en los que la leían […] A mí no me entendía nadie y, sin embargo, yo entendía a todos», recordaba Mihura en un escrito un punto sobrecogedor. Al menos, si se tiene en cuenta el sentido referencial que ahora se le concede a la obra y las consecuencias que el fracaso inicial tuvo en la conformista deriva de su trabajo posterior.

Una propuesta clara

Si a Mihura le aterraba la idea de ver el patio de butacas vacío, Ricardo Llorca apenas se lo plantea. Tiene claro que su propuesta es clara, diáfana, inmediata , en tanto apela por una estética construida desde la intuición antes que desde la reflexión y sostenida por un lenguaje permeado por numerosas influencias entre las que se señalan como más evidentes la música italiana del sur y la circense. El resultado supone añadir eclecticismo e inminencia a la ópera «Las horas vacías» estrenada hará unos doce años y representada con cierta asiduidad y éxito.

Más complejo es entender la razón por la que «Tres sombreros de copa», según Llorca, asume la condición de «zarzuela» . Históricamente es un sinsentido, estructuralmente una posibilidad remota y formalmente supone caer en la aproximación. Es más, la denominación beneficia poco a la obra al permitir que se abra el debate sobre la viabilidad actual de la zarzuela: discusión abocada al fracaso por la sobrecarga de lugares comunes que soporta un género entendido por la mayoría con muchos reparos. Llorca podía haber obviado este detalle en una obra cuyos valores son más profundos y se vinculan a la posibilidad de entender el original de Mihura desde una perspectiva sustancialmente melancólica.

El trabajo de Arellano complementa extraordinariamente bien la partitura de Llorca y la reinterpretación de Mihura. «Tres sombreros de copa», la «zarzuela», deja un poso de tristeza muy cercano a la irrealidad de ese circo italiano de Buby Barton que acompaña a Dionisio durante la noche, poco antes de casarse y mientras se enamora de Paula. Ayer, día del estreno, hubo pocas risas, ni ante afirmaciones tan evidentes como que «La Dolores es horrorosa». Porque hasta la fiesta de los cómicos sobre el escenario es entrañablemente afligida. Mucho más la muy decadente escena de Madama Olga en la que Enrique Viana representa a la mujer barbuda.

El estupendo acabado del vestuario de Jesús Ruiz, la buena iluminación de Juan Gómez-Cornejo, el hábil doble giratorio de Ricardo Sánchez-Cuerda permiten a Arellano reconstruir «Tres sombreros de copa» en una espacio ágil en la evolución y compacto en el mensaje. La música de Llorca, imbricada como un verdadero colchón, es un protagonista imprescindible; valioso, como la dirección musical de Diego Martín-Etxebarría. Jorge Rodríguez-Norton, con cándida expresión, hace una retrato creíble del humilde Dionisio. Rocío Pérez se mueve con agilidad más inquisidora, dibujando una Paula humanamente cariñosa. Rotundo Emilio Sánchez como Don Rosario y definitivo Gerardo Bullón en el papel de Don Sacramento. Es indudable la sinceridad del proyecto .

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