Muere Little Richard, pionero del rock'n'roll, a los 87 años
La noticia, adelantada por «Rolling Stone» no indica la causa de la muerte del inconfundible y excesivo artista
Little Richard, «el marica rico» que revolucionó el rock y terminó condenando la homosexualidad
Y de pronto, el rock and roll perdió la chaveta y se inventó a sí mismo entre chillidos, caderazos como para triturar decenas de pelvis y un boogie frenético que irrumpió pateándole el trasero al blues. «Soy el innovador, Soy el emancipador. Soy el creador. Soy el arquitecto del rock and roll», dejó dicho Richard Wayne Penniman, el hombre que hizo historia como Little Richard e indicó el camino a seguir a Elvis y los Beatles, cuando quedó claro que lo suyo no sería una mera interpretación de reparto, sino una magistral actuación principal.
Por ahí andaban también los calambres eléctricos de Chuck Berry, la gasolina con la que Jerry Lee Lewis empapaba su piano o la imperturbable hormigonera rítmica de Bo Diddley , pero fue Richard, todo y desinhibición extrema y purpurina antes de que nadie supiese siquiera cómo utilizarla, quien mejor encarnó la naturaleza salvaje, despendolada y andrógina del rock and roll. Ya saben: Awopbopaloobop Alopbamboom como grito de guerra, un tupé como elevado sobre un andamio invisible y esos grititos, ¡auuuuuuhhh!, que de pronto emergían entre las teclas desquiciadas de «Lucille» o «Keep a Knockin’».
Una estrella que se apagó ayer a los 87 años, según confirmó su hijo a la revista «Rolling Stone», víctima del cáncer. Su salud, no era ningún secreto, venía empeorando desde que en 2013, coincidiendo con su 80 aniversario, anunció su retirada.
Para entonces, el personaje ya había devorado a músico y el menudo y patizambo cuerpo de Richard tenía que contener, al mismo tiempo, al pastor que casó a Bruce Willis y Demi Moore; al sátiro que exhibía sobre el escenario ademanes de pícaro incorregible; y al arrollador pionero que cambió las vidas de David Bowie, The Kinks, Prince o The Beatles.
En misa y repicando
Nacido el 5 de diciembre de 1932 en Macon, Georgia, hogar de otras leyendas como James Brown y Ottis Redding, Richard Wayne Penniman creció, nunca mejor dicho, en misa y repicando: su padre, diácono de la iglesia, trapicheaba con alcohol en un club nocturno durante la Prohibición, por lo que góspel y juerga, genuflexión y baile, debieron ser las dos caras de la misma moneda para el joven Richard.
Normal que, tras empezar cantando gospel en la parroquia, con apenas 14 años cambiase de división para frecuentar los espectáculos de vodevil y variedades. Un año antes su padre ya le había echado de casa. ¿La razón? Fácil: al patriarca de la familia le inquietaba sobremanera que su hijo, aquel crío cabezón al que los chavales del barrio llamaban «maricón, nenaza, capullo, monstruo» , como recordaba el propio artista en su biografía, pudiese ser homosexual.
La herida nunca se cerró pero, a cambio Richard aprendió a moverse como pez en el agua entre el éxtasis espiritual y el gozo carnal. Su estilo interpretativo, explosivo y descarado, tampoco pasó desapercibido y tanto RCA como Peacock Records intentaron echarle el lazo, pero la cosa no acabó de cuajar. Entrados los cincuenta, el compositor Robert Blackwell se fijo en él para convertirlo en el nuevo Ray Charles, pero Richard, claro, tenía otros planes y, en cuanto pudo, empezó a escupir obscenidades ante la, se supone, cara de pasmo de los músicos que le acompañaban, nada menos que la banda de Fats Domino. Corría el año 1955 y en un estudio de Nueva Orleans acababa de nacer «Tutti Frutti», el primer himno de guerra del rock and roll.
Al grito de «Awopbopaloobop Alopbamboom» (traducido aquí como «A wamba buluba balam bambú»), Richard se atrincheró en la forja del rock más volcánico y transformó aquel sonido exuberante en una soberbia ristra de canciones. A saber: «Rip It Up», «Long Tall Sally», «Good Golly, Miss Molly»... Un ascenso imparable que se vio frenado en seco en 1957. No se cayó del caballo, pero casi: estando de gira en Australia, la visión de una bola de fuego en el cielo le turbó hasta tal punto que aparcó la música para estudiar teología. A Dios rogando, el cosquilleo del rock no tardó en reaparecer, justo a tiempo para fijar aún más una huella que ni los años malos ni todas las extravagancias del mundo han conseguido borrar.