Antonio Colinas: «En España, un escritor tiene que estar enfermo o muerto para que se le trate con dignidad»

El poeta recopila los momentos esenciales de su vida en «Memorias del estanque», un libro que recorre medio siglo de entrega a la escritura y en el que se ha «desnudado» como nunca antes

El poeta Antonio Colinas JOAN LLADÓ

INÉS MARTÍN RODRIGO

El pasado 30 de enero, Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) cumplió 70 años. Según sus cálculos, es posible que, además, lleve publicados 70 libros. En esas estaba, cavilando lo mucho de cabalístico que todas aquellas cifras y fechas tenían, cuando decidió escribir «Memorias del estanque» (Siruela), ese libro que el poeta define como «una vida». Ojo: no son unas memorias al uso. Tampoco hay en la obra los chismorreos que tanto gustan a la parroquia literaria. Se trata, más bien, del testimonio (que no testamento) de quien ha apostado por la poesía de una manera vital.

Plagado de recuerdos, amigos y renacimientos, desde su adolescencia en Córdoba a los meses que pasó en París o la eclosión que supuso vivir en Italia y los veintiún años que pasó en Ibiza , en sus páginas lo mismo pasamos de un aforismo imposible a un verso inédito, que Colinas nos ha querido regalar. Todo ello con los pies anclados a esas raíces, en tierras de León, que el poeta a universalizado hasta fundirlas con el espíritu mediterráneo.

- ¿Por qué titularlo «Memorias de un estanque», con esa vacuidad tan inherente al agua?

- El agua es una presencia que está en el libro, una presencia heraclitiana, de que todo en la vida fluye: yo no he ido donde he querido, sino donde la vida me ha llevado. Con el estanque yo no me comporto cual Narciso, por razones de ego, sino que le hago preguntas.

- Preguntas como qué es ser escritor.

- Sí, en el libro se explica esa fidelidad hacia mi voz. Yo he sido un escritor de vocación y de profesión. Hay personas que dicen que una cosa es su vida y otra su poesía, pero yo no concibo la poesía sin que vaya profundamente unida a la vida, por eso para mí la poesía es una vía de conocimiento, un medio para conocer la realidad, pero también a mí mismo.

- ¿Qué significaba ser escritor cuando usted empezó y qué significa serlo hoy en día?

- El consejo que siempre les doy a los jóvenes es que separen lo que es creación literaria de mundo literario. En una primera fase, cuando llego a Madrid a los 18 años, cuando conozco a Aleixandre, ser escritor es ser un literato, estar inmerso en un mundo muy vivo. Pero luego hay un momento en que la vida va ocupando el lugar de la literatura.

- ¿Es este el libro de su vida?

- Yo creo que sí. Desde luego, es un libro inusual e incomparable con los otros. En él están presentes varios géneros: puede abrirse por cualquier parte, hay poemas inéditos, momentos en que me faltan las palabras y para decir lo que para mí supone la música tengo que escribir un poema…

- Qué paradoja tan hermosa: tener que recurrir a la poesía para explicar lo inenarrable.

- Así es… Quizás porque soy un poeta [ríe], porque no puedo explicar cosas, me faltan las palabras.

- Está claro que no son unas memorias al uso.

- Sobre todo es una vida, me he tenido que «desnudar» para contar algunas cosas que no había contado.

- Y, al verse desnudo frente al espejo, ¿se siente orgulloso de lo vivido?

- Siento sobre todo la conciencia tranquila, en el sentido de que he sido en la vida lo que he deseado y he querido ser, al margen de ese destino que me estaba empujando siempre detrás. Me siento satisfecho.

- ¿Qué piensa un poeta como usted del tiempo que nos ha tocado vivir?

- Por una parte, apreciamos una perversión en el lenguaje: las palabras no dicen lo que debieran decir; por otro lado, yo distingo en el libro los términos mundialismo de universalismo. Para mí, el mundialismo es lo que nos anestesia, las ideologías extremadas; mientras que el término universalismo nos remite a la conciencia y a un sentido más trascendente de la vida.

- El problema es que hoy impera el mundialismo.

- Eso es, eso es. En el fondo, el poeta se siente un ser algo más que ceniza. Cuando escuchamos a los grandes músicos o leemos las obras magistrales, nos damos cuenta de que nuestro destino quizás sea algo más que la mera ceniza y la muerte. Toda mi obra responde a un sentido metafísico, siempre he procurado dialogar con otras culturas.

- Precisamente, uno de los problemas que tiene la actual sociedad es la manifiesta incapacidad para el diálogo.

- Sí, nos falta flexibilidad. Yo tengo mis ideas y mis raíces, y pertenezco a una determinada sociedad y cultura, pero siempre me he abierto a otras, y a veces para mi sorpresa.

- ¿Duele la edad?

- Pues duele, pero yo firmaría, ahora mismo, por quedarme como estoy. La edad también proporciona una lucidez que no teníamos. En cierta medida, no me gustaría volver a los veinte años, aquella etapa inquieta, aquel afán de huir de casa…

- En su pensamiento, la razón y la emoción se dan la mano. Esa forma suya de entender el mundo hace falta ahora más que nunca.

- Pues sí, porque ignoramos los sentimientos o ignoramos los razonamientos, y por eso yo digo que el poema ideal es aquel en el cual el poeta siente y piensa a la vez, se emociona y razona. El viaje de todos los grandes poetas, desde Juan Ramón a Machado, ha sido desde el sentimiento al pensar en la poesía.

- Acaba de mencionar a Machado y Juan Ramón, pero María Zambrano fue uno de sus referentes. ¿Quiénes deberían ser los referentes de las nuevas generaciones?

- María Zambrano podría ser un buen referente. Ella escribía como hablaba y hablaba como escribía, fue una gran amiga de la poesía y los poetas. Era una persona muy especial que sí puede ser un ejemplo para los que huyan un poco de los extremos. No hay que olvidar que María Zambrano a veces se la ve a la luz de lo ideológico, pero también era una cristiana.

- Qué manía tenemos en este país de ponerlo todo bajo el prisma de la ideología.

- Sí, sí, sí. María Zambrano fue una republicana, pero su cristianismo era evidente. Vivimos en un país que tiende a lo extremado, nos falta flexibilidad para ver lo que en las personas hay de humano. La María Zambrano que piensa y siente en sus últimos años podría ser uno de esos referentes. Pero hay que separar también las ideas de las ideologías extremadas. El ser humano no debe perder el sentido humanista, que esto es algo que me preocupa mucho en estos momentos: la situación de Europa, una Europa atomizada, sin valores… No sé yo si la cultura es para nosotros ahora un referente.

- Cuando surgió la polémica de la pensión de los escritores, usted se quejó de la falta de sensibilidad con la cultura.

- El problema de fondo es esa no valoración o desconocimiento de la cultura. Es muy triste que un escritor llegue a su madurez y tenga este tipo de problemas. Se desconoce todo el trabajo que hacemos de «misiones pedagógicas». Una pensión es algo inviolable. Nadie nos dijo, cuando comenzamos a cotizar, que nuestra pensión iba a ser sometida a descuento.

- ¿Cómo ve, desde el retrovisor, la sociedad que hemos construido?

- Vivimos un tiempo convulso, en el que no existen los valores, en el que predomina la filosofía del todo vale… Estamos un poquito anestesiados. Hemos ido hacia una sociedad en la que la cultura se valora menos; a mí me preocupa muchísimo el progresivo abandono de la literatura, que es el fruto de los escritores. Los poetas no tenemos que dar soluciones, porque somos un poco extraterrestres, pero el Latín debiera ser una lengua troncal en Europa. Me apena mucho ese progresivo silencio sobre la literatura. Afortunadamente la lengua se protege y se cuida, pero la lengua no es sino el producto de la literatura y cuando se ignora a la literatura se está ignorando al escrito vivo. Uno a veces tiene la sensación de que un escritor en nuestro país tiene que estar enfermo, moribundo o muerto para que se le trate con cierta dignidad.

- ¿Qué le parece todo lo que ha sucedido en la escena política española desde las elecciones del pasado 20 de diciembre?

- Pienso lo que piensan la mayoría de los españoles: es una gran situación de desencanto, en el sentido de que vuelve la filosofía del y tú más, la ausencia del diálogo… En las últimas décadas ha habido una gran dejación de los temas de Estado, ante ciertos temas la justicia ha sido muy tibia… Es una situación de desencanto y apena.

- ¿Tiene solución?

- Pues yo creo que sí. Acaso tendríamos que cambiarnos un poco los españoles, porque tenemos una tendencia al cainismo y a lo anarcoide. En estos últimos tiempos he recordado esa frase tan tremenda de que los españoles llevamos siglos intentando autodestruirnos y no lo hemos logrado todavía; es una frase tremenda, pero muy cierta.

- Desde luego.

- ¿Cómo se puede volver otra vez a abrir las heridas del pasado, a que haya muertos buenos y malos, a situaciones de enfrentamiento? Apena profundamente, por eso yo reclamo ese regreso a la cultura de base, que no nos traiciona nunca.

- ¿Cree que, realmente, hay alguien capaz de hacer Política, con mayúsculas?

- Yo no me atrevería a decirlo. Esto no es escapismo, por supuesto que el escritor testimonia, pero a veces la atmósfera es tan asfixiante que expresas ideas como las que yo estoy expresando y se ironiza. No sé si hay esa persona, pero nos falta quizás esa toma de conciencia colectiva.

- ¿Qué relación mantiene, a sus setenta años, con la muerte? ¿Le asusta aproximarse a ella?

- No. Por eso no pasará nunca la poesía: el poeta trabaja con los grandes temas, y uno de ellos es la muerte. Se teme a la enfermedad, a la incapacidad, pero la muerte, para el que piensa que somos algo más que ceniza, siempre es como entrar en otra situación. Queremos pensar que es así, los que hemos vivido el arte como un maravilloso estado de trascendencia. Nuestra vida está hecha de regeneraciones, de renacimientos, y quizás la muerte sea el renacimiento final, o uno más.

- ¿Por eso defiende que el «no ser», el «no saber», es el saber último?

- A veces debemos limpiar un poco nuestra cabeza de ideas amargas, de pensamientos turbios, noticias perturbadoras, y volver un poco hacia nuestro interior. En la vida, más importante que el viaje exterior es el viaje interior, hacia nosotros mismos.

- Setenta libros, traductor, crítico, pensador, humanista… ¿cómo se definiría Antonio Colinas?

- Como una persona más, pero que ha sido fiel a una voz que he escuchado desde la infancia, pero sobre todo en la adolescencia; la sentía dentro de mí y tenía que darle forma, sobre todo a través de la escritura, pero también a través de un comportamiento ético, ser fiel a unas ideas, a una visión de la realidad, un respeto por el medio natural… Es como me veo, como un poeta, pero con este sentido unido a la experiencia vital.

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