Denuncia
El día después del Dcode: un peligro para el deporte universitario
Jugadores de la liga universitaria de rugby de la Universidad Complutense de Madrid aseguran encontrar «cristales y tornillos» en el campo donde se celebra la cita musical
Como cada septiembre, cientos de universitarios se acercan hasta Madrid para cerrar el verano a ritmo de indie en el Dcode Festival , la cita musical que se celebra bajo los palos de un campo de rugby (uno que tiene más de campo que de rugby). Al día siguiente, otros cuantos (estudiantes) regresan a las instalaciones donde se encuentran las distintas facultades que componen el campus de la Universidad Complutense para volver, además de a las clases, a encontrarse con sus compañeros de equipo. Lo harán lejos de ese terreno de juego donde hace apenas unos días disfrutaban de los conciertos de Amaral o Jorja Smith , ya que los restos de las citas musicales que ha acogido durante este verano (y aún queda por celebrarse el Jardin de las Delicias Festival el próximo 21 de septiembre) han hecho que Cantarranas (el nombre que recibe el campo donde se celebra el festival) sea aún menos practicable.
«Ningún equipo entrena ahí no porque no se pueda, es porque no quieren», asegura Miguel Mate, capitán del equipo de rugby de la facultad de Farmacia. Las instalaciones de Cantarranas la componen dos campos de este deporte sin iluminación, con sus palos correspondientes y unos vestuarios que simplemente cumplen su labor. Sin embargo, en el terreno de juego «hay charchos que pueden llevar formados desde hace meses y socavones que ponen en peligro los tobillos y las rodillas de los jugadores». A esta condición se le suma los «cristales y tornillos» que los miembros de los equipos aseguran despejar en los instantes previos a sus propios partidos, realidad que ayer volvieron a denunciar a través de las redes sociales tras la finalización de Dcode Festival. «Cantarranas es un campo lesivo », reconoce a regañadientes Mariano Martín Fernández, seleccionador de la Complutense masculino y femenino y entrenador de otros dos equipos femeninos.
Esta realidad se traduce en un tema de debate más que recurrente en las reuniones que los delegados de los diferentes equipos que componen la liga universitaria mantienen con los representantes de la Universidad Complutense de Madrid antes de iniciar la liga. «Se les ha pedido en diferentes ocasiones que hagan algo para mejorar el campo», asegura Mate. Y tiempo hay. Desde el último festival que se celebra en el mencionado campo de rugby (durante el primer fin de semana de septiembre) hasta que empieza la liga (en octubre) hay al menos un mes. «No es tiempo suficiente para cambiar a césped artificial, pero sí que se podría replantar o hacer que el terreno fuese liso, que es lo que más nos preocupa», asegura Martín Fernández.
¿La solución? «Nos dijeron que podían cerrarlo , pero si aceptábamos esa condición nuestras ligas se verían reducidas a la mitad», explica. «Si ahora jugamos unos diez o doce partidos cada temporada, jugaríamos solo cinco o seis, y eso es lo peor que le puede pasar a una liga como esta que es de captación. Cuando estás empezando, solo quieres jugar y jugar, para acumular minutos, y con esa cantidad de partidos no es suficiente. Lo que buscamos es que los chicos y chicas que empiezan en este deporte tengan un primer contacto en la liga universitaria y, si les gusta, se terminen federando».
Todos los jugadores que se han atrevido a mancharse con el barro de Cantarranas conocen algo de su «leyenda negra» . Porque no todos se aventuran. Hay algunos que aseguran tener casualmente «algo que hacer» cuando el partido se disputa en este campo. «Un chico de veterinaria se rompió la arteria femoral tras un mal placaje. Se le quedó el pie clavado y la rodilla la tenía mirando para otro lado», cuenta una jugadora que prefiere no revelar su identidad. Martín Fernández también ha visto muchas lesiones en ese campo: «mil esguinces, roturas de ligamentos... El terreno de ese campo es muy abrupto. Se inunda con facilidad, hay muchos desniveles y hay zonas que no drenan».
Lo cierto es que uno de los motivos por los que Cantarranas se encuentra así tiene que ver con la alta actividad rugbística que se vive en el campus de la Universidad Complutense. Aquí «se juegan cuatro ligas: la universitaria masculina y femenina, y la de los colegios mayores masculina y femenina. Además, hay muchas veces que tenemos que entrenar ahí también porque el Central –que también cuenta con dos campos de rugby– está reservado para los equipos de la selección española y para los del Complutense Cisneros, y cuando no caben ahí tienen que irse a donde nosotros entrenamos normalmente, a Paraninfo», explica.
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