Crítica de ópera
«I Puritani», del deseo consumado
Una función difícil que fue en ascenso desde la desastrosa primera parte hasta el éxtasis del dúo final
Entre lo que se espera y lo que sucede puede haber una gran diferencia. Especialmente si se es fiel a alguno de los principios que regulan el espectáculo. Vicenzo Bellini no tuvo duda en dejarlo por escrito mediante una frase que ha hecho historia: « La ópera ha de provocar el llanto, el sobrecogimiento e incluso la muerte ». Impresiona recordarla ante la representación de «I puritani» , una partitura por la que luchó en el París de 1835.
Estos días «I puritani» visita el Teatro Real de Madrid . Ayer se estrenó en una nueva producción tras la que se impone la firma del director teatral Emilio Sagi . Los demás componentes son muy variados pues giran alrededor de dos repartos a los que dirige musicalmente Evelino Pidò . O al menos eso intenta, a tenor de lo escuchado anoche. Función irregular, difícil, que fue en ascenso desde la desastrosa primera parte hasta el éxtasis del dúo final entre Arturo y Elvira, frente al cual, el público, que ya había intentado el aplauso, se entregó a una larga e intensa ovación.
El reconocimiento era lógico porque Javier Camarena y Diana Damrau marcaron las diferencias frente a un reparto que hasta entonces había hecho poco por el éxito final. El propio Evelino Pidò, cuya propuesta musical no sobrepasó lo convencional , dio la sensación de aparecer en el foso con la malsana intención de hundir aquello que podía tener un cierto interés. El trazo grueso, evidentes desajustes en la concertación y algunas decisiones musicales muy elementales ayudaron poco a Camarena cuando abordó su famoso «A te, o cara» intentando imponerse a la rigidez métrica que se exigía desde el foso. Tampoco de Ludovic Tézier , un vozarrón con poco refinamiento, ni de Nicolas Testé , desacaradamente desafinado en su salida, parecía esperarse nada importante. Sin embargo, el dúo «Suoni la tromba» en el final del segundo acto vino a perdonar anteriores pecados.
En cuanto a la puesta en escena todo queda en un mensaje más ornamental que sustancial . Quizá sea una solución lógica ante un libreto de difícil ejecución. Al menos triunfa la sobriedad y el orden en un escenario dominado por una caja negra brillante y alumbrado en buena parte de la obra por un ejército de lámparas. El coro con tendencia a posiciones fijas, en el segundo ordenado en un balcón perimetral elevado adoptando el papel de coro griego, el dibujo de un bosque de fondo en la segunda y tercera parte, y algún detalle naíf como la luna a la que se abraza Elvira durante su escena de la locura, acaban por configurar una realización tras la que se adivina un destilado de muchas ideas puestas en práctica en anteriores trabajos.
Bellini murió poco después de escribir «I puritani» . No fue esta ópera ni ninguna otra lo que le llevó a la tumba. Tampoco es probable que algún espectador sienta ahora la congoja del llanto ni se sobrecoja viendo esta producción que el Teatro Real programa hasta el 24 de julio. Hacerlo, sería una exageración .
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