Soledad y odio tras los muros del cuartel de Intxaurrondo

Lorenzo Silva recibe a ABC en el cuartel donostiarra, el más golpeado por ETA

Lorenzo Silva, ayer a la entrada del cuartel de Intxaurrondo Jose Usoz

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La línea roja, aquella tras la cual los agentes gozaban de cierta sensación de refugio, se encontraba a apenas unos cientos de metros del cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo. Más allá de ese límite invisible, el abismo. Fueron muchos los que un día lo cruzaron por última vez antes de quedar atrapados en la telaraña de ETA. Ni siquiera en San Sebastián ha llovido tanto desde aquellos tiempos de miedo, sí, «pero sobre todo de soledad», apunta Lorenzo Silva (Madrid, 1966), que ha ubicado en aquel feroz escenario buena parte de su nueva novela, «El mal de Corcira» (Destino).

El escritor madrileño regresa de la mano de sus más icónicos personajes, el subteniente de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua («Vila», para quienes se les hace bola el «endemoniado» apellido) y la sargento Virginia Chamorro . Un nuevo caso de asesinato, en este caso el de un exmiembro de ETA cuyo cadáver es encontrado en la isla de Formentera, obliga a Bevilacqua a retrotraerse a aquella época en la que, con apenas 26 años a sus espaldas, cayó «un poco por accidente» en Intxaurrondo.

«Vila es un tipo raro, no sé si nunca ha tenido muy claro lo que quería hacer -apunta Silva, que recibe a ABC en las entrañas del tristemente famoso cuartel-. Como está en un momento de crisis, de desorientación, dice “oye, voy a pedir aquí porque hay aventura”». «Cuando uno es joven, hace esas cosas» , sentencia el novelista, que reconoce que, después de tantas visitas al acantonamiento, aún se siente cautivado por el «carácter» de su arquitectura y las «huellas» que dejaron quienes habitaron en él durante los años de plomo.

La hostilidad «absoluta»

Incide el novelista en que ser guardia civil en San Sebastián las últimas décadas del pasado siglo suponía «un peligro extremo», sobre todo para los uniformados, si bien asevera que el poso que queda en los profesionales con los que ha hablado para preparar su libro «es de soledad». «El recibimiento en algunos entornos era de hostilidad absoluta, de odio completo . Salir a la calle y sentir que estás solo, que te odian y que en el fondo se alegrarán de que te pase algo… Vivir así es complicado», sentencia.

Bien es cierto que sus muros no acogían únicamente a guardia civiles, aunque fueran ellos quienes pagaron el precio más alto por la osadía de defender la libertad en la boca del lobo. Un panel de homenaje con el rostro de un centenar de agentes del cuartel asesinados por ETA en la entrada de las oficinas ilustra esa etapa de dolor en la capital guipuzcoana. En el conjunto del País Vasco fueron 167 los agentes que murieron a manos de los terroristas. Pero también las familias de los agentes, incluidos sus propios hijos, padecieron el acoso de los violentos, que llevaron a cabo una indiscriminada campaña de acoso y extorsión hacia todo aquel que estuviera vinculado al cuerpo.

«Es una historia importante que me interesaba desde niño», confiesa Silva, que no duda a la hora de afirmar que la relativa al terrorismo etarra «es la gran historia policial de la España contemporánea». ¿Por qué entonces no ha llegado a las librerías hasta ahora? «No es fácil conocer la historia, llegar a sus capas más profundas -alega-. Convertirla en aventuras individuales es probablemente una de las cosas más difíciles que he hecho como novelista. Por eso nunca tuve prisa». Destaca, además, que la desaparición de ETA le permitió enfocar la novela «de una manera más libre» , pues «cuando hay un fenómeno que produce dolor» se puede incluso llegar a comprometer la seguridad de las personas».

Por supuesto, solo una minoría de los vascos tomó parte de ella, e incluso hubo quienes, pese al «amedrentamiento» de los terroristas, rompieron lanzas a favor de las Fuerzas de Seguridad, aunque generalmente las muestras de cariño se daban a escondidas: «Hay una escena que aparece en la novela, un control policial en el que están unos uniformados identificando a la gente. Había gente que estaba intimidada, pero en medio de todo eso de vez en cuando alguien, por lo bajo, les decía “estamos con ustedes”», señala.

La novela tampoco pasa de largo por la que es otra de las grandes sombras que se posan sobre el cuartel de Intxaurrondo: la de las torturas a etarras. Que las hubo, «aunque no tantas como se denunciaron», puntualiza el madrileño. Él mismo se ha entrevistado con exmiembros de la organización terrorista para escribir «El mal de Corcira». Personas que «creen tener un argumentario moral y político para justificar el asesinato en esos años», afirma Lorenzo Silva, que subraya que tampoco los presos reinsertados tienen «la vida fácil». «Nos quedamos en el “ongi etorri” -los recibimientos tras salir de prisión-, pero al día siguiente hay que levantarse» .

Lecciones

A su juicio, poco queda ya de aquellas quimeras. Sí «mucho dolor», y sobre todo «muchas lecciones». «Para los vascos, para los españoles, para quienes desde ese lugar del espectro ideológico creyeron alguna vez en la violencia», añade. Otra cosa es que esas enseñanzas caigan en el olvido: «Pero si antes de borrar la pizarra las leemos y levantamos un acta de lo que hay, será muy valioso para todos», sentencia.

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