Patricio Pron: «Enamorarse es una especie de fastidio inevitable»

«Mañana tendremos otros nombres», novela con la que logró el último premio Alfaguara, es la disección de una ruptura sentimental, pero también de un mundo sin certezas en el que la experiencia amorosa está cambiando

Patricio Pron, después de la entrevista con ABC Isabel Permuy
Bruno Pardo Porto

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Han pasado muchos siglos y más versos y seguimos sin saber qué demonios es el amor, como tampoco tenemos muy claro quiénes somos cuando una relación se rompe. Bien conoce esto Patricio Pron (Rosario, 1975), que ha ganado el premio Alfaguara 2019 con una novela que parte de ahí: de ese día en el que una pareja se convierte en dos soledades o, mejor dicho, en dos individuos más bien perdidos. « Mañana tendremos otros nombres » es la disección de ese trauma, pero también de un mundo sin certezas en el que la experiencia amorosa está cambiando, abriéndose a nuevos y difusos horizontes.

Pron habla rápido y matiza más rápido aún, saltando del humor al gesto serio, pasando de la anecdótico a lo general con la agilidad de quien se ha documentado mucho sobre su tema. A veces agarra las ideas con las manos o las revuelve en un gesto rápido. También se sujeta las gafas, para no perder el enfoque. No lo hace.

¿A qué viene esta novela ahora que está disfrutando de un feliz matrimonio?

Ah… Bueno, uno no solamente escribe sobre lo que le pasa. Creo que la autoficción nos ha habituado a creer que los autores solo tenemos que escribir acerca de lo que nos pasa, pero lo cierto es que la vida de los autores es banal y rutinaria. Así que estaba bien, creo yo, escribir acerca de otras cosas. No es mi historia, es la historia de muchas personas que me rodean.

¿Hubo algún detonante que despertara esta novela?

El detonante fue encontrarme que un día estaba en el metro de Madrid, leyendo, y al levantar la cabeza vi a un montón de gente que estaba flirteando con su móvil, pasando personas en Tinder hacia un lado u otro. Y me resultó muy interesante, pensé que decía mucho acerca del momento que vivimos. Que esas personas pudieran descartar a otras personas con esa facilidad... Eso me hizo pensar que la experiencia amorosa era algo de lo que debía escribir.

Entonces, ¿este libro podría haberse titulado «El amor en los tiempos del Tinder»?

Podríamos decirlo así, desde luego. Aunque no es la única aplicación para flirtear. Hay algunas muy interesantes que aparecen mencionadas en la novela, que tiene una parte muy importante de documentación. Hay una en la que los participantes en la red social son personas que pertenecen a fuerzas de seguridad, un Tinder de la policía, por así decirlo. Esto es muy llamativo. Y otra de gente con enfermedades venéreas. El ámbito de las parafilias, que siempre ha existido, se ha expandido brutalmente gracias a la facilidad con la que es posible conectar a personas con intereses similares…

La tecnología ya lo toca todo.

Estamos viviendo un momento singular en el que la incertidumbre en torno a cómo definimos la experiencia amorosa es también producto de la intromisión ese ámbito de las herramientas informáticas.

¿No le da un vértigo pensar que el futuro del amor está en nuestro móviles y en los algoritmos?

Creo que hay una contradicción ahí. Para mí está muy claro que todo lo interesante que sucede en una relación amorosa sucede de forma inesperada, y tiene que ver con los descubrimientos que hacemos de la otra persona, y las cosas que hacemos con esa persona que no imaginamos nunca que fuéramos a hacer. La forma en la que esa persona nos sorprende de una manera u otra, y que lo hace a lo largo del tiempo si somos afortunados, es el amor. Ahora muchas personas están conociendo a otras personas con las cuales tienen relaciones esporádicas o extendidas en el tiempo a través de aplicaciones informáticas que establecen un contrato previo entre ambas partes, en el que se delimita qué se va a hacer y cómo se va a hacer, y si se va a hacer muchas veces o una vez.

Tampoco había mucha improvisación en los matrimonios por conveniencia, por ejemplo.

Puede parecer desconcertante, pero en aquellas sociedades en las cuales el matrimonio todavía se establece por un contrato entre familias les parece muy desconcertante la idea de que dos personas azarosamente vayan a encontrarse, que vayan a enamorarse la una de la otra y no de un tercero o de un cuarto, y que vayan a lograr que funcionen como pareja. Si lo piensas bien, es muy difícil que suceda.

Por cierto, da la sensación de que más que retratar la vida de una pareja, esta novela se centra más en reflejar el mundo en el que vivimos.

Este es el primer libro en el que me atrevo a mirar al presente directamente y sin ningún tipo de cortapisas.

¿Y qué ve ha visto en el presente? ¿Qué le preocupa?

No sé si me preocupa, me interesa. Lo que me interesa es el hecho de que la moralidad imperante hasta hace algunos años está siendo reemplazada por otra y que, como sucede siempre en las transiciones entre un régimen de moralidad a otro, se producen desarrollos muy singulares. Pienso por ejemplo en el hecho de que por una parte hay decenas de miles de personas que están contribuyendo a romper por fin con la visión completamente estereotipada y errónea de que solo habría dos géneros, algo positivo, y a su vez el desarrollo negativo que implica la fijación con las identidades, esta especie de taxonomía inevitable e interminable en el marco de la cual las personas ya son subcategorías de subcategorías de subcategorías.

¿Cree que hay una preocupación por etiquetarlo todo más que por defender la singularidad?

Exacto. Tengo la impresión de que se gana poco en la transición de un régimen de dos categorías a un régimen de quince. La identidad no es tanto un punto de partida como un sitio al cual llegar. Un sitio ideal al que nunca se llega.

Esta cuestión de la identidad se ve a través los protagonistas de «Mañana tendremos otros nombres»: Él se pregunta qué es un hombre y Ella qué es una mujer.

Eso es lo que más le interesa a los personajes. Lo que descubren a lo largo de la novela es que, afortunadamente, en este periodo histórico no hay demasiadas certezas en torno a ese tema. En la literatura contemporánea en español hay un desfase entre lo que se dice en las novelas acerca de la experiencia amorosa y lo que la práctica permite observar. Excepto por un puñado de libros muy recientes, da la impresión de que las parejas monógamas de larga duración son la regla y no la excepción. En algún sentido esto parece ser el consenso. De hecho, la mayor parte de las empresas comercializan sus productos contemplando este tipo de constelación como la convencional y mayoritaria. Si observamos los bancos, los restaurantes o Ikea comprobamos que todas ellas producen productos para parejas monógamas de larga duración que, en un momento u otro, se reproducen. Sin embargo, si abrimos los ojos vemos que esas parejas no son tantas. Hay muchísimas personas que están ensayando nuevas formas de relación amorosa, que incluyen tener niños o no tenerlos, que incluyen la posibilidad de que la pareja esté formada por dos miembros o más, que incluyen la posibilidad de que sea contingente o a largo plazo…

En este contexto de cambio existen debates continuos, de aceptación, sí, pero también de rechazo.

El ámbito de las relaciones amorosas es un ámbito de batalla en el que se están produciendo desarrollos muy importantes y dignos apoyo que inevitablemente generan reacciones que no son merecedoras de apoyo. Pienso en el hecho de que el movimiento feminista, extraordinario y muy necesario, también ha supuesto la emergencia de un contramovimiento... Políticos tan disímiles como Donald Trump, Jair Bolsonaro, las derechas europeas o los supremacistas hindúes están todos reclamando en sustancia lo que es la continuidad de un régimen heteropatriarcal.

A la hora de explorar esa variedad, de intentar explicarla en su caso, ¿cuál era su punto de partida? Porque el de llegada es más bien confuso. No hay nada claro.

Este no es un libro moral. La novela explora las dudas e invita a pensar en la forma en que pensamos. Es lo que la literatura de relevancia siempre hace. Yo no tenía la intención, a la hora de escribir el libro, de apuntalar ningún tipo de ideal. Hay autores que piensan la literatura como una especie de homilía dominical en la que ellos desde el púlpito arrojan migajas de verdad a un público hambriento de ella. Y otros que pensamos en la literatura como una forma de conversación en la que no hay púlpitos ni jerarquías, sino que más bien estamos todos pensando cuestiones. El libro es el disparador de estas cuestiones.

¿Y cuál es la gran cuestión que suscita el libro?

Hay una que es clave: qué creemos que es el final feliz de una relación sentimental en un momento en el que el mismo concepto de relación se está poniendo en cuestión.

¿Tiene alguna respuesta para esa cuestión?

El prescriptivo «fueron felices y comieron perdices» parece no ser verosímil ya. Esa visión estereotipada no funciona porque estamos asediados por mensajes contradictorios. Las empresas para las que trabajamos nos exigen una flexibilidad total y absoluta, y a su vez se supone que en el ámbito amoroso no puedes ser flexible. La moralidad imperante sostiene que las personas no deberían encontrar a sus parejas en el ámbito de trabajo, sin embargo pasas catorce horas trabajando, de manera que es improbable que vayas a encontrar personas fuera de ahí. Según las estadísticas, y a pesar de esta moralidad imperante, la mayor parte de las parejas se han conformado en el ámbito de trabajo, lo cual es bastante lógico.

Hay una frase en el libro que define a esa pareja rota, pero que también podría definir este tiempo contradictorio del que habla: «Ya no eran lo que habían sido pero todavía no habían descubierto qué era lo que iban a ser».

Eso es lo que hace que el presente sea tan interesante, desde luego. Posiblemente podríamos decir esto de todo momento, de todo periodo histórico, pero es evidente que esta afirmación se aplica especialmente al momento presente. Tendemos a creer que los últimos desarrollos en materia social vienen a poner fin a toda una historia en la que las relaciones amorosas veían siendo de la misma forma, sin embargo, si lo pensamos bien, como toda configuración social, las relaciones amorosas también se han marcado por las cuestiones de clase. De hecho, el amor de ahora solo se ha articulado como realidad después de la Segunda Guerra Mundial, y tan solo debido al hecho de que se produjo retracción importante del número de hombres debido a las guerras, y las mujeres accedieron al ámbito laboral. Por consiguiente, eran particularmente consciente de sus derechos.

¿Cuánto hay de libertad en el amor y cuánto hay de dependencia de todo lo que nos rodea?

Es una gran pregunta. Prefiero creer que hay un importante margen de libertad, pero para ser honestos tengo la impresión de que esa libertad está supeditada a condicionantes económicos y políticos y de clase y de género de los que no somos plenamente conscientes.

Si fuéramos conscientes tal vez nos volveríamos locos.

O nos veríamos obligados a ser solidarios con personas a los que consideramos por lo general nuestros enemigos de clase. El condicionante económico tal vez no sea decisivo entre los que formamos parte de las clases medias europeas, pero si piensas en las clases bajas tienes que admitir el hecho de que su experiencia amorosa está muy alejada del ideal de libertad o autonomía del sujeto… Pero se supone que una novela de amor no habla de estas cosas.

Ya...

Solo el monstruo que es Hollywood consigue hacernos creer que esa experiencia amorosa completamente desprendida de la sociedad es posible. Solamente los extraordinarios guionistas de «Friends» podían hacernos creer que la gente vivía toda en un apartamento de Manhattan sin trabajar y teniendo sexo todos con todos hasta que las piezas finalmente encajaban. Pero algunos éramos fans de «Seinfeld», no de «Friends».

¿Diría que es una novela pesimista?

No pensaba ofrecer un recorte complaciente, de narrar los días de vino y rosas. Pero estos personajes están bien, se las van a arreglar. Han comprendido que no hay ningún consenso en torno a lo que significa que una pareja esté bien: tener niños o no tenerlos, vivir juntos o no hacerlo… Entienden algo. Se dan el uno al otro la posibilidad de equivocarse, de fallar, también la posibilidad de explorar algo mejor para ellos. Es un acto de generosidad que los dos tienen.

Llegan ahí a través del conflicto.

Es que el conflicto es inherente a la experiencia amorosa, y la enriquece. Los personajes están todo el rato discutiendo. Disfrutan del hecho de no estar de acuerdo. Eso caracteriza las relaciones más interesantes que yo he tenido y conocido. Esa posibilidad de seducir al otro también en el ámbito de las ideas, o de ser seducido. Es muy enriquecedor. No están allí para simplificar la vida del otro, sino para enriquecerla, lo que inevitablemente significa complejizarla. Para mí siempre ha sido así.

Por resumir: ¿enamorarse es complicarse la vida?

Enamorarse es un enorme fastidio si lo piensas bien. Ahora bien, parece una especie de fastidio inevitable. Supone la obligación de tomar continuamente decisiones. Para empezar, la decisión de estar junto a una persona. Es una decisión compleja.

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