Eduardo Mendoza: «Para mí Franco se murió un día antes que para los demás»
El novelista viaja a 1975 y prosigue con «El negociado del yin y el yang» la serie protagonizada por su alter ego Rufo Batalla
Explica Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) que, como el de la mayoría de escritores, su reino no es de este mundo, sino de una suerte de nebulosa repleta de gas de la risa y carcajadas enlatadas por la que deambulan, entre pedazos de la Historia de España, su lunático detective o el adorable y disparatado Gurb. «Como autor de ficción, vivo más en otros mundos que en este», sostiene. Ocurre, sin embargo, que ambos universos, real y ficticio, se rozan y enredan y a veces incluso se encaman sin demasiados miramientos y acaban gestando novelas como «El negociado del yin y el yang» (Seix Barral), segunda entrega de esa «trilogía flexible» que arrancó con «El rey recibe» y con la que Mendoza disfraza de novela episodios capitales de la Historia.
En esta ocasión, y sirviéndose de nuevo de su alter ego Rufo Batalla, el autor de «La ciudad de los prodigios» brinca a 1975 para calibrar el impacto de la muerte de Franco y viajar de Nueva York a Barcelona y de Japón a Alemania siguiendo un disparatado encargo del príncipe Tukkulo. Una novela, que caprichos del calendario, llega poco después la polémica exhumación del dictador. «Se tenía que hacer, había que quitarlo de ahí. Yo ya propuse hacer un sorteo entre todos los españoles y al que le toca le toca y se lo lleva a casa», ironiza el escritor, para quien la incógnita ahora es qué hacer con el Valle de los Caídos. «No podemos ni tirarlo ni aprovecharlo ni seguirlo usando», lamenta.
Después de dos novelas, ¿cómo es la relación entre Rufo Batalla y Eduardo Mendoza?¿Están más cerca personaje y autor?
Sólo sé que pasan cosas raras. Creo que me acabaré pareciendo más a Rufo Batalla. La gente me dice: “Se parece a ti”. Pero no: soy yo el que se parece a él. Lo que hay es una especie de síntesis.
Se define como un señor serio rodeado de personajes estrafalarios.
Es que es así: yo soy muy serio y no tengo sentido del humor, pero he caído en un mundo muy divertido.
Visto lo visto, el humor parece ahora más necesario que nunca, aunque «El negociado del yin y el yang» no sea una novela estrictamente cómica.
Es necesario siempre. Yo pensé que ya había agotado un poco el chiste y quería probar otra cosa, pero creo que el humor está ahora cogiendo una personalidad y un lugar en la literatura que antes no tenía. Te da otra perspectiva y otra perspectiva sobre las cosas.
La muerte de Franco, dice en la novela, dejó una generación desvalida. ¿Es qué sentido?
Había una generación que se hizo mayor dentro del franquismo, con Franco presente en todas las manifestaciones de la vida. Y de repente, a una edad relativamente madura, eso se acaba. Es una liberación, pero te da un poco de cosa dejar atrás todo aquello en lo que has vivido. Y entonces hay una nostalgia vergonzante de un pasado que, como se dice en el libro, será muy feo, pero era el que teníamos. Se fue un mundo, afortunadamente, pero no teníamos otro.
¿Se enteró usted de la muerte de Franco como Rufo Batalla en la novela, con una llamada telefónica?
A todos los que vivíamos en Estados Unidos nos llamaron, sí, porque la ocasión merecía lo que costaba una conferencia, que era una pasta. Pero la llamada la recibí después, porque la radio de Nueva York había dado la noticia a las once de la noche del día 19. De hecho, para mí Franco se murió un día antes que para los demás.
Leemos en la novela que, «en contra de la opinión oficial de sus opositores», Franco no era un fascista. Vista la ligereza con la que se utiliza la palabra hoy en día, parece todo un mérito.
Es que ahora fascista es, no sé, al que le ha gustado la película de Amenábar. Pero un fascista es un fascista, hágame el favor. Un comunista no es alguien que no va a misa: es un señor que se la leído «El capital». Franco fue un pencas que se arrimaba a quien le convenía. Primero pasea con Hitler y luego con Eisenhower por el mismo sitio.
Se detecta en la novela cierto cachondeo hacia toda esa fascinación por lo oriental y la espiritualidad llegada de países como Japón
Es que hay un momento en que la gente deja de ir a misa y empieza a ponerse por los suelos con un incienso apestoso y a cantar mantras. Hombre, para eso era mejor hacer los primeros viernes.
Si tuviese que escribir ahora «Qué está pasando en Cataluña», ¿el resultado sería el mismo, después de todo lo que ha pasado?
No lo sé. Primero, porque ya lo he escrito. Luego, porque no sé si ahora lo escribiría. Fue un estímulo muy concreto, por el desconocimiento y el desconcierto que veía desde fuera. Quería dar más elementos de juicio, no para demostrar quién tiene razón, Dios me libre, aunque tengo mis ideas, pero sí dar más información. No reducirlo todo a fachas, separatistas y estos adjetivos rápidos que sirven casi siempre más a la otra parte que a la que los usa. ¿Cómo veo la situación actual?Mal. No veo hacia dónde puede conducir lo que está pasando, que es negativo para todos. No parece que haya solución a la vista de algo que está causando un perjuicio económico, de imagen... No sé si tiene solución, pero creo que sí hay soluciones.
¿Qué papel debe jugar la cultura en todo esto?
No creo que ahora sea la hora de la cultura. Me temo que no es un instrumento para solucionar problemas. Sí que es víctima, eso sí, porque mientras están pasando otra cosas a la cultura no le hace caso nadie.
Muy optimista no se le ve con el tema catalán.
Bueno, como no sé lo que va a pasar, ser optimista o pesimista… Con las cartas que tengo no sé si apostar cinco pesetas o cinco millones de euros.