La dimensión política del malo

Israel Elejalde, en «Ricardo III» Vanessa Rabade

Diego Doncel

Miguel del Arco y Antonio Rojano han realizado una adaptación de «Ricardo III», de Shakespeare, a la medida de nuestro tiempo. Irreverente, mordaz, esta versión libre, esta reescritura refleja hasta qué punto los Ricardos shakespeareanos están presentes en nuestra historia más próxima, en nuestra actualidad más desasosegante, hasta qué punto la ambición y el poder pueden convertirse en una inmoralidad. Del Arco y Rojano leen a Shakespeare desde una estética pop, y lo mismo que Warhol experimentaba con los iconos de la cultura de masas, ellos intervienen en la tragedia original para desplazarla al territorio de la crítica de nuestros fantasmas más inmediatos. Véase la simbología que encierra el hecho de que el bastón con el Ricardo camina por el mundo sea un micrófono, el mismo, por cierto, con el que la política en nuestro tiempo convence a los ciudadanos. O que la figura de Franco nos recuerde aquella pieza de escultura social con la que Eugenio Merino revolucionó ARCO hace unos años. Sus desplazamientos o intervenciones son constantes: aparecen las fake news, los periodistas que trabajan para el poder, la telebasura, los políticos bañados en la corrupción… El propio Ricardo se nos aparece como un artista rock crepuscular al que nunca le abandonan sus gafas de sol.

Todo ello para subrayar la dimensión caricaturesca, deformante de las situaciones y los personajes, es decir, la estética del horror y la magnitud humorística de ese horror. Ricardo es el Lucifer de la política y el cómico de palacio, su deformidad física y moral lo llevan a ser un héroe del no futuro y un apologista del crimen. Como el emperador Claudio, magistralmente retratado por Robert Graves, para él la política solo es un problema de eliminación, de limpieza. El poder, parece decirnos, es tremendamente sucio cuando se ejerce con corrección.

El nivel interpretativo de la obra es de enorme altura, pero Israel Elejalde tiene la fuerza, la versatilidad y el talento como para sostener toda la grandeza de su personaje.

«Ricardo III» posee una muy lograda potencia visual, un humor negro helador, una crítica a todos aquellos que hacen de la política o de nuestra sociedad una dimensión del mal.

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