Àlex Rigola: «“Vania” no se puede dirigir ni interpretar si uno no ha tenido cicatrices»
El director catalán presenta en los teatros del Canal una versión del clásico de Chéjov para 4 actores y 60 espectadores
Después de la tormenta viene la calma, reza el dicho. No fue pequeña la tormenta que generó, hace menos de dos meses, Àlex Rigola , al tomar la decisión de dejar la dirección de los teatros del Canal por «la brutal violencia ejercida el pasado domingo 1 de octubre a los ciudadanos catalanes, ordenada por el mismo partido que gobierna la Comunidad de Madrid», responsable del espacio del que era responsable. Ahora presenta en él « Vania », una versión libre del texto de Chéjov que subtitula «escenas de la vida» y que resume así: «Proyecto para cuatro actores y 60 espectadores en la búsqueda de la esencia de Chéjov dentro de una caja».
Busca Rigola la calma en el silencio que ha decidido guardar sobre aquel asunto -su intención es sobre todo no perjudicar a los que le nombraron, con Jaime de los Santos a la cabeza- y se quiere centrar solo durante la conversación en su montaje de «Vania», que interpretan Ariadna Gil, Irene Escolar, Luis Bermejo y Gonzalo Cunill , habitantes de un espacio escénico creado por Max Glaenzel .
Y realmente «Vania» da para hablar largo y tendido, porque la función, para la que están ya prácticamente agotadas las entradas, se perfila como uno de los grandes montajes de la temporada . El propio Rigola se confiesa extrañamente satisfecho y feliz con el resultado final. «No es frecuente, no suelo tener esta s ensación de felicidad con mis montajes», dice con una amplia sonrisa.
Coincide el «Vania» dirigido por Rigola con la versión que firma Daniel Veronese (teatro Valle Inclán) y con la que acaba de presentar Oriol Tarrasón (teatro Fernán Gómez). «Somos tres directores que hemos pasado ya por el ecuador de nuestra vida -dice Rigola-; nos queda menos recorrido que el que hemos vivido . Y ese es precisamente el momento vital de Vania; un momento en el que te planteas cómo quieres vivir el tiempo que te queda y te empiezas a hacer preguntas sobre la existencia: qué somos, qué hacemos... Yo creo que “Tío Vania” es una pieza que difícilmente se puede dirigir a los veinticinco o treinta años. La puedes montar, pero no vivirla con toda entereza».
Uno de los problemas principales que plantea la obra, dice Rigola, «y donde ponemos el foco, es ese momento de la vida en el que tú descubres que lo que pensabas que era la vida y lo que realmente es no es exactamente lo mismo , y que además está muy alejado entre sí. Descubrir que la vida no es lo que era, sin saber exactamente lo que es; que el amor no es exactamente lo que creíamos; que nuestras proyecciones como personas, como artistas, como trabajadores, no son lo que pensábamos que era... Ese momento puede producir mucho dolor . Luego se puede redirigir una vez aceptado, pero hasta llegar a ello... Por eso nos gusta tanto a todos Chéjov; no es un espejo, es que somos nosotros mismos en su esencia».
La versión de Rigola es especial no solo por el espacio (una caja en la que conviven los cuatro actores y los sesenta espectadores que asisten a la función y se convierten de algún modo también en actores), sino por el camino por el que ha hecho transitar a los intérpretes, obligados a desnudar sus almas y mostrarse mucho más como seres humanos que en otros montajes -así lo confiesan ellos-. A ello han llegado «a través de un proceso de investigación -relata el director- que empezó hace año y medio. Buscábamos cómo seguir el trabajo que comenzamos con un “ Ivanov ” que monté en el Teatre Lliure. Cada vez me interesa más la relación entre el espectador y la persona, no el personaje. Y para hacer que esa persona, que es el actor con sus propias vivencias, sea el transmisor del texto de Chéjov a través suyo y no del personaje, necesitábamos quitar capas, los filtros que llevan los actores a la hora de interpretar ». El público se convierte así, dice, «en cómplice». Porque hay, añade, «una generosidad absoluta por parte de estos cuatro actores, que nos ofrecen parte de sí mismos, de sus propias cicatrices. Un texto como éste no se puede dirigir ni interpretar si uno no ha tenido cicatrices . Y, aunque el público no sabe exactamente lo que les ha pasado, porque las muestran a través del texto de Chéjov, sí ve que esas personas se han desnudado emocionalmente. Y eso es difícil de ver».
Noticias relacionadas