Kate Morton: «Las redes sociales nos obligan a reconstruir nuestra identidad constantemente»
La novelista australiana, fanática de Dickens, regresa a las librerías con «La casa del relojero», con Londres como protagonista
Hace más de una década que Kate Morton (Berri, Australia, 1976) se convirtió en autora superventas con «La casa de Riverton» y afianzó su éxito con «El jardín olvidado», «El cumpleaños secreto» y «El último adiós». Pero, más allá de las cifras millonarias a las que se traduce su obra, lo más interesante de las historias de Morton, a quien le resulta «estimulante escribir desde un punto de vista femenino», es que se anticipó, desde la literatura, a una forma de contar que hoy marca la pauta de la narrativa audiovisual y resulta casi imprescindible para mantener el interés del lector/espectador: la utilización del tiempo como prisma mediante acciones situadas en diferentes épocas.
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En un momento en que «La maldición de Hill House» , una libérrima adaptación de la novela homónima de Shirley Jackson , está entre las series más vistas, Morton, fanática de las novelas de Charles Dickens , vuelve a las librerías con «La hija del relojero» , una ficción que navega entre el siglo XIX y la actualidad, con Londres como protagonista, y que se suma a la recuperación del fenómeno de las casas encantadas.
Una autora australiana que, en esta ocasión, escribe sobre Londres.
Londres es mi ciudad favorita, es mi ciudad del alma. Antes de visitarla por primera vez, había leído tanto sobre ella que al llegar me pareció que ya la conocía. Ahora vivo allí y en la novela esa pasión está latente.
En «La hija del relojero» propone una trama múltiple, en la que destacan la turbulenta vida del pintor Edward Radcliffe, en el siglo XIX, y la de Elodie Winslow, en la actualidad. ¿Cómo empieza esta historia a construirse en su imaginación? ¿Cuál fue la primera chispa?
Mis temas de interés siempre son los mismos: el presente, el pasado… la influencia de un tiempo sobre otro;y sé, por experiencia, lo difícil que resulta mantener la atención de quienes me leen sobre esos temas que me obsesionan. Por eso, esta vez he querido ir un poco más allá, escribir una novela algo distinta, y para ello me propuse utilizar «La hija del relojero» para «mostrar» el tiempo y sus miles de capas, que lo convierten en una especie de edificio del que sólo vemos la fachada, pero en el que también importan, y mucho, los cimientos.
¿Y cuales son los cimientos de esta historia?
Las pequeñas subtramas, que sostienen a las principales y tienen su propia identidad, aunque finalmente confluyen en un desenlace único, que dota a todos los acontecimientos de sentido.
Menciona la identidad, que es sin duda uno de los temas fundamentales de este libro: quiénes somos y cómo nos construimos.
Exacto. Creo que vivimos en un momento en el que las redes sociales nos obligan a cuidar mucho más nuestra imagen, a estar constantemente reconstruyéndonos. No nos conformamos tan fácilmente como en otras épocas, somos menos complacientes y hemos comprendido que debemos luchar por cosas que antes dábamos por asumidas.
En esa lucha por conocernos a nosotros mismos, ¿qué papel juega el arte, tan presente en la novela a través de Edward Radcliffe y La Hermandad Magenta?
El arte es una de las mejores maneras de expresarnos. Me encanta el arte y en especial los prerrafaelitas del siglo XIX. Cuando planeaba la escritura del libro, fui a distintas exposiciones que versaban sobre los prerrafaelitas y los primeros fotógrafos, y eso me fascinó: las huellas del momento en que el arte se fundió por primera vez con la tecnología, el germen de la situación actual, en la que lo raro es que alguien no tenga una cámara y estamos constantemente tomando fotos. Por otra parte, centrándome en el personaje de Elodie, que trabaja en un archivo, me parece fundamental la imagen del gestor cultural: del comisario de una exposición, del marchante, de quién cataloga y selecciona lo realmente válido en una época en la que el material es ingente, gracias a las redes, a YouTube… Al fin y al cabo, el escritor trabaja de forma parecida, porque elige y pone orden en los hechos para obtener así su propia narrativa.
Una narrativa, la suya, que defiende las casas encantadas y las historias de fantasmas.
Como escritora y como madre, al menos esa es mi experiencia. Tengo tres hijos. Con el primero fui extremadamente protectora, siempre pendiente de que nada lo asustara. Sin embargo, poco a poco, he comprendido que a los niños les encanta que les asusten dentro de un entorno seguro, porque esa es una de las mejores maneras que tienen de aprender sobre los sentimientos y cómo sobreponerse a ellos.