Desconocido, romántico y monumental: así es el cementerio donde reposa Larra y Espronceda
En el madrileño cementerio de San Justo están enterradas algunas de las figuras más destacadas de las artes y las letras
En España ni los muertos descansan en paz. Durante la Guerra Civil , el cementerio de San Justo, pared con pared con el de San Isidro, pero infinitamente menos conocido, sirvió de primera línea en la batalla por hacerse con Madrid. Sus estatuas todavía se duelen de los balazos recibidos, bien visibles, y entre sus nichos son muchas las cartas halladas de niños combatientes que decidieron despedirse de sus familias por si los proyectiles acertaban en los vivos.
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Hay muchas formas de acercarse a la historia. También por el final. Por el finado y el lugar donde reposa junto a cipreses, cruces, columnas masonas y mármoles de todos los colores. Bajo el suelo del Cementerio Sacramental de San Justo , cuyas obras finalizaron en 1847, yace enterrada una parte gigantesca de la Historia de España. Desde plumas como Ramón Menéndez Pidal, juntaletras como Julio Camba, pintores como Eduardo Rosales, actores como José Luis Ozores o Sara Montiel e incluso exóticas princesas como la de Kapurthala Anita Delgado. «El siglo XIX ocurrió en Madrid. Aquí tenemos a buena parte de los protagonistas de nuestra Historia, a los que conocemos más por las calles que llevan su nombre que por lo que hicieron», asegura el periodista y presentador David Botello , autor del libro «Follones: amoríos, sinrazones, enredos, trapicheos y otros tejemanejes del siglo XIX» (Oberon).
El corazón de este cementerio está, sin lugar a dudas, en el patio de Santa Gertrudis, que alberga el Panteón de Hombres Ilustres, construido en 1902 por la Asociación de Escritores y Artistas para agrupar las cenizas de los personajes más señeros de las letras y las artes. Los primeros en ocuparlo fueron José de Espronceda, Eduardo Rosales y el trágico Mariano José de Larra .
«Mucho se habló de que Larra se suicidó por un mal de amor, pero poco de la depresión que le ocasionó la situación política de España y la pérdida de su acta de diputado», recuerda Botello, que tiene enterrado en San Justo a la mitad de los personajes de su libro de anécdotas. Cuatro meses antes de quitarse la vida, justo un Día de Todos los Santos, el escritor romántico firmó en «El Español» uno de sus textos más pesimistas sobre el futuro de la nación con la peor sentencia: «Aquí yace media España; murió de la otra media». A pesar de todo el dinero ganado con sus artículos, Larra estuvo a punto de recibir un entierro de misericordia, acto reservado a los más pobres, pero la Juventud Literaria costeó el sepelio, convertido en una despedida multitudinaria.
A los más morbosos les está prescrita la visita en San Justo al panteón de los Marqueses de Linares, los protagonistas de la leyenda que afirma que emparedaron en su palacio madrileño, hoy sede de la Casa de América, a su hija al descubrir que ambos eran hermanos. «Es una historia muy retorcida, muy propia de ese siglo, pero también muy falsa», apunta el autor de «Follones».
La tierra de los olvidados
Lejos de los grandes monumentos funerarios, en la periferia del cementerio, hay una infinidad de pequeñas tumbas con huéspedes aún más pequeños, todos fallecidos a finales del siglo XIX. Son los lugares de descanso de los miles de niños madrileños afectados por la difteria, una enfermedad que se ensañó con España y con los más pobres de la capital. Una hermosa estatua alegórica, tallada por Victorio Macho , ensalza la tumba del doctor que más trabajó para remediar esta tragedia, Vicente Llorente , un completo olvidado. «Ese hombre salvó cientos de miles de vidas gracias a sus gestiones para traer una cura a Madrid a costa de su bolsillo», explica Botella junto a su tumba.
A la sombra de un busto está enterrado Federico Chueca , el decimonónico músico que da nombre al popular barrio de Madrid, cuyo funeral fue tan grande como el amor del pueblo por sus zarzuelas. Se cuenta que en cierta ocasión le robaron la cartera en el tranvía con una foto suya y sesenta duros. Como en la canción de Sabina donde acaba de juerga con tres atracadores, los ladrones le devolvieron lo sustraído a los pocos días al saber que era de Chueca, con una nota de disculpas en nombre del «Rata primero» , referencia a una de sus obras más conocidas. Hoy ya nadie recuerda al artista ni a sus obras, pero sí se pasean por su barrio.