ENTREVISTA
Eduardo Mendoza: «Querría ser apolítico y dedicarme a lo que hago, pero hay que mojarse»
«El negociado del yin y el yang» es la segunda novela de la trilogía que inició Eduardo Mendoza con el título de «El Rey recibe». Un ciclo que recorre la Historia reciente de España protagonizada por su «alter ego», el periodista Rufo Batalla

La cita con Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) es en un hotel céntrico de Madrid, en una de esas salas donde lo mismo unos minutos antes se ha servido el desayuno que dentro de un rato llega la hora de la comida. Hay mucho trasiego y ruido de fondo y Mendoza no es una persona que alce la voz ni para pedir un cortado. Pese a su elevada estatura y su espigada figura -un «gentleman» en toda regla - le desagrada llamar la atención. Yo diría que está deseando que acabe la tortura que conlleva toda presentación de una nueva novela. Le acerco bien la grabadora para no perder detalle.
La ironía y el sentido del humor son contantes en su obra. ¿En su caso, son un arma indispensable para entender el mundo?
Indispensable, sí. Lo que no creo es que sea un arma. Me parece una forma espontánea y la única en la que sé expresarme. Incluso cuando he intentado hacer una cosa más seria, al final he ido derivando poco a poco hacia esta visión humorística. Es difícil saber lo que es el humor exactamente, y para qué sirve, y qué utilidad tiene. En algunos casos permite contar cosas de una manera más clara, porque pone una distancia. Otras veces, en cambio, lo que hace es convertir en algo simpático lo que no debería ser simpático. Es un arma de dos filos. Estoy encerrado en ese estilo, porque es mi manera natural de expresarme.
En la vida real, en el día a día, ¿Eduardo Mendoza también es así: un tipo gracioso?
Muchas veces se espera de mí que sea muy gracioso. Se creen que vivo sumergido en un baño de risa, cosa que no es cierta, ni mucho menos. A veces he escrito cosas serias y luego me ha llamado alguien y me ha comentado: «Está muy bien, me he reído mucho». Entonces, me he dicho a mí mismo: «Más vale que vaya directamente a eso, porque haga lo que haga, se va a entender en clave de humor». Podría intentar lo contrario, pero de lo que estoy seguro es de que no sería leído de otra manera que no fuera en clave del humor.
«Muchas veces se espera de mí que sea muy gracioso. Se creen que vivo sumergido en un baño de risas»
¿Resulta un tanto tópico pensar que el humor, o la ironía, no es algo muy serio?
Claro, el referente de todos de lo que es el humor está en Cervantes, el «Quijote», que tiene una mirada entre irónica, nostálgica, triste, desesperanzada, pero al mismo tiempo amable y comprensiva. Si esto es el humor, entonces a mí me parece una forma estupenda de mirar el mundo.
Con el paso del tiempo, y dado que se leen y están escritas en otra clave más seria, ¿cómo ve sus primeras novelas?
Con enorme cariño, primero porque me han dado muchas más satisfacciones que disgustos, un tipo de satisfacciones espirituales y materiales que nunca pensé que fueran a derivar de estas obras. Y, luego, las miro con cariño, también, porque veo que en esa época tenía una energía, una ambición que, por supuesto, he perdido a lo largo de los años, y que me gusta mucho contemplar. Me gusta aquel joven que quería ser escritor y que dedicaba tanto esfuerzo y tantas horas.
«Soy muy vago y trabajo muy poco porque creo que mi obra ya la tengo a la espalda y nada tengo que demostrar»
Hace poco entrevistaba a Vargas Llosa y apuntaba que la literatura resulta indispensable para formar el pensamiento crítico de los ciudadanos. ¿Qué opina usted al respecto?
Respeto enormemente a Vargas Llosa, pero muchas veces no estoy de acuerdo en su manera de entender la literatura. Yo creo que le da un valor directo, y yo le doy un valor indirecto. A mí me parece que la literatura, sobre todo la ficción, pero también la poesía, el teatro, lo que hacen es ejercitar el pensamiento, la sensibilidad, las emociones, y no hay otra forma de interpretar el mundo que a través de estas formas. Entonces, el que las cultiva está preparado para enfrentarse a situaciones y a emociones reales en la vida real. No creo que sustraigan a la gente de la vida real y le hagan distraerse. Más bien al contrario, la preparan. Y en eso coincido. Pero el leer una cosa u otra no forma un criterio, y en eso disiento.
A usted, como a él, porque al fin y al cabo son personajes públicos inmersos en un momento político muy significado, siempre se les pide su opinión. ¿Le incomoda?
No me gusta nada, nada. Yo soy una persona que querría ser apolítica y que creo que debería dedicarme a lo que hago y hacerlo bien, de la misma manera que un cocinero o un médico. De todas formas, por diversas razones, somos un referente público y, por lo tanto, no tenemos más remedio que hacer frente a este compromiso, a esta obligación moral de dar un paso al frente.
¿Le cuesta significarse políticamente?
No me gusta. Es más, yo creo que significarse políticamente o socialmente resta credibilidad a lo que hacemos, que es una ficción que debería estar escrita desde la nada, desde las nubes. Hablo de un autor que debería desaparecer, que no debería tener personalidad propia, para que la pudiera tener la ficción. Pero eso es imposible, es un sueño irrealizable. Hay que mojarse.
¿Esta trilogía que recorre buena parte de la Historia de España reciente no es una manera de mojarse?
Yo no quiero ocupar un espacio que ocupan otros y lo hacen muy bien. Creo que, afortunadamente, tenemos un nivel de debate preciso, concreto y diverso en la prensa, en la televisión, en los medios, en España, como para que haya que intervenir a través de la ficción. Yo quería contar otra cosa que tiene un valor secundario: los grandes cambios que se producen a veces de una manera imperceptible. Movimientos que yo he tenido, no la suerte, sino la posibilidad de presenciar e intervenir -simplemente por los años y por estar en el lugar donde pasaban cosas que luego han tenido una consecuencia- han modificado nuestra forma de ver a un nivel profundo y superficial también.
«El impacto que supone la muerte de Franco sobre una generación me parece más interesante que la Transición»
-¿Qué le interesa destacar en concreto de aquellas décadas de nuestra Historia?
En esta obra paso de una manera, quiero creer que no ligera, pero sin profundizar demasiado, por la Transición. Hablo del impacto sobre una generación que supone la muerte de Franco, que me parece más interesante ahora que la Transición. Lo que tiene de final de trayecto, de final de época, y cómo una generación tiene que asumir que lo que hasta ese momento ha sido su mundo, ahora va a ser otro.
En pocas palabras, llega la democracia.
-Sí, claro, y además hay una especie de delegación en los políticos, que en estos momentos está precisamente un poco en tela de juicio. A partir de ese momento, lo que hacemos es elegir a unas personas que gobernarán, y nosotros nos dedicaremos a nuestras cosas, y cada tanto tiempo acudiremos a las urnas y daremos el visto bueno o no. Pero eso no se expresa así, tal cual, hay que estar todo el día «trabajando», cosa que me parece muy pesada, y es una mala característica de este país.
¿Quiere decir que en España los ciudadanos estamos demasiado pendientes de la política y sus asuntos?
En países con democracias estables se preocupan del Gobierno cuando toca votar, y el resto del tiempo cada uno va a su bola, y, en cambio, aquí estamos todo el día pendientes de lo que pasa, y a favor de unos o de otros, inyectándonos una sobredosis de información, de crítica, de análisis, de criterio y de decisiones, que yo creo que están de más.
¿Eso es culpa de nosotros o de los políticos?
No sé.
¿Cree que deberíamos ser más pasotas o es que ellos, los políticos, tienen la cara de soltarnos la responsabilidad, el lastre, a nosotros?
-Es una mezcla de las dos cosas. Yo creo que hay una desconfianza natural hacia los políticos, pero no podemos vivir permanentemente en un estado de elecciones diarias, porque hay un día que votamos, pero cada día estamos cambiando de criterio, pensando si debería dar mi voto útil a no sé quién. ¡Dónde se ha visto! Es como si tuviéramos que ver cómo se siembran las patatas, cómo se genera la electricidad... Pagamos la factura a fin de mes y queremos que se encienda la luz al apretar un botón. La política debería ser igual. Esto es una anomalía de España.
¿Piensa que, conforme a los acontecimientos bien recientes, la realidad a veces supera a la ficción, incluso tiene bastante de acontecimiento tragicómico?
Como vivimos en esta película continua y no tenemos otra, sin duda la realidad supera a la ficción, porque no hay más ficción que la realidad. En estos momentos, el que lee una novela se siente culpable porque lo que tenía que hacer es estar leyendo la última noticia y viendo la última entrevista y mirando la última imagen de la televisión. Esto es absurdo, porque esto da lugar a unas situaciones bastante disparatadas.
«No podemos vivir permanentemente en un estado de elecciones diarias. ¡Dónde se ha visto!»
De regreso a la literatura, Baroja es uno de sus referentes a los que ha dedicado estudios, ensayos. ¿Sigue estando presente en su obra?
Sí, no he encontrado motivo para renunciar a Baroja, ni para matar al padre. Al contrario, tengo por él un cariño, un respeto casi creciente, porque la operación que él hace en la narrativa española me parece fundamental, y creo que nadie la ha hecho después de una manera tan rotunda, que es pasar de un lenguaje literario decimonónico al español moderno del siglo XX. Esto sigo atribuyéndoselo a Baroja. Sigue estando en mi mesilla de noche.
¿Con qué otros autores comparte esa mesilla de noche?
Tengo una mesilla de noche que es una plaza de toros. Cervantes es un personaje al que vuelvo continuamente, y me duele decirlo, porque es casi un tópico, y una forma pretenciosa de hablar. Pero es que es verdad, está ahí. Soy un devoto admirador de Dickens, leo a Stendhal, a Flaubert, y a Tolstoi. Y luego voy leyendo la novela contemporánea. Soy omnívoro. Y me gusta el contraste.
Se marcha de Barcelona para vivir en Londres, dos ciudades que se han convertido en el epicentro del cataclismo nacionalista. ¿Cómo lo lleva?
Sé que soy gafe, pero lo que ocurre es que en estos momentos no hay una ciudad donde no esté pasando algo, y algo crítico, porque me parece que estamos en una época de revisión a la baja de todos los valores que hemos tenido en las últimas décadas. Todo el legado del siglo XX lo estamos poniendo un poco en el tapete, o en la mesa de operaciones. Esas dos situaciones las vivo de manera distinta. La gente está muy obsesionada con el Brexit, y no es mi problema. Puede ser mi pequeño problema si en algo me afecta, pero no es mi problema. En cambio, lo que pasa en España sí es mi problema, y lo vivo de otra manera.
¿Haría una novela ahora con Barcelona de telón de fondo?
Ahora no. Ahora no es tiempo de novelas. Dentro de unos años se podrá ver con distancia, con humor, con tragedia, con elementos literarios, pero ahora es cuestión periodística.
El periodista Rufo Batalla es el protagonista de su trilogía… ¿Por qué elige un periodista?
Yo creo que el periodista es el protagonista de toda esta época, el personaje que la recorre hasta el momento actual. El que hace que cambien las cosas, el que toma un protagonismo. Yo he sido, porque he escrito novelas históricas, muy lector de hemeroteca, no de biblioteca, sino de hemeroteca, y he notado, sin darme cuenta, un cambio fundamental del periodista a partir de un momento histórico, creo que en la segunda mitad del siglo XX. Hasta entonces cuenta un poco lo que pasa y rellena el resto del periódico, a veces con una gran calidad literaria, con artículos de fondo, pero hay un momento en que se convierte en el creador de opinión pública. En España concretamente, en la Transición, los ojos y los oídos de la gente están puestos en el periodista: de periódico y de radio o televisión. Y a partir de entonces, va a ser el director de orquesta. Intervendrán otras fuerzas, la economía, pero el que va a dirigir lo que la gente va a pensar, y a va a ver, y va a oír, es el periodista. Ese tiempo está marcado por el periodista, como antes había estado marcado por el predicador, por el poeta, por el novelista, por el autor teatral…
«En España concretamente, en la Transición, los ojos y los oídos de la gente están puestos en el periodista: de periódico y de radio o televisión»
¿No cree que, ahora, el periodista es un poco predicador?
Ahora es que hace todos los papeles de la obra: el predicador, el propagandista, el que dice la verdad y el que dice la mentira. Todo, porque la falsa información también viene a través de los medios. El periodista es el protagonista. Y que lo sea durante muchos años, porque hay protagonistas peores.
Dejemos la política y sus predicadores y vayamos a sus rutinas como escritor.
La verdad es que a lo que más importancia doy es a la perseverancia, hay que trabajar todos los días. Soy muy vago y trabajo poco, y con los años cada vez menos, porque creo que la obra ya la tengo a la espalda y no tengo ni que demostrar ni que hacer nada, voy añadiendo ladrillos a una torre que ya está construida. Sí soy muy constante, todos los días trabajo, no me tomo vacaciones. Ahora, ¿cuántas horas dedico? Es difícil de saber, porque creo que hay que perder mucho tiempo, es como unos platos que están en el puchero durante horas, a baja temperatura, y hay que ser poco trabajador: el que es muy enérgico no escribe bien. Y yo soy bastante abúlico, pero le dedico muchas horas; no me distraigo, estoy sin hacer nada, pero estoy ahí... Le estoy dando vueltas. Me despierto con la idea y me voy a dormir con la idea.
«Estamos en una época de revisión a la baja de todos los valores que hemos tenido. Todo el legado del siglo XX lo estamos poniendo un poco en la mesa de operaciones»
Dice que ya tiene construida su carrera y que se limita a añadir ladrillos en la torre. Entonces, llega el tiempo de los premios, de los reconocimientos. ¿Cómo lo lleva?
Bien, bien. Yo quisiera creer que con humildad, porque merecerlos, merecerlos... El que lleva cincuenta años dedicado a hacer una cosa y la hace con un cierto grado de eficacia, de recepción, pues que se le reconozca me parece bien. Los acepto con agradecimiento, son muy gratificantes, porque vienen a confirmar que está bien, que la gente te quiere y que lo que haces no ha sido inútil. La posteridad ya es otra cuestión, pero a mí no me quita el sueño.
Desde su primera novela, conectó con el público, que le sigue siendo fiel a pesar de que ya no se lee tanto ni tan bien.
Es verdad que he hecho una propuesta de diálogo que empezó con la primera novela. Fue salir y besar el santo. Establecí una conexión con un lector colectivo que se ha mantenido. Pienso que ahora ya es muy difícil de romper, porque se ha establecido una especie de rutina, y ya soy como Papá Noel, que viene todos los años.
¿Está trabajando en el siguiente título de la Trilogía?
No, los libros van saliendo y mucho más en este tipo de novelas que, si no autobiográficas, sí tienen un recorrido vital. A medida que escribo, voy reflexionando y cambiando la dirección. De momento estoy parado, porque cuando termino un libro dejo pasar un plazo de desintoxicación para empezar de cero. Pero la cabeza no para, le estoy dando vueltas.
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