MÚSICA
María José Llergo: «No quiero revolucionar el flamenco ni nada, solo crear en libertad»
Antes incluso de publicar su debut al principio de la pandemia, «Sanación», la joven artista cordobesa ya fue calificada por los medios como la protagonista de la próxima revuelta del cante. Una etiqueta de la que ella se ríe: «¡Es un muy grandilocuente! Soy muy joven para eso»

Hace pocos días, María José Llergo (Pozoblanco, 1994) le hizo una videollamada a su abuelo y la conversación duró cinco horas. «¡Así es!», exclama entre risas la cantaora cordobesa ante nuestro asombro. «Él necesitaba desahogarse y yo conversar con él. Hablamos mucho desde que ... me vine a Madrid y, además, me canta a través del teléfono. Lo último fueron unos fandangos que decían: “Toda la vida trabajando para guardar, pero cuando me muera no me voy a llevar na”».
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Pepe tiene 91 años, «trabajó durante toda su vida en el campo» y es el principal responsable de que Llergo cante flamenco. Con cuatro añitos se pasaba el día con él en el cortijo de la familia a las afueras del pueblo, en la casa destartalada donde creció con su madre entre los cultivos y el ganado, embobada cada vez que su abuelo se lanzaba por peteneras, seguiriyas o algo de Manolo Caracol .

«Ha cantado bien toda su vida —asegura Llergo—. De joven ganó un concurso en Pozoblanco e, incluso, le ofrecieron irse de gira por España, pero estaba conociendo a mi abuela y decidió quedarse con ella. Nunca tuvo nada, era de la “calle nueva”, una expresión que todavía se usa en mi pueblo como un insulto para referirse a donde viven los vecinos más pobres. Y aunque su voz no sea la misma, aún me emociona cuando canta. ¿Sabes cuando un músico ha dejado de ser virtuoso y solo le queda la verdad? Pues ese es mi abuelo. Cuando me preguntan qué es “la verdad” del flamenco, siempre digo que cuando él le canta a su madre y llora. Ahora quiero que sienta que estoy aquí por él».
Con esa semilla bien plantada en las entrañas, la pequeña María José supo desde niña que iba a hacer música. Y antes de marcharse a estudiar jazz en el Liceo de Barcelona y flamenco en la Escuela Superior de Música de Cataluña (Esmuc) , o de publicar su disco de debut en Sony al principio de la pandemia — «Sanación» —, ya había triunfado con un tema original suyo, «Niña de las Dunas» , que se hizo viral en YouTube y puso el foco sobre ella como la «nueva revolución del flamenco». Una etiqueta ya manida que a ella se le trae al pairo.
—¿Cuál fue su primera reacción al escucharla?
—Reirme. A ver… ¡Es un titular muy grandilocuente! Soy muy joven para eso y, además, no quiero revolucionar el flamenco ni nada, solo crear en libertad. Esa es mi revolución: mandar sobre mis letras, mi música y mis pasos. Y no suele pasar en muchas discográficas, pero yo lo he cuidado desde el principio. Mi libertad está por encima de todo.
—¿No tuvo presiones cuando fichó por Sony?
—Cuando ocurrió yo ya tenía «Sanación» prácticamente grabado. Fui a la compañía y dije que tenía esas canciones y dónde quería llevarlas. Si las querían, yo decidiría todo: cómo me visto y comporto, con quién hago entrevistas o con qué equipo de gente trabajo. ¡Todo!
—¿Está pendiente de Spotify?
—No lo miro mucho. Elegí la foto del perfil, pero no estoy pendiente de la biografía ni de la cantidad de reproducciones que llevo. Sé que va bien y ya. ¿Para qué más? Prefiero no caer en esa obsesión, solo quiero estar pendiente de las letras y la música.
—Llama la atención que saque canciones sueltas, como «A través de ti» o «La Luz». Es una decisión poco comercial.
—Nunca me rijo por las leyes del mercado, solo las artísticas. Tampoco me interesan las cifras de ventas y en la discográfica no me dicen nada de eso. Tengo suerte en ese sentido. A mí me interesa lo que expreso con mi música y lo que sienten los demás al escucharla.
—En la Esmuc también estudiaron Rosalía y Silvia Pérez Cruz. ¿Estaría aquí si no hubiera estudiado en ese centro?
—Mi primer tema, «Niña de la dunas», lo compuse dos años antes de entrar, lo grabé en mi pueblo. Agradezco mucho la formación recibida allí, en el Liceo y en el conservatorio de Pozoblanco, donde estudié violín durante diez años, pero nunca he dependido de los conservatorios para escribir mi música.
—¿El éxito de ellas era el espejo en el que se reflejaban sus propias aspiraciones?
—Bueno, yo coincidí con Rosalía un año. Nuestras clases eran seguidas y alguna vez hablamos. Mola pensar que Silvia Pérez Cruz y ella estudiaron en la misma escuela, pero nos tratábamos de tú a tú. Al final, cada una tiene su esencia, su historia y su camino y yo nunca tuve esas pretensiones. Siempre me ha dado miedo la exposición. Cuando saqué «Niña de las Dunas» y fue un éxito, hice alguna entrevista, pero luego me tiré un año sin hacerlas. No me gustó el primer encontronazo con la prensa ni cómo se trataba el flamenco. Me pareció más oportuno observar, aprender y centrarme en la música.
—¿Y cómo se trataba?
—Como una especie de «boom» y eso del «nuevo flamenco» por aquí y por allá. No me quería meter ahí y nunca he necesitado ni querido que se hable de mí. Solo quería hacer música.
—¿Y ahora?
—Ahora estoy más preparada y tranquila. Ya no me da tanto miedo la exposición, la he aceptado un poco. Era una cuestión personal, no por los medios. No me apetecía exhibirme. Hice un tema que se hizo viral, pero a mí me daba vergüenza.
—¿El arte debe complacer?
—A veces sí, pero otras puede perturbar. Mira el «Guernica» de Picasso, que te atraviesa. «Sanación», de hecho, es un disco muy oscuro. Muchas de sus canciones hablan de mis traumas, aunque los enmascare en poesía para no exponerme a mí ni a las personas de las que hablan, que son muy cercanas.
—¿Qué palos prefiere para cantar sus traumas?
—Las seguiriyas y, últimamente, las alegrías. También me gustan los ritmos lentos de cuatro por cuatro, como los tientos, para desahogarme de las cosas tristes que me hacen daño: el desamor, el momento que vivimos o el clasismo. ¡Joder, el clasismo lo veo mucho y me duele! Y me gusta cantarle al amor por tangos, algo que le debo a Lole y Manuel y sus «Tangos de la pimienta» y los «Tangos del almendro» . ¡Me muero con ellos!
—¿Nunca quiso echar mano del flamenco tradicional, como suelen hacer los cantaores?
—Escucharlo es lo que más me gusta, pero la sensación de desahogo que siento cuando canto mi propia música no es comparable. Ya lo decía Antonio Machado : «Escribir poesía es conversar con el momento en el que vives». Eso intento hacer yo y también lo he aprendido de mi abuelo, que se inventa letras para cantar por fandangos un rifirrafe que ha tenido o algo que le angustia.
—¿Se queda con él cuando va a Pozoblanco?
—No, yo tengo una casa pequeñita en el campo que está al lado de la suya. Es la misma donde él guardaba antes las vacas y es donde yo me he pasado parte del confinamiento grabando sonidos con mi productor, Carlos Rivera [alias Lost Twin ].
—¿Como la azada que marca el compás al inicio de «De qué me sirve llorar»?
—¡Exacto!
—¿Nunca le ha reprochado su abuelo que experimente así y que mezcle el flamenco con música electrónica?
—No, porque quiere que sea libre, como él. No hay quien le diga qué cantar, ni yo. Si le pido «Mira que eres linda» , de Antonio Machín , me suelta: «Tendré que elegir yo qué canto, ¿no?». Es su mayor enseñanza: mi libertad como mujer y artista.
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