Marsé, taciturno y burlón, pone rumbo a la eternidad

Familiares y amigos despiden al escritor barcelonés con un funeral íntimo y sin representación institucional

Marsé, fotografiado junto al Salambó durante la presentación de uno de sus libros Efe

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El niño Juan, pulcro, repeinado y en riguroso blanco y negro, mira fijamente a cámara mientras suena «Mediterráneo» en el tanatorio de Sancho de Ávila. «Soy cantor, soy embustero / Me gusta el juego y el vino / Tengo alma de marinero», canta un Joan Manuel Serrat al que, sentado unos pocos bancos más allá, se le debe hacer la mar de extraño oírse por los altavoces en un contexto como este. Más tarde será el turno de Ennio Morricone y su «Cockeye's Song», elección más o menos obvia para despedir a un escritor que se debatía entre el amor al cine, la devoción por la épica del western y la lectura voraz de las aventuras de «El coyote», pero es la voz de Serrat la que ejerce de hilo conductor y acompaña al niño Juan en su transformación.

Porque acaba la música y ahí está el Marsé novelista, genio y figura, autorretratándose con la ayuda de su nieto Guille, encargado de leer ese texto inmisericorde con el que el autor barcelonés cerró su célebre serie «Señoras y señores» en 1987. «Se trata de un sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón y en la memoria», recita Guille desde el atril. «El tipo es bajo, desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera», añade. El final, cuando llega, resulta aún más sobrecogedor si cabe. «Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje –algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos–, se va por fin al infierno. Abur». Y se acabó. En el recordatorio, tan rotunda despedida queda algo matizada – «Gracias y hasta luego». Juan Marsé (1933-2020), leemos–, aunque el espíritu es el mismo.

Por las palabras de Gloria Gutiérrez, de la agencia Balcells, sabemos que Marsé «era básicamente bueno». «No hemos podido conocer a un autor más auténtico y genuino. Será un escritor de los que perdura», añade la agente en uno de los pocos parlamentos de un funeral íntimo, quizá demasiado. Se echaron de menos autoridades, escritores, compañeros de quinta y seguramente también amigos, pero ya se sabe: en estos tiempos extraños de covid y restricciones, incluso los funerales se racionan y las distancias se vuelven mucho más que algo simplemente físico.

Entre los asistentes, la antigua directora editorial de Lumen, Silvia Querini, la editora de Anagrama, Silvia Sesé y la escritora Cristina Morales. Muchos de los que faltan sí que van apareciendo en ese álbum de fotos que sigue los pasos de Marsé desde el taller de joyería del barrio de Gracia a la entrega del premio Cervantes y de los veranos familiares en Calafell a las veladas literarias.

Una vida inmensa, condensada en un suspiro. «You must remember this /A kiss is just a kiss / A sigh is just a sigh / The fundamental things apply / As time goes by», que cantaba Dooley Wilson segundos antes de que Marsé, vestido de diablo, pusiese rumbo a la eternidad.

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