LIBROS
Stanley Elkin, la venganza del estilista
«Poética para acosadores» recoge nueve cuentos de personajes perdidos, deprimidos e inadaptados
A Stanley Elkin (Nueva York, 1930; Misuri, 1995) no le quitaba el sueño que la vida fuera una historia de perdedores. «Todos morimos, ¿no? Todos sufrimos, ¿verdad?». Le parecía una circunstancia evidente. Sí, había libros maravillosos inspirados en mundos de fantasía, pero «ya los escribían otros». Elkin no entendía la literatura como una redención de raíz cristiana en la que los buenos consiguen recompensas justas y los malos son castigados.
Por eso sus personajes eran de dos tipos: alborotadores y turbados. Ellos son los protagonistas de sus nueve cuentos de violencia, locura y soledad recogidos en «Llorones y kibitzers, kibitzers y llorones», como se tituló el libro publicado originalmente en 1965 y que la editorial Contra recupera ahora con otro nombre todavía menos comercial: « Poética para acosadores ».
El relato que da título a esta traducción –«probablemente el mejor que he escrito», según Elkin– lo protagoniza un niño acosador que odia a los niños listos y a los tontos, a los niños ricos y a los pobres, a los niños con gafas y a los que hablan raro… «No amo a nadie que sea amado». Como en el resto de cuentos, la narración parte desde un punto de vista irracional, pero el autor lo normaliza con el arma más poderosa, la verosimilitud. Elkin lleva la voz cantante, «ustedes juegan a pillarlo»: ese es el pacto que propone a sus lectores.
Push el acosador no pega; él empuja: «Soy un agresor de violencia marginal, odio la fuerza de verdad». Push se enorgullece de sus fechorías y las explica: «Cuando eres un acosador como yo, tienes que usar la cabeza. La brutalidad no basta. […] Mi especialidad es el tormento». El relato avanza con la aparición de un niño popular que deja al descubierto las carencias de Push. Solo, resentido, sin amigos, se resigna a vivir instalado en el odio: «Es lo que tengo, lo único que puedo conservar. Mi amargo consuelo de acosador. Con eso me basta, así me conformo».
Los demás cuentos de «Poética para acosadores» los protagonizan personajes tan dispares como un vendedor de un colmado cuyo hijo acaba de morir, un recién despedido de una sociedad financiera, un grupo de amigos holgazanes o un enfermo terminal que no acaba de morirse. Todos son hombres perdidos, deprimidos e inadaptados que quedan retratados con el ingenioso humor cáustico –Elkin rechazaba que el suyo fuera humor negro– de todo un estilista. Su narrativa tiene el ritmo del saxofonista que se marca un solo en una banda de jazz.
Escribió los relatos de esta antología cuando aún estaba haciendo el doctorado, después de perder al mismo tiempo la ingenuidad y la salud: su padre murió, su madre enfermó y él sufrió un infarto. «Tal vez fue eso lo que me impulsó a cobrarme la venganza: una venganza de escritor, en cualquier caso; la venganza del estilo». Luego escribió libros mejores, novelas que le convirtieron en un autor de culto que siempre destacó por construir tramas absurdas, pero capaces de llegar al fondo de la condición humana. Con solo una novela traducida al español –«El condominio», por La fuga–, hace bien Contra en seguir redescubriendo a autores olvidados.
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