LIBROS

Joshua Furst se pierde en la contracultura

En «Revolucionarios», recurre a un «alter ego» de Abbie Hoffman para recrear los años 60. El resultado es un monólogo atropellado

Joshua Furst, autor de «Revolucionarios» ABC
Jaime G. Mora

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Norman Mailer definió a Abbie Hoffman como una de las personas más inteligentes y más valientes que conocía: «En la tierra de la que es originario, Worcester (Massachusetts), lo llaman tener cojones».

Cofundador del movimiento yippie, Hoffman estuvo en todos los líos de los años sesenta. Protestó contra la guerra de Vietnam, claro: lideró la marcha en la que cincuenta mil personas intentaron hacer levitar el Pentágono uniendo sus mentes. No lo consiguieron. En otra ocasión, se coló con un puñado de fieles en la Bolsa de Nueva York y, desde la galería, lanzaron billetes a la zona donde se situaban los corredores, que se pelearon entre ellos para pillarlos al aire. En el Festival de Woodstock se subió al escenario en medio de un concierto de «The Who» para protestar contra el encarcelamiento de un activista. Lo echaron de un guitarrazo. Fue condenado por incitar a la rebelión en los disturbios de la convención demócrata de 1968, en Chicago.

«Mi participación en los sesenta no fue tan grande como pensaba», escribió Mailer. «Abbie los vivió, yo los observé; Abbie comprometió su vida, yo simplemente amé los sesenta porque dieron vida a mi trabajo».

Hoffman ocupa un lugar singular en la historia de la contracultura americana por el ingenio que puso en sus protestas políticas y por un compromiso que mantuvo también en los años setenta y ochenta, buena parte de los cuales los pasó en la clandestinidad, con la cara operada y el pelo teñido, para evitar entrar en prisión tras su arresto por traficar con cocaína. A Abbie Hoffman, «provocación, inspiración», le da las gracias Joshua Furst (Colorado, 1971) por «haber existido» en « Revolucionarios » (Impedimenta), el libro en el que repasa los años de la agitación a través del personaje de Lenny Snyder , el «alter ego» de Hoffman.

Lo que propone Furst en esta novela, la segunda que publica desde que se estrenara como autor con un aplaudido libro de relatos, es recuperar la atmósfera íntima de aquellos Estados Unidos. Porque aunque el protagonista es Snyder/Hoffman, el narrador es su hijo, Freedom, quien retirado en un pueblo de Nueva York acepta contarle su historia a un periodista. Fred –no quiere que lo llamen Libertad– recuerda su insólita niñez, alejado del colegio y asistiendo con normalidad a las cabeceras de las manifestaciones y a los chutes de LSD de sus padres.

Aquejado de trastorno bipolar, Hoffman se terminaría suicidando en 1989, y en la recreación que Furst hace en «Revolucionarios» aborda por supuesto el desmoronamiento de un hombre cínico –Lenny Snyder– que no dudaba en variar su discurso o manipular a los suyos cuando le convenía y que a los 36 años era ya un viejo que no se entendía a sí mismo ni a su país. «El peligro de construir tu identidad en torno a tus enemigos reside en que, cuando estos se rinden, pierdes de vista quién eres –escribe Furst en este monólogo atropellado–. La locura que llevas dentro empieza a desbordarse».

El monólogo es atropellado porque Furst confunde oralidad con descuido, y se entrega a esa irritante tendencia de tirar puntos donde deberían ir comas, de forzar párrafos de una línea y de recurrir a palabras hinchadas para ganar en una intensidad fingida. O quizá sea la traducción, que no da con el tono adecuado. Las comparaciones con Philip Roth son pura fantasía.

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