Juan Mayorga: «El lenguaje es la cuestión política por excelencia»

Ha sido el último en entrar en la Real Academia Española y, por ahora, es su miembro más joven. Autor teatral de éxito -sus obras se representan en todo el mundo-, su nombre «suena» en todo premio y galardón. Ya tiene el Nacional de Teatro

El dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965) Matías Nieto Koenig

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Encajonar a Juan Mayorga en las apenas dos mil palabras de esta entrevista resulta harto complicado. Mayorga es un «ser» extraño en un mundo carente de seres maravillosamente extraños . Atiendan a esto que me cuenta después de salir de un ensayo y antes de ponernos a hablar: «Hace dos Semanas Santas se me rompieron mis gafas de miope estando con la familia fuera de Madrid y recordé, después de unos primeros minutos de conmoción, que mis gafas de natación son graduadas. Entonces, me las puse. Mis hijos vieron aquello con cierta sorpresa, y su sorpresa creció cuando fui al supermercado con ellas. Entonces, empecé a escribir "Intensamente azules". Y en 15 meses va a ser un espectáculo». Maravillosamente extraño.

¿Cómo llega al teatro?

Yo vengo de una butaca. Es decir, yo llego al escenario desde la posición del espectador. Acudo por primera vez al teatro porque en mi instituto nos dicen: «Tenéis que ir». En este sentido, me siento un privilegiado, tuve suerte. Y sentí que ese teatro me ayudaba a saber de mí y a saber del mundo.

¿Recuerda cuál fue aquella primera obra que fue a ver?

«Doña Rosita la soltera», interpretada por esa enorme actriz que es Núria Espert. Y sucede que esa obra la dirigía Jorge Labelli, un extraordinario director argentino-francés, que luego, con el tiempo, puso en escena tres de mis obras en París. En alguna medida, en aquella noche, en el Teatro María Guerrero, porque ahí fue, se estaba estableciendo una cita entre un maestro y un aprendiz.

¿Cuándo empieza a escribir ese aprendiz?

Sucedió que era un muchacho que escribía. Mis padres sentían mucho respeto por los libros. Fui un niño lector y un adolescente lector que había escrito poesía y novela, y fue natural que ensayase con mucha ingenuidad la escritura del teatro.

¿Dónde busca los temas o asuntos que trata en sus obras?

Le voy a enseñar algo... suelen empezar en estas libretas A7, que son muy adecuadas para llevar en el bolsillo. Aquí, de pronto encuentro argumentos o anoto frases o anoto ideas.

«Necesitamos intelectuales que se aparten del ruido del mundo y que nos ayuden a fijarnos en lo que importa»

Tendrá cientos de cuadernos...

Sí, tengo cientos. El otro día escuché una frase que decía una mujer: «Este túnel es claustrofóbico», cosa que me hizo mucha gracia, porque el túnel no puede ser claustrofóbico. Esto (me señala una frase) es otra anotación del «Quijote» que voy leyendo en el metro, en el teléfono. Lo tengo en Cervantes virtual. Son frases escuchadas en el autobús. Las obras surgen de mil cosas.

¿Sobre qué se ha sentido incapacitado para escribir?

Cuando me he ocupado de la «Shoah», del exterminio de los judíos europeos, a la que he dedicado dos obras, «Himmelweg». y «El cartógrafo», la cuestión de la irrepresentabilidad última del Holocausto ha sido central para mí... De lo que estamos hablando es de cómo, si no representar lo que es irrepresentable, sí al menos dar cuenta de su ausencia, de su silencio. Nombrarlo y llamar la atención. Creo que el lenguaje es la cuestión política por excelencia.

¿Qué tiene nuestra lengua en comparación con otras?

No sabría decirlo. Siento una enorme curiosidad y pasión por las lenguas. No puedo decir que soy en absoluto políglota. He estudiado modestamente, además del español, el francés, el alemán y el inglés. Siento pasión por nuestra lengua y permanente fascinación por ella, por la lengua que se dice en el metro y por la lengua que se dice en la calle, y también, por supuesto, por la lengua de nuestros grandes escritores.

¿Cómo veía la RAE antes de ser nombrado académico?

Consulto prácticamente cada día, ahora «online», el Diccionario de la Academia. Creo que la Academia viene haciendo desde que se fundó un trabajo muy importante y, además, no es extraño que las decisiones de la Academia susciten tantas pasiones, porque sucede que la lengua está en el centro mismo de nuestras vidas.

¿Qué opina de esas polémicas?

Entiendo que la decisión de incorporar una acepción de una palabra o una palabra misma supongo que está muy meditada. Pero entiendo, por otro lado, y creo que es parte del juego, el hecho de que, de pronto, se produzca una controversia o una conversación en torno a la pertinencia de la introducción de una palabra todavía no incorporada al Diccionario, o lo contrario. Me parece que no es ruido, sino parte de una sana conversación.

«Hay muchas razones para sentir horror. Habría que hacer del pesimismo un órgano crítico y generador de acción»

Estoy escribiendo un discurso que quisiera titular «Silencio». Ocurre que el silencio me parece interesante, o me resulta desafiante dado que voy a entrar en una casa de palabras. Si el teatro es el arte de la palabra pronunciada, sostengo que en el teatro el silencio se pronuncia. Incluso uno podría pensar que la historia del teatro se podría escribir atendiendo al silencio en los textos y en los escenarios.

¿Qué le deja en silencio, sin palabras?

A uno le dejan sin palabras el dolor propio y de los otros, pero también la belleza de los otros; la belleza de un ser humano puede dejarnos sin palabras o podemos sentir que no debemos acompañarla de palabras.

Como contraposición al silencio, está el ruido. ¿Cree que vivimos en un mundo excesivamente ruidoso?

Necesitamos silencio para ser humanos y para reconocernos en los otros. En este sentido, es cierto que lo contrario del silencio sería ese ruido infinito. A veces digo que, precisamente, la misión del arte y, en particular, la del teatro, es estar a la escucha del mundo, pero no devolver al mundo su ruido, sino su poesía.

¿Su palabra preferida?

La palabra más importante es «amor». Y es la idea más importante. Si pensamos en ella, es una extraordinaria conquista del ser humano. ¿Por qué siendo animales no nos devoramos sin más los unos a los otros? ¿Por qué no nos dejamos llevar por nuestro deseo, nuestro apetito y somos capaces, en ocasiones, del sacrificio o del silencio, frente a la belleza?

«Me siento un aprendiz, y creo que la palabra "aprendiz" es bastante correspondiente a un estado de permanente curiosidad»

¿Y la palabra que le produce mayor rechazo?

«Yo». Podría decir, paradójicamente, que yo desconfío de toda frase que utilice la palabra «yo», incluida esta frase.

¿Y una palabra con la que se definiría sin utilizar el «yo», claro?

Me siento un aprendiz, y entonces creo que la palabra «aprendiz» es bastante correspondiente a un estado de permanente curiosidad, y además de permanente insuficiencia.

Entiendo que no se considera un intelectual, pero ¿nuestra sociedad está necesitada de intelectuales?

A lo mejor hay un Kafka que está trabajando en una oficina de seguros y no le hemos prestado atención. Dicho esto, teniendo en cuenta la información que tenemos, sí que es verdad que nuestro tiempo no puede compararse en cuanto a la calidad y a la hondura de... No encontramos figuras, me parece, o no las observo, tan importantes como las que, por ejemplo, se dieron en la Europa de entreguerras o en la España previa a la guerra. Sí, necesitamos gente que se aparte del ruido del mundo y que nos ayude a fijarnos en lo que de verdad importa.

¿Juan Mayorga se considera un optimista o un pesimista?

Walter Benjamin utiliza en cierto momento una noción que me resulta muy querida. Benjamin dice algo así como «organizar el pesimismo». Benjamin viene a decir que en el tiempo que a él le tocó no se podía ser optimista, pero sí se podía organizar el pesimismo. Me parece una forma paradójica de ser pesimista.

¿Optimista de ser pesimista?

O una forma paradójica de ser optimista siendo pesimista. Está claro que hay muchas razones para sentir horror, pero, por otro lado, creo que el pesimismo, si se convierte en fatalismo reaccionario, en una excusa para la inacción, a lo que contribuye es a la extensión de la docilidad y de la servidumbre. Habría que hacer del pesimismo un órgano crítico y generador de acción.

«Para mi entrada en la RAE estoy escribiendo un discurso que quisiera titular "Silencio"»

Cuando escucha a los políticos hablar, ¿qué le viene a la cabeza? ¿O le duele, más bien, la cabeza?

Como ya nos advirtió un grande, al que quiero mencionar, de la lengua alemana, el gran polemista austriaco Karl Krauss, la cháchara lleva a la catástrofe. En este sentido, creo que es verdad, que cada vez que un político sube al estrado en el Parlamento o toma la palabra para dirigirse, tanto a sus seguidores como a los que no lo son, debería recordar que le cabe una responsabilidad política y moral enorme. Claro, eso se relaciona mal con una vida política que parece una y otra vez estar orientada a que el político ha de expresarse en lemas inmediatamente memorizables y parece que el propio dispositivo político exige esa banalidad, esa falta de complejidad.

¿Y del uso y abuso de las redes sociales?

Debo reconocer que soy torpe, quizá anticuado, en el manejo de esos medios de comunicación, que, por otro lado, son tan valiosos y de los que se puede hacer un uso interesante. No tengo página en Facebook, ni Twitter. Pero, sin duda, se trata de un lugar de vida e inmediatamente conflictivo y, por tanto, inmediatamente interesante para el teatro.

¿Nos comunican o incomunican?

Esas nuevas posibilidades de comunicación quizá para algunas personas hayan enterrado otras, pero a otras personas les han abierto enormes posibilidades. Este es el tiempo en que nos ha tocado vivir, y es fascinante.

¿Hay demasiados tópicos instalados en nuestra vida, en nuestra sociedad?

Quizá en esta conversación estoy manejándome con tópicos, estoy defendiéndome con tópicos, y lo peor podría ser que ni siquiera los reconociese como tales. A veces digo que la cuestión no es si uno representa un personaje. De forma que creo que uno ha de estar atento a los tópicos, por supuesto, que le cercan, pero debe ser especialmente cauteloso respecto de los tópicos que acaso le atraviesen sin saberlo. En este sentido, creo que uno ha de estar en una actitud de permanente sospecha respecto de su propio lenguaje, respecto de sus propias palabras.

Juan Mayorga: «El lenguaje es la cuestión política por excelencia»

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