Conoce a Antonio Colinas a través de cinco poemas elegidos por él de toda su obra

El autor premiado con el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana elige los textos para los lectores de ABC

ABC.es

1

«Simonetta Vespucci»

Simonetta,

por tu delicadeza

la tarde se hace lágrima,

funeral oración,

música detenida.

Simonetta Vespucci,

tienes el alma frágil

de virgen o de amante.

Ya Judith despeinada

o Venus húmeda

tienes el alma fina de mimbre

y la asustada inocencia

del soto de olivos.

Simonetta Vespucci,

por tus dos ojos verdes

Sandro Boticelli

te ha sacado del mar,

y por tus trenzas largas

y por tus largos muslos,

Simonetta Vespucci

que has nacido en Florencia.

(De Sepulcro en Tarquinia)

2

«Canto X»

Mientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe

que en el norte de Hispania alguien manda grabar

en piedra un verso suyo esperando la muerte.

Este es un legionario que, en un alba nevada,

ve alzarse un sol de hierro entre los encinares.

Sopla un cierzo que apesta a carne corrompida,

a cuerno requemado, a humeantes escorias

de oro en las que escarban con sus lanzas los

[bárbaros,

Un silencio más blanco que la nieve, el aliento

helado de las bocas de los caballos muertos,

caen sobre su esqueleto como petrificado.

Oh dioses, qué locura me trajo hasta estos montes

a morir y qué inútil mi escudo y mi espada

contra este amanecer de hogueras y de lobos.

En la villa de Cumas un aroma de azahar

madurará en la boca de una noche azulada

y mis seres queridos pisarán ya la yerba

segada o nadarán en playas con estrellas.

Sueña el sur el soldado y, en el sur, el poeta

sueña un sur más lejano; mas ambos sólo sueñan

en brazos de la muerte la vida que soñaron.

No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo,

que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria.

Oh dioses, cómo odio la guerra mientras siento

gotear en la nieve mi sangre enamorada.

Al fin cae la cabeza hacia un lado y sus ojos

se clavan en los ojos de otro herido que escucha:

Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio.

( De Noche más allá de la noche)

3

«Regreso a Petavonium»

Dejadme dormir en estas laderas

sobre las piedras del tiempo,

las piedras de la sangre helada de mis antepasados:

la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo.

Que mis ojos se cierren en el ocaso salvaje

de los palomares en ruinas y de los encinares de

[hierro.

Sólo quiero poner el oído en la piedra

para escuchar el sonido de la montaña

preñada de sueños seguros,

el latido de la pasión de los antiguos,

el murmullo de las colmenas sepultadas.

Qué feliz ascensión por el sendero

de las vasijas pisoteadas por los caballos

un siglo y otro siglo.

Y en la cima, bravo como un espino, el viento

haciendo sonar el arpa de las rocas.

Es como el aliento de un dios

propagando armonía entre mis pestañas y las nubes.

Un águila planea lentamente en los límites,

se incendian las sierras de las peñas negras,

mas no veo las llamas,

las llamas que crepitan aquí abajo enterradas

bajo el monte de sueños aromados,

bajo la viga de oro de los celtas,

junto al curso del agua del olvido

que jamás —en vida— podremos contemplar,

pero que habrá de arrastrarnos tras el último suspiro.

¡Cómo pesan los párpados con la música del tiempo!

¡Cómo se embriagan de adolescencia perdida las

[venas!

Dejadme dormir en la ladera

de los infinitos sacrificios,

en donde arados y rebaños se han petrificado,

en donde el frío ha hecho florecer cenizales y huesos,

en donde las espadas han segado los labios del amor.

Dejadme dormir sobre la música de la piedra del

[monte,

pues ya sólo soy un nogal junto a una fuente ferrosa,

la vela que ilumina una bodega de mostos morados,

un trigal maduro rodeado de fuego,

una zarza que cruje de estrellas imposibles.

4

«Fe de vida»

Esperar junto a este mar (en el que nacieron las

[ideas)

sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).

Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,

el aroma del azahar, la noche de orquídeas

en las calas olvidadas.

Sólo permanecer viendo el ave que pasa

y no regresa; quedar

esperando a que el cielo amarillo

arda y se limpie de relámpagos

que llegarán saltando de una isla a otra isla.

O contemplar la nube blanca

que, no siendo nada, parece ser feliz.

Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,

sobre las olas que pasan,

como un remo perdido.

O seguir, como los delfines,

la dirección de un tiempo sentenciado.

Ser como la hora de las barcas en las noches de

[enero,

que se adormecen entre narcisos y faros.

Dejadme, no con la luz del conocimiento

(que nació y se alzó de este mar),

sino simplemente con la luz de este mar.

O con sus muchas luces:

las de oro encendido y las de frío verdor.

o con la luz de todos los azules.

Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,

que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,

a los días tensos, a las ideas como cuchillos.

Ser como olivo o estanque.

Que alguien me tenga en su mano como a un puñado

[de sal.

O de luz.

Cerrar los ojos en el silencio del aroma

para que el corazón —al fin— pueda ver.

Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.

Dejadme compartiendo el silencio

y la soledad de los porches,

la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme

con el plenilunio de los ruiseñores de junio,

que guardan el temblor del agua en las últimas

[fuentes.

Dejadme con la libertad que se pierde

en los labios de una mujer.

( De Libro de la mansedumbre)

5

«Letanía del ciego que ve»

Que este celeste pan del firmamento

me alimente hasta el último suspiro.

Que estos campos tan fieros y tan puros

me sean buenos, cada día más buenos.

Que si en tiempo de estío se me encienden las manos

con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno

los sienta como escarcha en mi tejado.

Que cuando me parezca que he caído,

porque me han derribado,

sólo esté arrodillándome en mi centro.

Que si alguien me golpea muy fuerte

sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo

de la fuente serena.

Que si la vida es un acabar,

cual veleta, chirriando en lo más alto,

allá arriba me calme para siempre,

se disuelva mi hierro en el azul.

Que si alguien, de repente, vino para arrancarme

cuanto sembré y planté llorando por las nubes,

me torne en nube yo, me torne en planta,

que sean aún semillas mis dos ojos

en los ojos sin lágrimas del perro.

Que si hay enfermedad sirva para curarme,

sea sólo el inicio de mi renacimiento.

Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,

amor venza a la muerte en ese beso.

Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,

que si cierro la boca para decirte todo,

y dejo de rozar tu sangre ya sembrada,

que si cierro los ojos y venzo sin luchar

(victoria en la que nada soy ni obtengo),

te tenga a ti, silencio de la cumbre,

o a ese sol abatido que es la nieve,

donde la nada es todo.

Que respirar en paz la música no oída

sea mi último deseo, pues sabed

que, para quien respira

en paz, ya todo el mundo

está dentro de él y en él respira.

Que si insiste la muerte,

que si avanza la edad, y todo y todos

a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,

me venza el mundo al fin en esa luz

que restalla.

Y su fuego

me vaya deshaciendo como llama

de vela: despacio, muy despacio,

como giran arriba extasiados los planetas.

( De Tiempo y abismo)

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