Hermosa y devastadora

Marta Nieto, en un momento de 'La infamia' José Alberto Puertas
Julio Bravo

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Estremecedora y devastadora. Hermosamente estremecedora y hermosamente devastadora, para ser más exactos. Así es 'La infamia', la función basada en el libro de la periodista mexicana Lydia Cacho 'Memorias de una infamia', en el que relata el secuestro 'legal' que padeció hace unos años.

La historia ya es profundamente sobrecogedora de por sí. El palpitante relato en primera persona nos habla de situaciones espantosas, de sensaciones y sentimientos feroces: terror, angustia, desamparo y, por otro lado, crueldad, brutalidad e inhumanidad. Lydia Cacho, activista en pro de los derechos humanos, escribió un libro, 'Los demonios del Edén', en el que denunciaba una red consentida de pornografía y prostitución infantil. La publicación del libro, en el que desvelaba nombres, provocó el secuestro y las torturas que contó en 'Memorias de una infamia'.

Cuando José Martret leyó el libro y conoció a la autora decidió contar la historia en el escenario. Y lo ha hecho a través de un espectáculo, un monólogo, tan bello y emocionante como desgarrador, que encoge el corazón de los espectadores. Ha unido para ello dos mundos, el teatral y el audiovisual; una operadora de cámara va siguiendo los pasos de la actriz y una pantalla ofrece sus imágenes en directo. Lo que Martret pretende, establecer una barrera entre el sufrimiento de la protagonista y el público, se consigue solo en parte, porque los primeros planos que se ofrecen son dolorosamente reveladores y, a pesar de la distancia que crea la pantalla, es multiplicador de las sensaciones. Martret interrumpe -y alivia, aunque solo en parte- el relato de los hechos con la explicación, a través de las palabras de la propia protagonista, de quién es ella y cómo se ha llegado a la situación. Y se alivia solo parcialmente porque lo que originó el secuestro, según cuenta la propia Lydia Cacho, fue su denuncia de una red de pornografía y prostitución infantil, consentida por las autoridades.

Pero todo el entramado escénico creado por José Martret -lleno de belleza; el teatro no debe abandonarla nunca- no se sostendría sin la portentosa interpretación de Marta Nieto (del 4 al 16 de enero la sustituirá Marina Salas). Su rostro es un lienzo de serenidad en el que la actriz va coloreando los sentimientos que invaden a su personaje: terror, angustia, asco, ira. Lo hace además desde una verdad absoluta, transmitida con la complicidad de la cámara (un arma de doble filo, porque podría desvelar cualquier truco), poniendo en la interpretación de su terrible relato una admirable intensidad que empapa a los espectadores. Se puede pasar muy bien pasándolo mal, y 'La infamia' es un magnífico ejemplo de ello.

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