CRÍTICA DE TEATRO

«Un enemigo del pueblo»: el teatro como asamblea

Àlex Rigola dirige una versión «participativa» de la obra maestra de Ibsen

Óscar de la Fuente, Francisco Reyes, Nao Albet, Irene Escolar e Israel Elejalde Vanessa Rabade
Julio Bravo

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El teatro tiene, entre sus obligaciones, la de interpelar al espectador, sacudirle las solapas y generarle interrogantes. En este sentido, la versión que propone Àlex Rigola de la incómoda y provocadora obra de Henrik Ibsen «Un enemigo del pueblo» es modélica. El director catalán y sus cinco cómplices sacuden al público desde el mismo inicio de la representación; y no solo eso, sino que lo implican en el desarrollo de la función y lo convierten en participante activo del espectáculo ; en algunos casos, muy activo, ya que en un momento determinado los espectadores pueden tomar la palabra y expresar sus opiniones sobre los planteamientos del texto.

El resultado es interesante . También arriesgado, desde el momento mismo en que -lo considero una boutade- los espectadores pueden decidir por mayoría que la función no se lleve a cabo (sin que, en ese caso, se les devuelva el importe de la entrada).

Rigola toma para su versión el tuétano del texto de Ibsen, que hace caminar ya a sus personajes sobre esa delgada línea roja que separa el comportamiento ético de la conveniencia. Reduce a cinco los personajes: el médico del Balneario y el hombre que prende la chispa del conflicto con unos informes que amenazan la bonanza de vive el pueblo; su hermana , que es también la alcaldesa de la localidad; dos incómodos periodistas que vierten sus ideas a través de un periódico digital llamado Public Enemy; y el informático de dicho pueblo, que es al tiempo el representante de los empresarios autónomos de la zona. Los personajes, según el gusto de Rigola, llevan el nombre de los actores, que visten con sus ropas de calle, desdibujando frontera entre unos y otros.

No hay representación, ya que la historia se cuenta a los espectadores , a los que se da la palabra después, eso sí, de haber sido aleccionados y, hasta cierto punto, manipulados, con discursos que pecan en ocasiones de maniqueísmo y ciertas dosis de eficaz demagogia. «No es la descomposición del agua -dice en un momento Nao Albet-. El problema es la descomposición de la sociedad , que se está pudriendo». Por si alguien no se hubiera enterado de lo que se está hablando.

La función es con todo atractiva y magnética ; lo es en buena parte por su dinamismo y por la convicción con que se desenvuelven los cinco actores - cinco magníficos actores -. Pero a las preguntas que plantea podría añadirse: ¿Debe el teatro convertirse en asamblea? Aunque me temo que nadie tiene la respuesta correcta.

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