La poesía de lo imposible

Un momento de «Kooza» Ángel de Antonio
Julio Bravo

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Pocas compañías han transformado tanto el mundo del espectáculo en las últimas décadas como el Cirque du Soleil , como les gusta a sus responsables que se los mencione. El concepto del circo ha cambiado radicalmente desde que este conjunto canadiense -creado, entre otros, por Guy Laliberté , su actual «guía»-, levantara por primera vez su carpa, su «Grand Chapiteau». Ningún circo puede hoy hacer lo propio sin seguir de alguna manera el camino trazado por el Cirque du Soleil.

«El mayor espectáculo del mundo» se titulaba la mítica película de Cecil B. DeMille sobre el mundo del circo. Y eso es, literalmente, lo que pretende ser cada trabajo de la compañía canadiense: un derroche de medios, sí, pero también una catarata contínua de imaginación, de sensaciones y de emociones, siempre con el «más difícil todavía» como columna vertebral.

No es una excepción «Kooza», el espectáculo que ha regresado a Madrid -después viajará a Sevilla-, donde se presentó ya hace algo más de seis años. Creado por David Shiner , uno de los más renombrados payasos de nuestros días, tiene la impronta de su progenitor. Es circo en estado puro, tiene una mayor sencillez formal (aunque resulte paradójico utilizar la palabra «sencillez» para definir cualquier espectáculo del Cirque du Soleil), y pone a un grupo de payasos como protagonistas de la historia -tan pueril como eficaz- que sirve de hilo conductor a «Kooza». Shiner lo empapa, además, con gotas de poesía, con las que quiere recordar que el circo -y el resto de artes escénicas también- son, al fin y al cabo, magia. Lo logra con un espectáculo formalmente impecable, donde luces, música, vestuario y el resto de los elementos caminan en la misma dirección: lograr la emoción. Es la poesía de lo imposible.

Ahí tienen la última palabra, claro, los artistas: y «Kooza» tiene una extraordinaria nómina de ellos. Destaca, por su capacidad para arrebatar la respiración al público, el número de la Rueda de la Muerte -con los colombianos R onald Solís y Jimmy Ibarra -, un escalofriante desafío de las leyes de la gravedad ejecutado a velocidad de vértigo. Son la punta de lanza de un espectáculo que presenta otros números extraordinariamente deslumbrantes como el de funambulismo, el diabolo o los saltos desde los balancines.

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