José Carlos Llop: «El amor se vive en el lenguaje»

El autor balear regresa a la novela con «Oriente», una historia de relaciones inacabadas, que explora los caminos (y los desvíos) de la pasión

José Carlos Llop, durante la entrevista con ABC Maya Balanya
Bruno Pardo Porto

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Dice José Carlos Llop (Palma, 1956) que el amor no existe fuera del lenguaje, que los amantes crean conversaciones que solo ellos entienden, mientras se van elevando por encima de lo pedestre hasta llegar a un lugar lejano donde la pasión reina y la caída es grave, casi abismal. A ese territorio lo ha llamado « Oriente » (Alfaguara), y a él ha consagrado su nueva novela, una historia de relaciones inacabadas, tan instaladas en el pasado como en el presente, donde su recuerdo sigue ardiendo, marcando ciertos pasos. Él repite una y otra vez que cualquier parecido con la realidad, con su realidad, es pura coincidencia. Su sonrisa sugiere otra cosa.

Le reboto la pregunta que abre el libro: ¿a qué edad nos convertimos en corresponsales de nuestras propias vidas?

Esa pregunta se la hace el protagonista, no yo. Y el protagonista está más o menos en la sesentena. Por tanto, si se hace la pregunta es que ya considera que empieza a estar en esa edad de la corresponsalía de la propia vida, porque ya va quedando mucha más vida detrás de la que queda delante.

¿Pero lo siente así en su caso?

Mi caso es lo de menos. El libro es una ficción... Ojalá no lo sea.

Bueno, usted también está en la sesentena… ¿Era el momento de escribir de la pasión?

Yo pienso que la sesentena es una buena edad para escribir sobre el amor. Pienso que es mejor que la juventud. Hay un distanciamiento que permite lo literario con más efectividad. Además… La relación que tengo con mis libros, normalmente, es de imposición. El libro va gestándose hasta que se me impone. Y se me impone uno sobre otro. Antes de escribir «Oriente» había empezado a escribir una novela que no tenía nada que ver con esta, y la paré.

Por cierto: ¿por qué ese título?

Oriente es una metáfora de la pasión amorosa, como si esta se escapara a los territorios culturales y hubiera que cruzar una frontera para poder abarcarla.

Hay un esfuerzo en la novela por ir atando el amor en las distintas épocas a través de la literatura, de la cultura. Desde Ovidio al siglo XX. Es como decir: esto lleva aquí milenios.

Bueno, esto lleva aquí toda la vida. En la antigüedad el amor tenía un carácter sagrado, y en los últimos tiempos nos hemos dedicado a desacralizar el amor. Los clásicos celebran el lenguaje, tienen una felicidad del lenguaje porque son los descubridores del lenguaje, del uso del lenguaje. Con el amor pasa algo parecido: intenta expresar lo inexpresable, crea lenguajes nuevos. Y ahí hay un paralelismo entre el mundo clásico y el amor en su sentido originario y original.

Ese amor del lenguaje, y por el lenguaje, está también en la forma de «Oriente»: hay una gran preocupación por el estilo, por la frase redonda.

Buffon decía que el estilo es la persona. Y yo no entiendo la novela sin una preocupación por el estilo. Es tan importante lo que se cuenta como el cómo se cuenta. Bien dicho se puede decir todo. Bien escrito se puede escribir sobre todo, de todo y como uno quiera.

Hay un momento en el que el protagonista dice que «el amor no existe fuera del lenguaje». ¿Existiría el amor sin los poetas?

Es una de las afirmaciones más inteligentes del libro. Yo creo que el amor se vive en el lenguaje, se vive a través del lenguaje. Sin lenguaje no hay amor.

Entonces, ¿es una creación?

Es un metalenguaje.

¿A la altura de la literatura?

Bueno, por lo menos ha producido mucha literatura, por lo menos es el germen de muchísima literatura.

¿Cómo ha evolucionado el amor?

Empieza a tener un refinamiento literario con los trovadores y en el Renacimiento con Dante y Petrarca se sublima, hasta llegar al siglo XVIII, que es el esplendor.

¿Y hoy cómo está?

Como decía, el amor se ha ido desacralizando, el amor se ha ido socializando. Se ha eliminado la privacidad, y el amor ha desaparecido en un porcentaje muy grande en favor solo de lo sexual. Por eso pensé que estaba bien escribir de una cosa que ya no está como la he conocido. Aquí no hay Facebook, no hay Instagram, no hay Tinder, no hay nada de lo que se utiliza hoy para ligar masivamente. Nada de eso sale en el libro.

Casi todas las relaciones de «Oriente» son amores inacabados, que nunca fueron perfectos.

El «inacabamiento» del amor permite el recuerdo de una pasión a lo largo del tiempo. De ahí que en la novela se narre la memoria de esos amores inacabados.

Esos amores pesan más que los duraderos en el libro, más que el del padre y la madre del protagonista, por ejemplo.

No me atrevo a afirmar que pesen más.

En número de páginas, seguro.

No me atrevo a afirmar que en la vida pesen más. Pesan de forma diferente.

¿Cómo se relacionan el erotismo y el amor, tan presentes aquí?

Sin erotismo, sin deseo, es difícil que haya amor.

Y cuando el deseo se apaga con el paso de los años, ¿qué pasa?

No es el caso del protagonista. El protagonista vive encendido. Y gracias a que vive encendido puede contarnos lo que nos cuenta.

Dice este protagonista que hay una novela que no se puede escribir: la del amor cotidiano.

Yo opino todo lo contrario. Hay grandes libros sobre el amor cotidiano. Me viene a la cabeza un texto de Natalia Ginzburg, «Él y yo», que es una maravilla.

Usted ha trabajado como bibliotecario: ¿diría que vive en la literatura, como sus personajes?

Ser bibliotecario no es ser Borges. Un bibliotecario gestiona, tiene departamentos de personal… No se pasa las horas que pasa en la biblioteca leyendo. Ni muchísimo menos.

En cualquier caso, ¿prefiere la ficción o la realidad?

Yo creo que hay un tiempo para cada cosa. Hay un tiempo para la realidad y otro para la ficción. La realidad a veces es una ficción más potente que la ficción misma, y con la ficción atravesamos unas fronteras que la realidad nos impide atravesar.

¿Cree que el amor nos puede salvar del tiempo?

El amor es una forma de vivir de una manera mucho más intensa el tiempo. Lo que pasa es que es un destino. No es una elección. Esto es muy importante: la pasión no se elige. En el amor y la pasión se sufre tanto como se goza, y los humanos no están dispuestos a sufrir. Eso también lo entronca con el mundo de los clásicos. Es un destino, una jugada de los dioses que tiene su lado bueno y su lado terrible.

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