TEATRO

No hay otro

Carlos Hipólito interpreta el monólogo póstumode Gerardo Vera, una confesión y un ajuste de cuentas con su propio pasado

Carlos Hipólito, en 'Oceanía' José Alberto Puertas
Julio Bravo

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El monólogo teatral es, para un actor, un paseo por una cuerda floja, un abismo. Y existen, básicamente, dos maneras de atrapar y dejar con la boca abierta al público: mediante un ejercicio de virtuosismo, en el que el intérprete despliega toda la paleta de sus recursos, e impresiona y conmueve con ellos, o mediante la inmersión en el personaje que se encarna -en el más estricto sentido de la palabra- hasta desaparecer en él durante el rato que dura la función y conseguir que los espectadores se olviden de que están viendo a un actor y que vean al ser humano.

Carlos Hipólito pertenece a este segundo tipo de actores. Es una verdadera joya. No interpreta, vive. No hace los personajes, los posee (y ellos a él). O al menos esa sensación deja en los espectadores, muchos de los cuales, al final de su monólogo 'Oceanía', se descubren a sí mismos con los ojos humedecidos. El texto también tiene mucha responsabilidad en ello. 'Oceanía' es una confesión del desaparecido Gerardo Vera, una de las más grandes y más singulares figuras de nuestra escena reciente; es, fundamentalmente, un ajuste de cuentas con su pasado, un exorcismo en el que la relación con su padre tiene un gran protagonismo.

El monólogo divierte y emociona; no hace falta haber conocido a Gerardo Vera, ni siquiera saber quién fue, para disfrutar de un relato entretenido, sincero, descarnado, desinhibido. José Luis Collado, viudo de Vera, ha moldeado el texto, que José Luis Arellano ha vertido en un espectáculo sencillo, donde la palabra, apenas arropada, es la protagonista absoluta -perfilada por las luces de Juan Gómez Cornejo, la escenografía de Alejandro Andújar, la videoescena de Álvaro Luna y la música de Luis Delgado, trabajos todos ellos calladamente emocionados.

Y ésta, claro, descansa en el trabajo (porque no deja de ser un trabajo) de Carlos Hipólito, que transita por el texto con una gama infinita de colores, que le da sutiles acentos a cada uno de los personajes que intervienen en el texto. Su dominio de la palabra, del gesto, de la emoción, es verdaderamente asombrosa. Gerardo Vera, contaba el propio Carlos Hipólito, estaba empeñado en que fuera él quien interpretara este monólogo tan especial, y se lo jusfificaba con sencillez: «No hay otro». Tenía razón. No hay otro.

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