LIBROS

Julio Camba, el rey del verbo ágil en la ciudad automática

«Nueva York» recoge los dos libros que el columnista gallego le dedicó a una ciudad que lo atraía y lo irritaba a partes iguales

Jaime G. Mora

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Agudo, ocurrente, Julio Camba es el rey del chascarrillo. «¡Qué hondura, qué originalidad, qué delicadeza en las páginas escritas por este hombre indiferente e irónico! –reseñó Azorín –. Es un humorista que tiene una filosofía y un concepto original de las cosas». Nacido en Villanueva de Arosa, en 1884, este pontevedrés consagró su ingenio a la columna, al artículo ligero, a un género que si bien no lo inventó él, sí que lo depuró de una forma que, a juicio de Pla , «no tenía precedentes en la literatura española».

En su atención por el detalle aparentemente banal, en su estilo sencillo, claro, y por ello paradigma de la mejor de las escrituras, se oculta un genial poder para sintetizar la verdadera esencia de las cosas. Y no fueron pocas las andanzas que vivió. Con apenas 16 años, en el primero de sus cinco viajes a América, llegó como polizón a Argentina, de donde fue expulsado por sus actividades revolucionarias.

Adscrito al anarquismo durante su juventud, con el tiempo viró hacia posiciones más conservadoras, aunque en sus artículos exhibió una actitud más bien apolítica. Solo con la llegada de la Segunda República se mostró realmente crítico con el gobierno, y luego se acomodó en el franquismo.

Consolidado como uno de los articulistas mejor pagados, varias cabeceras se rifaron su firma para hacer crónica parlamentaria o enviarlo a las corresponsalías de Constantinopla, Londres, París o Roma, hasta que en 1913 Torcuato Luca de Tena lo reclutó para ABC. «Mi nombre es Camba –se presentó desde Berlín en su primer artículo para la casa donde escribió sus mejores líneas–. Yo necesito saber que el lector va a leerme como se lee a un amigo y que muchas veces, en lugar de enfadarse contra mí, va a sonreír afectuosamente, diciendo: «Pero ¡qué tonterías se le ocurren a este hombre…!».

Camba publicó en vida dos decenas de libros en los que, columna a columna, diseccionó los países que visitó, el arte de comer o la agitación de los años de la República. «Opino que el periodismo, aun el más ligero y el más superficial, tiene cierto derecho a entrar en la Historia», decía, igual que la aguja que marca los segundos en un reloj. Pero, quizá porque no escribió ninguna novela con la que poder señalar las horas, a su muerte, en 1962, le siguieron varias décadas de olvido.

En los últimos años, en cambio, hemos asistido a un extraordinario despertar de la columna cambiana . No ha quedado ni uno solo de sus libros por reeditar, se han publicado nuevas antologías y los periódicos se han poblado de malos imitadores. (Hay quienes han creído que la ironía de Camba consiste en encadenar ocurrencias). El libro que aquí nos ocupa reúne bajo el título de «Nueva York» las dos obras que dedicó a la capital de Occidente: «Un año en el otro mundo», tras su estancia como corresponsal de ABC en 1916, y «La ciudad automática», escrito después de su segundo periplo americano en los años treinta.

Camba deforma el tipo de vida americano con genio: el estrépito domina la ciudad, convertida en una «fábrica gigantesca». Los restaurantes son automáticos. La literatura solo es si es comercial. La mafia imita a las grandes empresas. Todo, resume, responde a un único criterio, el del fordismo. Camba critica la estandarización del pensamiento, la reducción del hombre a un prototipo, la individualidad inane.

«¿Qué cosa extraña es esta que me ocurre a mí con Nueva York? –se pregunta– Me paso la vida acechando la menor oportunidad para venir aquí, llego, y en el acto me siento poseído de una indignación terrible contra todo. Nueva York es una ciudad que me irrita, pero que me atrae de un modo irresistible».

Camba retrata Nueva York caricaturizándola; manipula la realidad igual que un artista. La verosimilitud, dijo, es siempre más importante que la verdad, y esa es la razón de que estas páginas no hayan perdido frescura. Sorprende que a Reino de Cordelia, siempre admirable por el esmero que pone en sus ediciones, se le hayan colado tantas erratas. Estos descuidos, numerosos, impiden disfrutar el libro como se merece.

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