TEATRO

El duque de Rivas, ««¡Quanto è simpaticone questo Duca!»

De poliédrica personalidad, el duque de Rivas, con «Don Álvaro o la fuerza del sino», acercó el drama romántico al hado que rige la tragedia griega

El duque de Rivas (Córdoba, 1791 - Madrid, 1865 )

ANDRÉS AMORÓS

En la historia de la literatura, queda como uno de los escritores que logra consolidar el romanticismo en la poesía española, con sus Romances históricos (1841), y en el drama, con «Don Álvaro o la fuerza del sino» (1835). Su trayectoria resume los avatares estéticos y políticos de muchos autores de la época. Para Valera, que fue su agregado en la Legación de Nápoles, desde que vuelve de la emigración «es e l principal autor de un renacimiento literario más profundo y más rico, que se realiza al mismo tiempo que la revolución política».

Condena a muerte

Ángel de Saavedra nació en Córdoba, en 1791, de familia aristocrática. Participó en la Guerra de la Independencia . Fernando VII le condenó a muerte, por su incipiente liberalismo. Embarcó a Inglaterra, como tantos emigrados, y, luego, a Italia. Encarnaba la paradoja que ha estudiado Vicente Llorens, en su clásico estudio «Liberales y románticos» : huyó de España y eso le permitió conectar con la literatura romántica europea. Volvió del exilio en 1834 y publicó «El moro expósito», una recreación del tema legendario de Mudarra. Al año siguiente, estrenó «Don Álvaro». Algo posteriores son sus «Romances históricos», antecedentes de las «Leyendas» de Zorrilla, entre los que destaca el popularísimo «Un castellano leal». Ya consagrado, ocupó importantes cargos: embajador, presidente del Consejo de Estado, director de la Real Academia... Como tantos otros, había evolucionado mucho. Resume Llorens: «El liberal exaltado de la juventud se ha convertido en el reaccionario también exaltado de la vejez. Y no sólo políticamente: también en sus gustos literarios». Murió en Madrid, en 1865.

Juan Valera lo recuerda como «chistosísimo en la conversación, lleno de gracia y de viveza andaluzas»

Juanito Valera lo recuerda con gran simpatía: «Chistosísimo en la conversación, lleno de gracia y de viveza andaluzas, e incomparable contador de cuentos...». El duque, muy aficionado a la pintura, se complacía retratando a bellas mujeres napolitanas, ligeras de ropa, que su joven agregado observaba con deleite, mientras leía; luego, el pintor añadiría poéticos títulos a sus obras: «La inocencia», «La melancolía»... Con 56 años, se autorretrataba irónicamente : «Ni amistad santa me faltó tampoco / de hermosísimas damas; sin peluca, / ni tos, ni panza, ni tabaco y moco / puede un anciano verde alzar la nuca, / y logré que dijeran muchas bellas: / ¡Quanto è simpaticone questo Duca!».

Cambio de rumbo

Un año después de « La conjuración de Venecia », de Martínez de la Rosa, Don Álvaro significó el triunfo definitivo del romanticismo en España, cambió el rumbo de nuestro teatro. Lograba el duque de Rivas unir la inquietud universal de las grandes preguntas con un tipismo costumbrista, que remitía a Cervantes. Impresionó la espectacularidad: hasta 13 cambios de escenario, con una sensibilidad pictórica que Casalduero ha comparado con Delacroix . Pero lo decisivo es «el sino» del subtítulo: con notoria exageración, Cueto habló de un «Edipo cristiano». Por el camino de las casualidades, el drama romántico intentaba acercarse al hado que rige la tragedia griega.

Paco Nieva , hace 25 años, puso en escena una «refundición» del «Don Álvaro», con una estética a lo Visconti. Recuerdo bien una charla en la que intentó convencer a José Luis Gómez de que fuera el protagonista (no lo logró, lo hizo Alfredo Alcón). Hoy, el drama del duque de Rivas sigue resonando, en el mundo entero, a través de las melodías de Verdi: «La forza del destino».

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