Juan Mayorga: «Escribir una historia no significa que se comprenda»

El dramaturgo y académico estrena su nueva obra, «Intensamente azules», interpretada por César Sarachu

Juan Mayorga Sergio Parra
Julio Bravo

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«En mi último cumpleaños me regalaron unas gafas de natación graduadas. Como no me acostumbraba a ver el fondo de la piscina, había decidido devolverlas, pero he acabado sacándoles partido. Una mañana, al levantarme, encuentro rotas las gafas normales y me pongo las de nadar. No es cómodo, pero sé por dónde voy. Elijo una corbata a juego -las gafas son intensamente azules- y, tras asegurarme de que no hay nadie en el pasillo, salgo a hacer la compra».

Así comienza «Intensamente azules», la obra de Juan Mayorga (Madrid, 1965) que, dirigida por él mismo e interpretada por César Sarachu, se estrena el próximo jueves 10 en el teatro de La Abadía. Está basada en la propia experiencia del autor, que lo cuenta así: «Una mañana, al despertar, encontré en el suelo, rotas, mis gafas de miope. Tras algunos instantes de desconcierto, recuperé la calma al recordar que tenía otras gafas graduadas: las de natación, que mi familia me había regalado en un cumpleaños. El caso es que empecé a moverme con ellas por la casa». Y para refrendar sus palabras, Juan Mayorga saca de una cartera las gafas de natación que le sacaron del apuro. Son, efectivamente, intensamente azules. «Se han deteriorado un poco, y la goma era levemente azul», explica.

¿Desde el principio pensó en llevar esta historia a la escena?

No. Yo empecé a escribir esta obra con gafas de natación en una Semana Santa; escribí lo que me estaba pasando. Empezó como una suerte de narración, pero todo lo que escribo tiene una oralidad en la que subyace un deseo de teatro. Ya cuando estaba escribiéndola pensaba que pedía teatro.

Las ideas de sus obras nacen de noticias que lee, de cosas que le ocurren. ¿Se planteó, al margen de escribir este texto, crear una obra teatral con la misma anécdota?

Sí, y creo que esa obra está por escribir. Si no lo hago yo, alguien puede hacerlo. Tuve esta obra de algún modo en la cabeza, pero poco a poco se fue imponiendo algo en lo que lo real se fundía con lo imaginario. Las gafas no son solamente un instrumento para manejarse en la vida, sino que generan una transformación en el personaje; una transformación imaginativa.

«Cuando uno escribe para la escena aparece un sentido de la responsabilidad; yo siento mucho respeto por el espectador. No quiero obedecerle, pero sí quiero entregarle algo»

¿Se sintió escribiéndola más libre, al no pensar en su puesta en escena, que en otras ocasiones?

Probablemente sí, la mano y la cabeza han estado especialmente libres en esta ocasión. Cuando uno escribe para la escena aparece un sentido de la responsabilidad; yo siento mucho respeto por el espectador. No quiero obedecerle, pero sí quiero entregarle algo. En este sentido, lo mucho que yo me esté divirtiendo no justifica el hecho de convocarlo; hay libertad al escribir, sí, pero también un esfuerzo por ofrecerle algo que le merezca la pena.

¿Tuvo algo que ver con su decisión de llevarla a escena su encuentro con el actor César Sarachu?

Yo coincidí con César en «Reikiavik». Y cuando surgió la posibilidad de llevar «Intensamente azules» a escena pensamos en él como el actor ideal. César es un actor extradordinario, y extraordinariamente singular. César es un actor raro, en el mejor sentido de la palabra. El espectáculo le sienta como un guante.

Hay en la narración muchos elementos de absurdo; situaciones como la de ir a Palacio todas las noches para leer a Schopenhauer con el Rey...

Sin duda es una situación extremadamente extravagante; es difícil imaginárselo, pero ¿quién sabe qué lee el Rey por las noches? Quiero pensar que es extravagante pero verosímil. Hay gente que al leer el texto alude al surrealismo. Yo les digo que de acuerdo, pero que antes que en el surrealismo pienso en Cervantes; pienso en la cueva de Montesinos, en Don Quijote saliendo de ella y creyendo que visto a Merlín y a Dulcinea encantada... Hay algo, y lo digo con todo el pudor, cervantino y calderoniano en este juego.

«Escribir una historia no significa que la comprendas; de hecho, la publicas y la estrenas para comprenderla. Son los demás quienes la completan, la interpretan y la llevan a lugares inesperados»

¿Quería decir algo con «Intensamente azules», o es la propia historia la que tiene que hablar?

Siempre es la historia la que tiene que hablar. Escribir una historia no significa que la comprendas; de hecho, la publicas y la estrenas para comprenderla. Son los demás quienes la completan, la interpretan y la llevan a lugares inesperados. En esta obra habrá espectadores que se torturarán planteándose qué hemos querido contar, y habrá otros que se dejarán llevar; a estos seguramente les provoque envidia de libertad, de alegría, porque todo eso está en el personaje que construye César.

Acaba de terminar 2018, un año supongo que especial para usted por su elección en la Real Academia Española.

Ha sido muy especial, sí. Fue algo inesperado para mí; supone un honor que me excede y una responsabilidad que me abruma. Y que me llena de alegría, claro. Y este año espero que sea también teatralmente especial. Voy a tener dos obras en gira, «El mago» e «Intensamente azules», y va a haber varios estrenos: Andrés Lima va a dirigir en Barcelona, en la sala Beckett, «El chico de la última fila». Esta misma obra se va a hacer en el Piccolo Teatro de Milán, y en el teatro San Martín de Buenos Aires se van a montar «El cartógrafo» y «Fedra». Y hay más estrenos... Por suerte, el año va a ser rico.

Imagino que se quedaría un poco descolocado cuando le eligieron académico...

Entro en la Academia con alegría, con gratitud y con ganas de «faena». Cuando se recibe una propuesta así has de saber que lo que has hecho no te avala; lo hace el trabajo que puedas hacer a partir de ese momento. Conviene recordar el papel de la Academia, donde mucha gente ha trabajado, y muy bien, por las gentes de este país.

«Dramaturgos como Lope, Calderón, Lorca, Valle... nos enseñan hasta qué punto el teatro puede ser un gran depósito de experiencia y puede enriquecer la vida de la gente»

¿Se ha perdido la idea de que el teatro es también literatura? ¿Han podido más la cotidianeidad y la «naturalidad»?

Es así, pero también es cierto que conviven lenguajes muy distintos, desde teatro del silencio hasta el teatro verbatim, el teatro documental. No percibo un desfallecimiento de la palabra en el teatro. Lo que en cualquier caso hay es texto. Puede haber teatro sin palabra, pero no sin texto. Si en un espectáculo coreográfico se fija un movimiento, un gesto, eso ya es texto. La edición teatral en España está, por otra parte, en un momento muy interesante; mejor que en países como Alemania, por ejemplo. Pero no podemos dejarnos llevar por la euforia, porque debemos medirnos con los grandes: Lope, Calderón, Lorca, Valle...

Con esos referentes hay que elevar el tono...

Siempre he dicho que cuando he hecho versiones, he recibido, además de la enseñanza técnica, una extraordinaria enseñanza moral, porque todos estos dramaturgos te enseñan hasta qué punto el teatro puede ser un gran depósito de experiencia y puede enriquecer la vida de la gente. Yo, como autor, no me puedo conformar con entretener, tengo que tratar de aportar algo.

En la calle se está perdiendo el gusto por el lenguaje.

Es verdad que es un peligro. No es que el castellano esté en peligro, pero todos los idiomas viven una pasteurización, una estandarización que son graves. Y al mismo tiempo se cazan en la calle expresiones luminosas como la de una anciana que decía: «Cuando me aburro, bajo a hablar con la gente de los bancos». Pero es verdad que mucha gente no solo habla con el lenguaje de la tele, sino con el lenguaje de las series norteamericanas. Hay niños de doce años que usan expresiones como: «Sé cómo te sientes», que me parece estremecedora en un niño de doce años, y que seguramente la ha aprendido en Disney Chanel. Y no solo me refiero a lo que habla la gente, sino a lo que piensa, lo que siente, lo que juzga. A más palabras, más vida, y más posibilidades de resistir, y en este sentido sí creo que el lenguaje en el teatro tiene un valor.

El teatro debe por tanto elevar al espectador.

Estoy seguro. Debe ser capaz de presentarnos otras formas de vivir o presentarnos con una distancia las propias. Si lo que hace el teatro es confirmarnos nuestra mirada, nuestros prejuicios, también en nuestra forma de hablar, está fracasando.

¿Tiene fecha de ingreso en la RAE?

Ya tengo un texto. Ahora hay que seguir los plazos y el protocolo que marca la Academia. El discurso se va a titular «Silencio», y habla tanto de la palabra silencio como de la idea. Las dos son parte de la lengua. Ingreso en una casa de la palabra, y la última a la que querría renunciar como dramaturgo es, precisamente, silencio; es importante cuando un personaje la pronuncia -«El resto es silencio», dice Hamlet, y silencio es la primera y la última palabra que pronuncia Bernarda- como cuando aparece en las acotaciones. Meditar sobre esta palabra me da ocasión para meditar sobre el teatro mismo.

No solo la palabra. Actualmente le tenemos pánico al silencio, y nos hace mucha falta.

Efectivamente. Vivimos en un tiempo de acoso al silencio, un tiempo en que estamos atravesados por el ruido, y en este sentido reflexionar sobre el silencio teatral me permite pensar sobre nuestro tiempo.

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